La Habana no nació con los Rolling. Ni Cuba comienza su año cero con la visita de Barack Obama. Pero algo lleva tiempo cambiando en la isla y nadie sabe a ciencia cierta qué nombre ponerle. Allí naufragó la flota de Narváez cuando buscaban las siete ciudades de Cíbola. Allí desaparecieron los indios y llegaron Changó y Yemayá entre un puñado de santos cristianos mientras los terratenientes se negaban a abolir la esclavitud en las Cortes de Cádiz y hubo que esperar hasta 1886. Fue la fidelísima a la Corona española, pero también el machete de Martí tumbando a los tiranos. La isla kistch del mural de la prehistoria de Pinar del Río abraza al museo de Napoleón Bonaparte, entre cantables de Orishas, Compay Segundo, Vicente Feliu y Habana Abierta.
Imposible retratar a Cuba en blanco y negro, Con cual de ellas te quedas: ¿con la de la revolución como un sueño o como una pesadilla? ¿Con la del Granma o con la de la Cámara de Comercio de Miami? ¿Con la que deportó a la mafia estadounidense que controlaba el sector hotelero o con la que negó la entrada a los cubanos a sus propios hoteles? ¿La que cerró orgullosa los burdeles o la que toleró a las jineteras?¿Con la de los balseros con hambre de horizonte o con la de los comités de defensa de la revolución controlando el barrio? ¿Con cuál nos quedamos, con la del Ché como un héroe o como un villano? ¿O es que no pudieron ser los dos al mismo tiempo, contradictorios como somos, mágicos o brujos?
Somos muchos –disculpen los intensos– quienes gustamos al mismo tiempo de Bola de Nieve y de Antonio Machín, de Celia Cruz y de Bebo Valdés, de Silvio Rodríguez y de Carlos Varela, de Pablo Milanés y de Gloria Estefan. ¿Cómo renunciar a Eliseo Diego o a Nicolás Guillén, a Herberto Padilla, a César López, a Guillermo Cabrera Infante, a Manuel Díaz Martínez y a Cintio Vitier, a José Lezama Lima o a Zoe Valdés, a Nicolás Guillén o a Leonardo Padura, a José Olivio Jiménez o a Miguel Barnet, a Pedro Juan Gutiérrez o a Dulce María Loynaz?.Cuba es una pintura de José Pérez Olivares y un estribillo de los Van Van, al mismo tiempo. ¿Cómo elegir entre “Fresa y chocolate” o “Los días del agua”? O entre René de la Cruz, su hijo Renecito o cualquiera de los cómicos que le echan un pulso a la censura en las noches de “El Cocodrilo”. No hay moneda sin cara y cruz. Cuba tiene anverso y reverso y todos los que la amamos lo sabemos de sobra.
Qué buen momento perdió Raúl Castro esta semana. Podría haberle espetado al inquilino de la Casa Blanca: “Mantenemos una moratoria sobre la pena de muerte desde 2003. Ahora vamos a abolirla”. Pero no lo hizo. El presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de Cuba, podría haber retado al todavía hombre más poderoso del mundo: “¿Y qué harás tú con respecto al país que presides, donde todavía hay treinta y un estados que aplican la última pena?”.
No hubo caso. Así que Obama pudo aludir sin sonrojo alguno a la persecución de la disidencia cubana y de las nada virulentas mujeres de blanco, un fenómeno que denuncian periódicamente las organizaciones de Derechos Humanos y que la torpeza de la burocracia policial hizo especialmente visible en vísperas de la visita protagonizada esta semana por el amigo americano. Sin embargo, ¿cómo puede sacar pecho de los derechos humanos Estados Unidos si, a pesar de los claro esfuerzos de su actual mandatario, Guantánamo sigue siendo sinónimo del espanto? Si hemos de creer lo que declararon luego de su encuentro en el Palacio de la Revolución, Castro tampoco le reprochó los uniformes naranjas, las cadenas, ese presidio ilegal de hace quince años que ahora empieza a desdibujarse de la historia mundial de la infamia.
No obstante, como si los derechos humanos y los derechos civiles fueran una especie de menú a elegir, el hermano de Fidel sacó pecho de otros logros que también recoge Naciones Unidas, como el de la Educación y el de la Salud, mucho más generalizados –salvadas las distancias y las dimensiones– en la Perla del Caribe que en Estados Unidos donde se calcula, según las cifras más piadosas, que existe un 14 por ciento de analfabetos y un servicio de salud casi comparable al de la antigua beneficencia. Hay cuarenta mil cubanos becados para cursar estudios universitarios fuera de su país y cincuenta mil profesionales de la salud repartidos en distintas misiones a la largo del mundo. Claro que también hay vendedores ambulantes de libros capaces de impartir una conferencia sobre Alejo Carpentier. Y es cierto que se desviaron fondos del sistema de salud, al turismo sanitario cubano, durante el periodo especial, para conseguir dólares foráneos a costa de las restricciones internas.
