Recesión global |
Alejandro Nadal
La crisis financiero-económica es como un organismo que respira, se mueve y se transforma cada día. Con esas mutaciones, las perspectivas que aguardan a la economía mundial también cambian constantemente. Las que comienzan a dibujarse para los próximos años no permiten hacer pronósticos positivos. ¿Será este 2016 el año de la recaída y de la recesión global?
En días pasados el Fondo dio a conocer su Informe sobre estabilidad financiera mundial. El Fondo identifica tres fuentes de tensión que han empeorado durante los últimos seis meses. La primera consiste en un riesgo macroeconómico de menor crecimiento, mayor incertidumbre y su efecto negativo sobre las expectativas sobre inversiones. Lástima que el FMI no saca la primera lección sobre esto: que debería concluir su enamoramiento con los dogmas neoliberales en el terreno de la política macroeconómica.
La segunda fuente de tensión proviene de la caída en los precios de las materias primas durante los últimos cuatro años. Aquí pesan mucho las preocupaciones sobre la economía en China y su impacto sobre los mercados emergentes y economías desarrolladas. Aquéllas enfrentan una combinación desagradable de freno al crecimiento, endurecimiento de las condiciones en los mercados financieros y creciente volatilidad en los flujos de capital. Éstas (por ejemplo Alemania) ya sufren reducciones significativas en sus exportaciones.
La tercera causa de tensiones es la falta de credibilidad sobre las políticas macroeconómicas. El escepticismo sobre la efectividad de la política monetaria está alimentado por el hecho de que las posturas llamadas no convencionales (flexibilidad monetaria y tasas cero y hasta negativas de interés) no han tenido un efecto decisivo para sacar al mundo de la globalización neoliberal de los efectos de la hecatombe de 2008.
El informe sobre estabilidad financiera concluye que las cosas podrían mejorar si los países avanzados resuelven los principales problemas heredados de la crisis. Uno de ellos es el de la situación de los bancos que enfrentan, entre otras cosas, una abultada cartera de préstamos y el exceso de capacidad instalada (es decir, hay demasiados bancos). En realidad, ese problema no fue generado por la crisis, sino que proviene de tiempo atrás y es más bien una causa de la crisis financiera.
En cuanto a los mercados emergentes, el FMI reconoce que han sido duramente golpeados por el fuerte descenso en los precios de materias primas y por el endeudamiento que acompañó los años de auge. Pero según el FMI la prudente acumulación de reservas es lo que ha permitido a algunas de estas economías salir adelante. Lo que no dice el Fondo es que su definición de reservas incluye la colocación de fondos de corto plazo (inversiones de cartera) que no son otra cosa que una forma de endeudamiento. Por eso la volatilidad en los flujos de capital no solamente socava las posibilidades de recuperación de los mercados emergentes, sino que genera las condiciones de las crisis financieras crónicas que presenciamos durante la década de los años 1990.
Además de los problemas identificados por el Fondo se yerguen varios factores monumentales que podrían ser la principal causa de una nueva recesión global. Uno de ellos es el hecho de que los salarios siguen estancados en Estados Unidos y en Europa. Esto se acompaña de una contracción en la producción manufacturera en Estados Unidos (y un freno en las ganancias de las principales ramas de la industria manufacturera).
El otro gran problema tiene que ver con el efecto de contagio que trae aparejada la caída en los precios de materias primas. Esta evolución desfavorable en esos precios tiene repercusiones importantes en el sector financiero debido a varios mecanismos de transmisión. Muchas de las industrias en el sector petrolero estadunidense a partir de la fractura hidráulica (fracking) están en bancarrota y sus fuentes de financiamiento recibirán un duro golpe. El desplante de Arabia Saudita en la reunión en Doha la semana pasada permite pronosticar una época larga de precios bajos para el crudo, lo que también va a empeorar la situación de ese sector en Estados Unidos y su impacto sobre un sector financiero que ya sufre un grado significativo de estrés.
Hay que tomar en cuenta que el endeudamiento es lo que sigue explicando buena parte del poco crecimiento que ha experimentado la economía global. Hoy los precios de los activos financieros y de los bienes raíces en una economía como la de Estados Unidos ya no pueden mantenerse al alza por el efecto de los ingresos y de la expansión del PIB. Lo que los ha mantenido a flote es la política monetaria flexible, pero ahora que la Reserva Federal ha comenzado a incrementar la tasa de interés, los precios de esos activos comienzan a gravitar hacia la baja movidos por las fuerzas de la deflación. Es decir, estamos presenciando el final de un súper ciclo de endeudamiento y las consecuencias no serán agradables.
En síntesis, el conjunto de señales e indicadores apunta hacia una nueva recesión este año.
Alejandro Nadal
Economista. Es miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso.
Fuente: Sin Permiso
Fuente original: La Jornada, 21 de abril 2016
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