Brais Fernández
Militante de Anticapitalistas y del secretariado de redacción de Viento Sur
Si la ‘audacia‘, la palabra de moda, sólo se puede medir por el grado de sorpresa que genera entre los adversarios (sea en un partido de fútbol o en política), no se puede negar que la propuesta de Podemos al PSOE, ofreciendo un gobierno conjunto junto con IU, en donde los ministerios se repartan proporcionalmente a los votos, ha sido uno de los golpes de efecto más audaces que hemos vivido durante los últimos años. Todos los partidos se han quedado noqueados, sin saber muy bien cómo reaccionar: la normalidad no ha llegado todavía al nuevo ciclo político.
El PSOE ha sido el principal afectado. Ha quedado ante la opinión pública como un partido sin iniciativa, atrapado en sus dinámicas internas, incapaz de salir rápidamente con una propuesta para la cuestión del gobierno. Paralelamente, se han agudizado las contradicciones entre varios sectores de su partido. Los sectores más vinculados directamente al capital como Felipe González se han puesto muy nerviosos. No es de extrañar. En realidad, reflejan una verdad muy sencilla que, aunque no se diga en alto muy a menudo, marca todo el periodo: el hecho de que los sectores hegemónicos de las clases dominantes no están dispuestas a hacer ningún tipo de concesiones, ni a retroceder lo más mínimo en su agenda de recortes y de austeridad, bloqueando en la practica toda posibilidad reformista, como hemos visto en Grecia. Este sector está apoyado por los llamados barones, representantes de la casta política, inquietos porque los de Podemos, a los que consideran advenedizos, les releven poco a poco de sus puestos.
Pedro Sánchez ha parecido en algún momento más abierto a un acuerdo de algún tipo, aunque trate de mantener su ya maltrecha dignidad exigiendo respeto. No olvidemos que si alguien también es de la casta, ese es Pedro Sánchez. Votó disciplinadamente a la contrarreforma del artículo 135 de la Constitución que priorizaba el pago de la deuda sobre los servicios públicos, nada que ver con otros socialistas europeos que en algún momento se han rebelado contra la austeridad como Melenchon o Corbyn).
Ha llegado a ser candidato con el apoyo de la burocracia social-liberal, tras una trayectoria digna de un komsomol: asesor con 26 años en el Europarlamento, concejal en el ayuntamiento de Madrid, diputado. En definitiva, corresponsable de todas las políticas de su partido, de las que no hace auto-crítica y celebra orgullosamente, amenazando continuamente con retomarlas. Incapaz de entender las canciones de Bob Dylan (the times they are a-changin), aferrado a un nacionalismo español incapaz de suturar la crisis de régimen, no debe ser fácil la situación para Pedro: mientras Podemos le exige un acuerdo mientras ataca a su partido, los poderes fácticos de su partido conspiran contra él y prefieren, como ya ha dicho Felipe González, un pacto PP-Ciudadanos con el PSOE de comparsa.
La posición de Sánchez se definirá en función de varios factores: la relación de fuerzas interna y externa, las lecciones de Grecia y el PSOK (¿está dispuesto el régimen a inmolar a su principal herramienta de integración de las clases subalternas en un gobierno de gran coalición o es el momento de tratar de domesticar a las nuevas fuerzas a través del conflicto?), su necesidad casi patética y cobarde de evitar nuevas elecciones para garantizar su supervivencia o el papel que Sánchez se haya autoasignado en la Historia. Eso sí, nunca podrá librarse del leviathan de la troika: pase lo que pase, sus amos le exigirán que las cuentas salgan. Gobierne o no con Podemos, por cierto.
