La izquierda realmente existente es una categoría histórica, que varía conforme las condiciones concretas de lucha. Ya fue una izquierda de “clase contra clase”, que incluía a corrientes anarquistas, socialistas y comunistas. Ya fue antifascista, conforme las corrientes de ultraderecha se fortalecían, especialmente en Europa. Ya fue democrática y popular, socialista, conforme las fuerzas propias que tenía y los enemigos a enfrentar.
Conforme el capitalismo ha ingresado en su era neoliberal, ha asumido la centralidad de las tesis del libre comercio, de la mercantilización, se planteó a la izquierda el desafío de la ruptura con el modelo neoliberal y la construcción de alternativas superadoras de ese modelo –que se han designado como posneoliberales.
Hace década y media, esa perspectiva no estaba clara. ONG, algunos movimientos sociales e intelectuales planteaban la lucha en el nuevo período como una lucha antipolítica, antiEstado, antipartidos, proponiendo como su centro una “sociedad civil”, con límites no claramente definidos con el liberalismo. Proponían que los movimientos populares mantuvieran una “autonomía respecto a la política, al Estado, a los partidos”. Han impuesto esa orientación como predominante en los Foros Sociales Mundiales, con algunos movimientos como los piqueteros argentinos y los zapatistas mexicanos como los ejemplos de esa orientación.
Una década y media después, el campo de lucha quedó mucho más claro, no sólo teóricamente sino principalmente en el campo político concreto. Las fuerzas que se han fortalecido –especialmente en América Latina, pero también en Europa– han sido las que han centrado su lucha en la superación del neoliberalismo. Han redefinido el rol del Estado, en lugar de oponerse a él. Han recuperado el lugar de la política y de los partidos, en lugar de rechazarlos. Tesis como las de Toni Negri y de John Holloway sobre el carácter reaccionario del Estado y la posibilidad de transformar el mundo sin tomar el poder, entre otras, personificaban esas teorías, han quedado superadas por la realidad, mientras el FSM se ha vaciado en manos de las ONG. Son los gobiernos que han logrado un inmenso proceso de democratización social en países como Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, eligiendo y reeligiendo gobiernos con amplio apoyo popular, los que han surgido como las referencias de la izquierda en el siglo XXI. Han logrado la hazaña de avanzar a contramano de las corrientes predominantes en el capitalismo a escala mundial, disminuyendo la miseria, la pobreza, la desigualdad y la exclusión social.
Se han proyectado así como el eje y la referencia de la izquierda a escala mundial, con líderes reconocidos como Hugo Chávez, Lula, Néstor y Cristina Kirchner, Pepe Mujica, Evo Morales Rafael Correa, entre otros. La realidad concreta ha probado quién tenía razón en el debate sobre la naturaleza de la izquierda en el nuevo período histórico.
Mientras esos liderazgos se han afirmado, las que deberían ser las referencias han desaparecido –como es el caso que debería ser paradigmático del “autonomismo piquetero”– o han quedado reducidas a la intrascendencia –como es el caso de los zapatistas. Todo ha pasado sin que los intelectuales que propusieron esa vía como alternativa hayan mínimamente hecho un balance de ese fracaso. Como son intelectuales desvinculados de la práctica política concreta, no tienen responsabilidades por lo que han escrito ayer y se dedican a otras tesis.
Muchos de ellos, fracasadas las tesis autonomistas, se han dedicado a la crítica de los gobiernos que han avanzado concretamente en la superación del neoliberalismo. Sin captar el carácter nuevo de esos gobiernos, los han tildado de “traidores”, de “extractivistas”, de “neodesarrollistas”, muchas veces aliándose con la derecha –la verdadera alternativa a esos gobiernos– en contra de las fuerzas progresistas en esos países. No han captado la naturaleza esencialmente antineoliberal de esos gobiernos. Algunos intelectuales, latinoamericanos o europeos, pretenden ser la “conciencia crítica de la izquierda latinoamericana” con sus posiciones desvinculadas de las luchas y las fuerzas concretas, sin que sus tesis hayan desembocado en la construcción de ninguna fuerza alternativa. Las alternativas a los gobiernos posneoliberales –como queda claro en Venezuela, en Argentina, en Brasil, en Uruguay, en Bolivia y en Ecuador– siguen siendo las viejas fuerzas de la derecha, mientras que las posiciones de ultraizquierda siguen en sus posturas críticas, sin ninguna injerencia en las luchas concretas. No por acaso sus defensores son intelectuales, que hablan desde sus cátedras académicas, sin ningún arraigo en las fuerzas sociales, políticas y culturales reales.
Mientras tanto, los únicos gobiernos que han avanzado en la superación de las políticas de centralidad del mercado, de eliminación de los derechos sociales, en la subordinación a la hegemonía imperial norteamericana, han sido los que han sabido definir la centralidad de la lucha contemporánea como la lucha antineoliberal.
No solo en América Latina, incluso en Europa, la definición de la centralidad de las luchas contemporáneas de la izquierda alrededor de la superación del modelo neoliberal, se impone, sea en Espana, en Portugal o en Grecia, con la conciencia de que la lucha contra la austeridad es la forma que asume en Europa la lucha antineoliberal, relegando otras posiciones a los libros y a las cátedras académicas.
Incluso en el momento en que gobiernos posneoliberales enfrentan dificultades reales para pasar de la primera a una fase más avanzada de sus luchas, las posiciones ultraizquierdistas, que hablan del “fracaso” de esos gobiernos, no explican su propio fracaso, al no lograr construir ninguna fuerza alternativa a esos gobiernos, lugar ocupado por fuerzas de derecha. Hablan de “fin de ciclo”, cuando lo que se presenta no es la superación de un ciclo, sino formas de recomposicion conservadora, de retroceso neoliberal, que no superan un ciclo, sino, al contrario, se proponen a retroceder a un ciclo anterior.
La izquierda del siglo XXI es, así, antineoliberal, la que logra construir fuerzas concretas, alternativas bajo la forma de gobiernos, de plataformas, de grandes liderazgos contemporáneos. El resto son palabras que se lleva el viento, sin cambiar la realidad y, al parecer, ni la cabeza de los que las escriben y son derrotados junto a ellas.
La historia de la izquierda contemporánea está escrita y protagonizada por los que logran avanzar en la construcción de alternativas concretas al neoliberalismo.
Por Emir Sader
Fuente: Público.es
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