domingo, 24 de abril de 2016

Sobre la cuestión de la crítica a periodistas / Pedro A. García Bilbao


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by dedona

El actual debate suscitado por la forma en que se hizo una crítica a periodistas demuestra las limitaciones de unos y otros y la ausencia de formación y valores republicanos en activo en la política española. ¿Libertad de comunicación? Hemos visto indignados editoriales de ABC exigiendo respeto a tal libertad, El País, La Razón, multitud de artículos, etc, a cual más cínico. También hemos asistido a las más que torpes declaraciones de disculpas y a intentos de explicar o matizar las declaraciones por parte del líder de Podemos, pero patéticamente no han empleado las tribunas mediaticas de las que han dispuesto para analizar o explicar nada: si se comete un error, es otro error centrar las disculpas en matizarlo, políticamente hablando es mucho más útil aprovechar para explicar bien lo que se quería decir. Lo que pasa es que no se tiene claro lo que se quería decir. El discurso «universitario» de Iglesias es manifiestamente mejorable. Es por ello que califico de torpes las respuestas porque no acaban de ser claras ni logran su objetivo, no son eficaces; tal vez haya algunas contradicciones que no afloran.

El problema no es tal o cual periodista, sino la estructura y la dinámica de la propiedad de las medios y la gestión de las lineas editoriales. El hecho es que la propiedad de los medios ejerce un dictado sobre los contenidos y la tendencia general de cada cabecera al punto de llegar a sacrificar la propia libertad de actuación profesional de los periodistas si se hace necesario.

Pregunto: ¿Es lo mismo libertad de comunicación que libertad de expresión, libertad de prensa, o libertad de información? Respuesta: no, no lo son, son cuestiones distintas. Desde una perspectiva republicana estos cuatro elementos son necesarios juntos, si van por separado es que la situación democrática deja que desear.

Libertad de expresión es en primer lugar un atribución personal con extensiones colectivas. Se trata del derecho de poder expresar aquello que se siente, que se piensa. Es fundamental, básico, el principio de todo. Tiene que ver con las condiciones necesarias para la democracia y fue en la polis griega clásica donde se primero se le puso nombre: Isegoría. Es el derecho a expresarse en público con plena libertad, esto es, sin temor a ser perseguido por aquello que se haya dicho. Pero los griegos hablaban de esto en el seno de una asamblea donde bastaba con la propia voz para llegar a todos; las cosas han cambiado mucho desde aquella época. Hoy habitamos en sociedades muy extensas en las que se precisan medios de comunicación que multipliquen el alcance de la voz humana, el texto escrito, la prensa, la radio, la televisión, las redes sociales virtuales para poder poner en contacto a quien algo plantea con aquellos a los que va dirigida la palabra. Es ahí donde aparecen las otras libertades de las que hablamos.

Libertad de comunicación es la que sigue, por tanto, a la libertad de expresión. Se trata del derecho a poder transmitir lo que se expresa. Pero tal derecho exige recursos materiales para poder ejercerse, vehículos, vectores que transporten y sostengan la palabra. Vivimos en una sociedad en la que la forma en que se gestionan los medios públicos de comunicación no garantiza que todas las voces que se expresan, pongamos con libertad, puedan ser «comunicadas», esto es «transmitidas»; y en los medios privados las características de los realmente existentes limita las voces de acuerdo con el contenido de lo que expresan, es lo que llaman «la línea editorial». Hoy los únicos que tienen libertad plena —por alcance, por cobertura, por intensidad— de comunicación son los propietarios de los medios de comunicación de masas, los demás tendrán derecho a expresarse, pero el acceso a la comunicación pública se encuentra mediatizado notablemente por las decisiones políticas de los gobiernos y ni remotamente está garantizado el acceso a los medios privados cuando lo que quiera que se exprese choque con la línea del medio.

La libertad de prensa es, por su parte, básicamente el derecho reconocido a crear un medio de comunicación. Es decir, nos expresamos con libertad, deseamos comunicar y para ello creamos un mecanismo, el medio que lo haga posible. El conjunto de los medios expresaría así la pluralidad de las voces existentes que se han organizado para comunicar; lo que pasa es que en el mundo real las cosas no son tan fáciles. Lo de prensa es literal. Se llama así precisamente por las prensas de los impresores, es efectivamente de donde viene el término. La aparición de la imprenta supuso la posibilidad real de crear libros fácilmente, la batalla siguiente fue luchar por el derecho a usarlas. La libertad de prensa acompaña la lucha por la libertad en las revoluciones del XVII, XVIII y XIX. Donde prendía la libertad de prensa, se extendían las ideas, el diálogo, la crítica, el debate público, el ágora se hacía global, ya no era una voz a su solo alcance, sino una voz que resonaba con cualquiera que en público, leía, no importa donde, aquello que se deseaba expresar. En el XIX y parte del XX era relativamente sencillo acceder a crear una cabecera, lograr la propia «prensa»; las tiradas podrían ser limitadas, pero el número de cabeceras podía ser muy grande; los archivos de la época de la Restauración y la República nos hablan de una verdadera eclosión de periódicos, semanarios, hojas revistas, por cientos, por miles, en una pluralidad que puede llegar a sorprender a quien desconozca la materia.
En los años posteriores a 1945 acaba por emerger eso que se ha dado en llamar la «sociedad de la información», la era de la comunicación, la era de los grandes medios de masas, la sociedad global, como deseemos llamarlo. Es la era también de la aparición de los grandes medios, de las cadenas que aglutinaban periódicos, radios, televisiones bajo una misma propiedad. Subsistían, por supuesto, medios locales o de alcance medio, pero las audiencias, los públicos, el alcance del ágora democrático no era ya local, la batalla de la opinión enzarzaba a millones, a todo un país y llegar a ellos, jugar en esa liga, exigía inversiones enormes, gastos gigantescos que no dejaban ya espacio para los sencillos ciudadanos o grupos ciudadanos que desearan expresarse: el listón económico se volvía una barrera insalvable. Ha de añadirse además que la libertad de prensa ha seguido contando con una limitación tradicional, el poder sigue siendo quien otorga las licencias para establecer las cabeceras de prensa, televisión, radio, etc.