Hay un tercer factor operando dentro del PSOE, irrelevante a nivel práctico, pero con cierta importancia a nivel simbólico. La Izquierda Socialista, cuyo representante más conocido en la actualidad es Pérez Tapias, es la única que se posiciona abiertamente por el acuerdo con Podemos. Hay que reconocer un par de cosas sobre este sector. Por un lado que este sector es lo más honesto, potable y abierto del PSOE. También el más impotente y tendente a jugar un papel funcional, aunque de forma involuntaria, a la construcción del PSOE como paraguas de la progresía española. Cualquiera que se haya movido un poco en los cenáculos de la izquierda española ha escuchado la frase de “yo soy socialista, pero de los verdad”. ¿Es el momento de que esa frase comience a significar algo y a no ser una mera justificación de todo tipo de traiciones?.
Si bien estas son algunas de las contradicciones que operan en el PSOE, no deberíamos olvidar que el PSOE es una ‘unidad’ y un ‘aparato del Estado’, tal y como los entendía el brillante marxista griego Nicos Poulanztas. El PSOE ha sido el partido de la ‘unidad’ a ‘través de los aparatos del Estado’. Ha sido capaz de ser el principal baluarte y constructor del régimen del 78 manteniendo la unidad entre partes antágonicas, integrando a amplios sectores de la clase trabajadora en el Estado. Esto lo ha hecho derrotando estratégicamente a todo vestigio de disidencia porque, por supuesto, la ‘unidad para el PSOE’ siempre ha significado la subordinación de las clases populares a las élites económicas. ¿Recuerdan la desindustrialización a principios de los 80, la entrada en la UE en donde se intercambió dinero en efectivo para construir infraestructuras en plan populista a cambio de potencia productiva, recuerdan quién introdujo y fomentó el trabajo temporal en España?.
Lo que está en juego, y lo que Podemos ha puesto encima de la mesa es una pregunta muy clásica: cuál es la definición del margen real de autonomía del Estado en relación a la sociedad de clases en el curso de una situación de crisis. En realidad, si el PSOE asumiera el pulso de Podemos, como partido útil para el capital, no lo haría de manera pre-gramsciana, confrontando de forma frontal con las nuevas fuerzas políticas emergentes. Aunque para Felipe González y sus colegas carcas esto sería una demostración de fuerza, en realidad el probable rechazo del PSOE a la oferta de Podemos es una demostración de debilidad y de la pérdida del rol central que la socialdemocracia ha jugado en la política europea, de su capacidad para integrar y a la vez aniquilar disensos.
No creo que Podemos busque el pacto con el PSOE de forma cerrada. La economía política no deja mucho margen para ello. Más bien buscan abrir una brecha en una situación estancada, generar contradicciones en el PSOE y evitar quedarse cuatro años en la oposición. Para la dirección de Podemos es mejor una repetición de elecciones o (aunque sea la opción menos probable) gobernar con el PSOE en una situación de crisis permanente y manteniendo abierta la inestabilidad, evitando que se cierre el ciclo, que convertirse en una IU más grande a la izquierda del gobierno. Por supuesto, puedo haber consecuencias imprevistas y no deseadas en esta jugada audaz, como colocar a un enemigo como el PSOE en el campo del cambio o verse obligados, en el caso de que el PSOE acepte el órdago, a romper la baraja y cancelar la posibilidad de un “gobierno del cambio” que probablemente haya ilusionado a sectores muy amplios de la población. O peor, a gobernar con el PSOE, y a ser corresposable de un gobierno, que, seamos serios, no está ni preparado ni tendría como horizonte enfrentarse con una Troika que ya prepara el cobro de 13 mil millones de euros en austeridad para España.
Porque al final, la reacción del establishmennt a la propuesta de gobierno de Podemos ha puesto encima de la mesa lo mismo que se puso en Grecia y lo mismo a lo que se tendría que enfrentar un gobierno de Podemos: que las élites económicas y políticas son inflexibles, que no están dispuestas a ceder lo más mínimo. Se ha acabado en Europa el tiempo de las ‘reformas’. Atrevámonos a abrir el de las ‘revoluciones’. No nos dejan otro camino.
Fuente: Público
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