Jordi Évole y Mariano Rajoy |
No ha habido muchas oportunidades de entrevistar al presidente en funciones durante los últimos cuatro años, al menos en entrevistas basadas en hechos reales. La entrevista de ficción sí la ha practicado en diversos formatos, incluido el de pantalla plana sin entrevistador, y casi siempre con excelentes resultados. Por eso, permitir que un político cacofónico, con una lengua propensa al desliz y un rostro volátil y sensible cual sismógrafo, se coloque durante una hora delante de un periodista tan incómodo como Jordi Évole es una auténtica prueba no tanto de valor como de desesperación suicida. Nixon se ahorcó él solo ante David Frost, pero al menos lo hizo por más de medio millón de dólares. La recompensa para Mariano no ha sido tan sustanciosa: intentar mantener la imagen de una gestión que se cae a cachos. Estados Unidos tuvo su Nixon contra Frost en cuatro asaltos; nosotros tenemos que conformarnos con una hora del Mariano contra Évole. Por algo somos un país de serie B. Con B de Bárcenas.
Los asesores que lo hayan empujado a esta voladura controlada pueden estar satisfechos: la imagen de Mariano no ha salido más perjudicada de lo que ya lo estaba. También es verdad que era difícil perjudicarlo más. Los detractores de Mariano confirmaron lo que ya sabían y sus seguidores también habrán corroborado lo que ya ignoraban. En un auténtico alarde de autodestrucción a sangre fría, el presidente permitió que los hechos -la Gürtel, la Púnica, Matas, Rato, el SMS a Bárcenas- lo fuesen vapuleando de arriba abajo. Cuando habló de presunción de inocencia, Évole le plantó las declaraciones de numerosos miembros del PP tachando a Bárcenas de criminal y delincuente. Fue el dontancredismo llevado a sus últimas consecuencias, con una víctima propiciatoria cruzada de brazos y zarandeada por los aires cornada tras cornada.
Sin embargo, Mariano demostró que es un don Tancredo del método, encajando una bofetada tras otra sin más desperfectos que su habitual mímica a lo Stan Laurel, escudándose en una estadística general donde la gran mayoría de los ciudadanos son buenos, la gran mayoría de los políticos son honrados y hay únicamente unos pocos corruptos (el peor de todos, Bárcenas). Él no va a renunciar a ese optimismo esencial del médico que le anuncia a un paciente un cáncer de colon: “Pero no se preocupe, oiga, sólo tiene enfermo el colon. Por lo demás usted está muy sano”. Incluso se permitió darle a Évole unas clases de periodismo, para que no se fijara tanto en los pequeños detalles de robos, desahucios y miseria, y alabara las cosas buenas del país, como hacen tantos periodistas cortesanos. Le faltó decir que gracias a él sigue saliendo el sol por las mañanas.
Mariano no se movió ni un milímetro de su posición porque -como en aquella historia china del perfecto verdugo que contaba Cortázar- sabe que su cabeza ya está cortada y que basta un estornudo para que ruede por el suelo. Por no arriesgar, no arriesgó siquiera una posible victoria del Madrid en el Nou Camp, que podía haber sido la única verdad que ha dicho desde aquel revelador lapsus freudiano de “lo que nosotros hemos hecho ha sido engañar a la gente”. Como explicó él mismo varias veces, “nadie es perfecto”. Mariano no es que sea mucho de nombrar películas, novelas, poemas o cultura en general, pero, sin saberlo, citó a Billy Wilder. A lo mejor no sabía que era una frase de comedia, pero si continúa otra legislatura al frente del país, va a conseguir que la tragedia suceda a la farsa.
David Torres
Fuente: Público.es
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