En el santuario de Nuestra Señora del Cobre se agolpan los exvotos, desde revólveres a saxofones. Hay rogativas por los revolucionarios del 59 y por los disidentes de hoy. La policía turística vigila la playa de Siboney y en Santiago de Cuba las estrecheces bailan guarachas con la alegría en la casa del son cubano. Los turistas de la pulsera de plástico en Varadero saludan a los cruceristas que acaban de llegar a puerto. Los campesinos se sacuden el hambre con las tierras que les ha repartido el Gobierno y algunos de los que se marcharon están volviendo a casa. El lector de la fábrica de tabacos ha sido sustituido por las radionovelas, pero los cohibas de contrabando circulan por el mercado negro. La isla que persiguió a los homosexuales acepta locales de ambiente. El amor no es un tabúHay un plymouth del 50 frente al callejón de Hamel, donde La Habana se hace jamaica y el chinatown de antes de las ollas exprés dialoga con la giraldilla: “No me fuí de Cuba por motivos políticos –me relató un cubano de la diáspora–. Me fuí porque me aburría. Anunciaban de repente una película de Woody Allen que la televisión cubana iba a dar un miércoles y me pasaba la semana rogando para que no hubiera ningún asunto trascendental que mereciera ese día un discurso de cuatro horas por parte del comandante”.
En el poder faltan negros y sobran en las cárceles. ¿En Estados Unidos o en Cuba? Deme usted la lista de los presos políticos que hay en Cuba, reclamó Raúl a un periodista. Si los encuentra –le espetó–, serán liberados en una hora. Hay varias relaciones de nombres que están en la cárcel por motivos políticos y la opositora pero tolerada Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN) está dispuesta a discutir caso por caso. Esta ONG calcula que existen 89, aunque once de ellos ya fueron liberados pero no amnistiados, así que entre rejas puede haber 77. Aunque fuera uno, como dicen que era Arnaldo Otegui en las cárceles españolas, sería una cifra insoportable. Sin embargo, nada que ver con los encarcelados en China, por ejemplo, con quien Washington mantiene excelente relaciones comerciales ni con la Argentina de la Junta Militar de hace cuarenta años, con su represión inspirada por el Pentágono.
Quizá ahora no hagan falta milicos para imponer el nuevo orden mundial. Los chinos, por ejemplo, andan invirtiendo en refinerías cubanas y también le han echado el ojo a Costa Rica. Y ahora que la Venezuela chavista está contra las cuerdas del Parlamento opositor, quizá haya nichos de negocio en el sector turístico de la isla, donde España fue líder pero cuya presencia se ha visto tan arrinconada como el papel de la Unión Europea en la búsqueda de una solución razonable, una salida sostenible de cara a un porvenir que preserve las conquistas revolucionarias y las reconcilie con las libertades.
El resto del tiempo, Barack y Raúl hablaron probablemente de dinero. De qué ocurrirá si el Congreso de los Estados Unidos asume la audacia de su presidente y cancela el estúpido embargo que rige sobre la economía cubana desde hace medio siglo. Que Donald Trump coja confesados nuestros sueños del final de la guerra fría. El negocio de la energía, más allá del turismo, puede resultar un filón interesante. Y Cuba puede suponer un ejército de mano de obra barata y cualificada a la que los lobos de Washington no estarían dispuestos a renunciar. Ahora bien, varias generaciones de cubanos se preguntarían en ese caso si han merecido la pena cinco décadas de sacrificios para dejarse colonizar por las sobras de la reserva federal norteamericana.
Desde la caída del muro y el fin del campo socialista –que es como llaman allá a la vieja Unión Soviética–, a los cubanos les gusta el verbo “resolver”. Salen a resolver la supervivencia diaria, aunque de un tiempo a esta parte el dinero fluye, al menos en las principales ciudades. En el campo, es distinto: la Federación Latinoamericana de Mujeres Rurales viene promoviendo acciones de protesta en una campaña a la que han bautizado “Con la misma moneda”. Mientras Obama y Castro hablaron de incrementar la presencia de dólares en la isla, los cubanos pretenden que se suprima las diferencias entre el peso cubano en el que perciben sus salarios y el pesco convertible, el CUC, que ha dolarizado en gran medida su economía, provocando un escalón social tan apabullante como el que media entre las casas de protocolo y algunos paraderos de la Habana Vieja.
Hay una Cuba que sigue con los barbudos en Sierra Maestra y otra que cree que el paraiso es Florida. El poder absoluto de Machado y la corrupción de Batista, frente a las noches del Tropicana y el ron circulando por el malecón en La Canoa. La Cuba que niega la revolución y la que niega cualquier otra cosa que no sea revolucionaria. Cuando las manifestaciones a favor del regreso de Eliancito, frente a la oficina de intereses de Estados Unidos, no faltaba quien cambiara camisetas estampadas con el rostro del niño por unos vaqueros aunque estuviesen raídos. Entre Hemingway y Guayasamín, está Antonio Gades de bronce en la plaza de la Catedral. Ocurra lo que ocurra, siempre nos quedará un verso de Waldo Leiva y una canción de Augusto Blanca en las trovadas, o el rapeo de unos rastafaris en cualquier fiesta de azotea. Y mucho más: el velorio de Pachencho, los brigadistas y los gusanos, los dedos de Chucho, un veterano de Angola, una sindicalista de provincias, los mambises chinos, los cocotaxis, los ñañigos rebeldes, un jonron en la cancha de beisbol, un paladar que no parezca un restaurante, Fernando Ortíz siguiéndole la pista a los negros curros mientras Natalia Bolívar descifra el palo monte a los pies de la escultura gigantesca de su tatarabuelo Simón.
Se fue Barack Obama y se irán los Rolling. Se quedarán los cubanos a resolver su destino. Y España tendrá que decidir cual es su papel en esa encrucijada. Si será parte de la solución o, como casi siempre, parte del problema. Cualquier día, en Cuba, nuestro país amanecerá con hormigas en la boca. Y algunos se preguntarán por qué. Sobre todo, los fanáticos que se empeñen en ver una sola cara de su doble certeza.
Juan José Téllez
Fuente: Público.es
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