La libertad de información, por otra, está relacionada con la necesidad y derecho de estar informado y poder acceder a información libre, no manipulada, fidedigna, y a poder escoger el medio fuente de acuerdo con los propios valores. Si la información disponible es única, dudosa y poco fiable y de fuentes en monopolio, la democracia se vuelve un imposible, sin información fidedigna y variada el mito de la opinión pública no funciona.

Hay disponibles variadas definiciones de estos conceptos, pero si se tratan en conjunto la definición debe articularlos y mostrar su conexión interna. El derecho a expresarse sin temor, el derecho a comunicar lo que se expresa, el derecho a crear los medios que lo hagan posible y el derecho a estar informado son derechos que implican libertades que deben ser garantizadas por el estado. Y garantizar significa que se deben poner los medios que las hagan posible. Es aquí donde entra la república. ¿Motivos? Sin esas libertades así articuladas no hay libertad ni igualdad política alguna, la democracia se vuelve una cascara vacía, un engaño. La república es el estado comprometido estructuralmente con las libertades, no las enuncia solamente, sino que las garantiza. Hablamos obviamente de una república «republicana», esto es democrático-popular en el sentido originario del término, no de una república oligárquica o donde el dinero y la propiedad de quienes los tengan sean los únicos garantes de las libertades. La república republicana no sacrifica las libertades, sino que las garantiza, pone los medios materiales y lo sanciona estructural, legalmente para que esas libertades, esos derechos sean una realidad. En este esquema, el conjunto de libertades ligadas a la libertad de expresión que estamos analizando son parte del núcleo esencial de la república.

En la España actual, que no es precisamente una república, sino la evolución tardía del postfranquismo bajo formas aparentemente democráticas, las distorsiones que sufre la libertad de expresión y su red de libertades hermanas son de tal naturaleza que podemos dudar seriamente de la salud democrática vigente. Sufrimos limites a lo que se puede expresar, pues opinar según que cosas puede llevar al ostracismo más brutal en los medios de comunicación. Hay temas tabú, hay posiciones que no aparecen ni aparecerán jamás, lo sabemos sobradamente los republicanos.

¿Cómo denunciar las limitaciones a la libertad de expresión y de comunicación que sufrimos en España? ¿Señalando a los redactores concretos que cubren las informaciones o denunciando la falta de libertad de expresión —en el sentido de isegoria— que sufren ante la propiedad del medio para el que trabajan?

Si hubiera plena libertad en el trabajo del periodista podríamos criticarles «por sí mismos», pero no hay tal. Quien escriba lo que no debe que se olvide de trabajar en un medio de prensa sometido a la rigidez de la línea editorial; no se trata de que no se reconozca que haya lineas editoriales, esto lo cubre la libertad de prensa, sino de la rigidez, la falta de respeto, el aran de manipulación, el miedo al ejercicio de la libertad en la que se basa una democracia sana. He ahí el problema.

Si hemos de denunciar en público la falta de libertad en el terreno de la comunicación y la información, hablar de los redactores y callar sobre la cuestión de la propiedad y la oligarquía que los controla, es algo más que un error. Es mucho peor.

Si decimos que lo que se publica en portada depende de la linea e intereses de los medios y que estos están manipulados según conviene, si lo que sale en televisión de forma recurrente, durante días, semanas, meses, de forma permanente casi durante más de un año sale efectivamente porque resulta funcional a los propietarios de los medios, la pregunta inmediata es ¿qué tiene Podemos para que esos medios le abriesen las puertas como lo hicieron en su fase inicial y determinante de su lanzamiento? Tal pregunta es incómoda, no ha de extrañarnos que se haya escogido criminalizar al redactor concreto, callando sobre las estructuras de poder —con nombres e intereses sistémicos conocidos— que deciden quien sale y no sale en las cadenas a las que pertenecen la Sexta, Público, La 5 y todas las que a fín de cuentas, han proporcionado en estos dos años a Podemos un apoyo y cobertura sorprendente. Sin duda un gran tema para ser analizado en debate público en sede universitaria. Ah, eso sí, olvídense de que eso lo vayan a cubrir los medios.

Pedro A. García Bilbao

Fuente: Sociología Crítica

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