Hollande |
Sobre el horror que viví ayer por la mañana tras enterarme de los atentados de Bruselas, después sentí terror y asco al darme cuenta de en manos de quién está esta guerra (si se le quiere llamar así) contra el Estado Islámico. Fue a las 12.37 del mediodía, cuando el presidente francés, François Hollande, compareció ante la nación, ante Europa y ante el mundo para valorar la posición de la Quinta República tras la barbarie. Después de hilvanar los habituales tópicos sobre el dolor por las víctimas, la solidaridad con el país atacado, el anuncio del consabido y creciente refuerzo de control policial y militar en fronteras y la frase vacua escrita para la su biografía en wikipedia (“Esta guerra contra el terrorismo debe de llevarse a cabo con sangre fría”), el socialista galo abordó en ese minuto 12.37 del mediodía la clave de todo esto. La clave de lo que piensa y quiere para Europa. El trapo sucio de su bandera íntima: “No habrá desarrollo económico ni habrá una inversión duradera si no hay seguridad. La seguridad es también un elemento de la atracción [inversora]”.
Mientras los bomberos belgas aun sacaban cadáveres de los escombros, Hollande nos hablaba de lo mal que le sientan estos bombazos y estos desastres a sus jefes, el capital, los mercados, los inversores. Hay que acabar con el terrorismo porque nos rebaja la calificación Standard&Poor´s, chicos. Aunque eso signifique terminar con la libertad, la igualdad y la fraternidad. Al fin y al cabo, terminar con Europa.
No digo que no sea evidente y hasta perogrullesca la idea de que el terrorismo ahuyenta la inversión. Los inversores decentes de los que habla Hollande, cuando un país está en guerra, solo invierten en armas. Y decir que el terrorismo ahuyenta a los mercados en el mismo instante en que una treintena de tus vecinos están desparramados por aeropuertos y estaciones de metro, es repugnante. Es como si tu pareja te anuncia que su padre acaba de morir y lo primero que preguntas es cuánto nos toca de herencia.
Realmente, el discurso de Hollande, que ya he visto que algunos medios van calificando de histórico, es sencillamente una propuesta de reconstrucción europea en los sentidos militar y económico, jamás solidario o social, y mucho menos libertario. El terrorismo siempre gana la batalla. Aquí ETA consiguió una ley de partidos y unas reformas penales que nos pusieron al borde de la desdemocratización. Baste recordar que un periódico, Egunkaria, fue cerrado en Euskadi sin razón alguna, como después se demostró en las sucesivas sentencias absolutorias. Pero los dueños de la empresa chuparon cárcel, se arruinaron y nadie compensó jamás la muerte del periódico. Cada vez que me hablan de libertad de expresión en España, a mí me entra la risa del payaso triste, que no es risa, es solo mueca.
La guerra a lo bestia que ahora Hollande nos anuncia que hay que iniciar, con prosopopeya de estadista, ya la iniciamos a lo bestia con la invasión ilegal de Irak (en contra del criterio de una ONU a la que se apela solo cuando su normativa beneficia los intereses de esos mercados a los que, entre muertos, ayer trató de tranquilizar el presidente francés). Y el negocio continuará. El negocio de la industria armamentística. Francia lleva vendiendo armas en Siria desde que arrancó el conflicto. Sería interesante cuantificar cuántos billones ha ingresado el país galo (su oligarquía manufacturera criminal, mejor dicho), desde que se decidió intervenir en Oriente Próximo. Pobre Europa, pobre socialismo europeo, pobres de nosotros.
Aníbal Malvar
Fuente: Público.es
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