Los últimos datos macroeconómicos confirman lo que ya sospechábamos: que la culpa de la crisis es de la herencia recibida y que cuatro años de recortes y ajustes brutales no bastan para cuadrar las cuentas. De momento, según las últimas órdenes recibidas de Bruselas, harán falta 24.000 millones de euros más para el próximo ejercicio, una barbaridad numérica que suena a cantidad redonda y, efectivamente lo es, como que tocamos a dos mil millones por mes a contar desde enero. A la pérfida excusa de Zapatero sobre el dispendio de las Comunidades Autónomas, Montoro ha añadido el pago del tratamiento de la hepatitis C, aquella que no pagaron y por la cual murió un montón de gente: una crisis sanitaria para explicar otra económica.
Tiene mucho mérito este razonamiento criminal, sobre todo teniendo en cuenta que más de cincuenta mil afectados por la enfermedad se quedaron sin tratamiento médico y que una verdadera marea de batas blancas reclamó al gobierno la financiación de los fármacos. Los especialistas calculan que fallecen unas diez personas al día de enfermedades producidas por el virus de la hepatitis C. Por eso, para superar el malabarismo financiero de Montoro hay que remontarse al decreto de Himmler exigiendo la expropiación de bienes de los judíos deportados a campos de concentración; así, con el dinero robado, podían sufragar los gastos ferroviarios de su transporte a la cámara de gas.
Hace tiempo que la crisis es una realidad atroz instalada en nuestras vidas, una telaraña negra que los grandes poderes intentan tapar con los trucos de siempre: fútbol, miedo, telebasura, Irán, Venezuela, más miedo, zanahorias de plástico y cifras con muchos ceros. Pero todos hemos asistido al rescate de los bancos mientras dejaban hundirse a las personas, todos hemos visto que cada vez hay más pobres recién estrenados en la pobreza, más niños que pasan hambre y más mendigos durmiendo en las puertas de las cajas de ahorros salvadas con nuestro dinero. A esta reedición del Titanic hay que añadir los cientos y cientos de ladrones, de consejeros, de ministros y de alcaldes, todos esos capitanes que se van forrando los bolsillos de billetes mientras el agua inunda los camarotes.
La historia es triste y no queremos mirarla de frente, aunque casi todos conocemos el caso de algún amigo o algún pariente que se ha quedado en paro, de una pareja rota porque no llegaba dinero a casa, de un negocio que se ha ido a pique en el naufragio interminable de estos últimos años. Ahora, por primera vez en mucho tiempo, se publican en algunos medios estadísticas que suelen permanecer ocultas y nos enteramos que el índice de suicidios se ha incrementado casi un 20% desde 2007. En el periodismo impera un tabú secreto según el cual no se informa jamás sobre suicidios, salvo casos muy excepcionales, debido al riesgo de contagio que puede provocar la noticia. Publicar ahora, en plena crisis, una gráfica con la proliferación alarmante de suicidas es una obscenidad que suena a invitación, a empujón al precipicio, una salida para todos esos elementos no productivos que lastran el desarrollo económico y las cuentas trucadas de Montoro. No vamos a dejar que la hepatitis C haga todo el trabajo.
David Torres
Fuente: Público.es
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