François Ralle Andreoli |
François Ralle Andreoli
Asesor político y representante electo de los franceses de España
Mientras el primer ministro Manuel Valls se paseaba por el salón del Libro de París, y a pesar de sus escoltas, una joven francesa consigue interpelarle: “Señor, ¡no queremos la Ley El Khomri!”, en alusión a la polémica reforma laboral planteada por el Gobierno de Hollande y que hizo salir a la calle a más de un millón de personas en toda Francia. El primer ministro francés, fiel al estilo María Antonieta, contestó sin pensárselo dos veces: “Pues la tendréis”. Valls, como lo fue Sarkozy, es un emblema de lo que hemos llamado en Francia el austeritarismo. Contracción de austeridad y autoritarismo, bien conocido en España: la conjunción de recortes masivos conformes a los pactos de estabilidad europeos (Valls superando a Sarkozy), acompañados de un ‘reformismo’ neoliberal obtuso y de un autoritarismo evidente (insensibilidad a las protestas, ausencia de diálogo social, represión policial, ley mordaza…).
Obsesionados por el avance de la derecha y del Frente Nacional, Valls y Hollande se han encerrado en un remake, que alude a la vía de Tony Blair (y del Patriot Actde Bush después de los atentados). Resulta irritante ver cómo Valls insiste en su afán de parecer un reformista moderno, duro y determinado. En 2013, envió a la Policía para deportar a una pequeña gitana kosovar en plena excursión escolar. Asimismo, mandó a los antidisturbios contra los ecologistas de Toulouse en 2014 (donde murió el joven Rémi Fraisse). Ahora envía a la Policía para desalojar asambleas generales de estudiantes en las universidades. La entrada de las autoridades en el universo escolar o universitario es un limite que se ha traspasado muy pocas veces y que además, se considera como una transgresión grave de libertades en la historia de la izquierda francesa. Las imágenes de policías golpeando a manifestantes menores de edad delante del Instituto Louis Bergson de París completan ese triste panorama del ‘neo-bonapartismo socialista’.
La verticalidad del poder hiperpresidencialista de la quinta República, la obstinación de Hollande en buscar la “centralidad y el reformismo liberal” (los defensores del “pacto naranja” deberían mirar hacia donde han llevado esos planteamientos en Francia), han encerrado al Gobierno francés en un callejón sin salida. No se entiende su estrategia. ¿Llevar a Valls a la carrera presidencial dejando de lado a un Hollande a la deriva (sólo el 14% de los galos lo ven como presidente en 2017)? ¿O intentar relanzar a Hollande utilizando a Valls como ultimo fusible? El propio Rajoy, cuya reforma laboral habría inspirado las leyes de Macron y El Khomri (lo reconoce Macron), intentó suavizarla en los últimos meses antes del 20-D. Hollande, por su parte, como en una carrera a contrarreloj, estaría ya preparando otra reforma de las jubilaciones. Pero, es posible que haya ido demasiado lejos esta vez, porque en Francia cuando los adolescentes salen a la calle, todo se hace posible.
Es poco probable que esos jóvenes que han llenado las calles francesas por tercera vez en un mes, tengan como libro de cabecera El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Karl Marx. El filósofo alemán que hizo de la historia francesa un marcador central de las contradicciones del continente, recordaba con humor que a veces la historia se repite como una farsa comparando los dos golpes de los Bonaparte en 1799 y 1851. En seguida, cuando vemos converger a miles de estudiantes y trabajadores en las calles de Francia nos surgen referencias y ganas de ver una historia que se repite, desde 1968. Aquí, la farsa se juega en los palacios ministeriales donde gobiernan supuestos socialistas que seguramente en 1986, 1995 o 2006 se manifestaban en circunstancias parecidas en las calles o brindaban todo su apoyo a los muchachos enfurecidos por las medidas de la derecha en el poder.
Hace 30 años, en 1986, una generación de políticos, muchos del PS, surgió de las manifestaciones estudiantiles que hicieron caer al ministro Chirac, Devaquet y su reforma universitaria. Esas manifestaciones en las que falleció el joven Malik Oussekine, que fue apaleado por los policías, fue una de las escenas fundadoras de la movilización social francesa de las ultimas décadas.
También en 1995, el país se bloqueó contra la reforma de las jubilaciones de Chirac, sin olvidar en 2006 el contrato de trabajos basuras (CPE) que tuvo que abandonar Dominique de Villepin, vencido por los adolescentes que salieron a la calle. Si miramos esa secuencia, ha habido repetidas movilizaciones sociales en Francia que no han conseguido trasformarse en una traducción política de peso, como ocurre hoy en día en España, salvo el Gobierno de Jospin de 1997 a 2002. Éste desapareció del mapa por equivocarse en su campaña de 2002 que enfocaba la “centralidad” y no el balance social solvente de su gobierno. Su partido es hoy el blanco de los jóvenes franceses que quieren proteger su futuro frente al abaratamiento del despido, al aumento de la jornada laboral y otros cuantos retrocesos.
¿Logrará el movimiento actual que se retire el texto de ley y que caiga algún/a ministro/a? Las manifestaciones de este jueves muestran un movimiento que se fortalece, ya que hubo tres veces más manifestantes que en la del 9 de marzo, a pesar de la lluvia en muchas ciudades.
Hay elementos muy interesantes que dejan ver nuevas formas de llamamiento ajenas a las fuerzas organizadas o sindicatos, como el éxito de la petición lanzada contra la ley que estableció un récord de firmas, igual que la creatividad de los muchachos blogueros en torno al hashtag #onvautmieuxqueça (#valemosmasqueeso), que recuerda a las movilizaciones de Jóvenes Sin Futuro en España. También, aparecen intelectuales de referencia, aunque sean pocos de momento, como el economista antiausteritario Fredéric Lordon que intervino en la universidad de Tolbiac delante de una sala abarrotada, recordándonos a Bourdieu tomando posición frente a los intelectuales y sindicatos realistas del establishment en 1995. Lordon recordó que la confluencia del salariado y de los estudiantes es la pesadilla de los tecnócratas y del poder.
Son elementos muy importantes, que demuestran que existen condiciones para construir una alternativa de un nuevo tipo en Francia. Pero, si el miedo a un futuro incierto y la determinación de la juventud (más de 200 institutos participaron en la jornada de ayer) son reales, no parece previsible un bloqueo del país parecido al de las huelgas de los 90. Aun así, cuando Francia se mueve, es una buena noticia para todos. Dos nuevas jornadas están convocadas para el 5 y el 9 de abril.
Fuente: Público.es
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