Javier Pérez Royo 16/10/2016
Nos estamos aproximando al fin de la Segunda Restauración. No hay ningún otro país europeo en el que la necesidad de reforma constitucional esté tan presente como en España. Y, sin embargo, la Reforma ni está ni se la espera
Hace unos años Christopher Clark, catedrático de Historia en la Universidad de Cambridge, publicó un libro con el título Sonámbulos. Cómo Europa entró en guerra en 1914, en el que desarrolla la tesis de que ningún país específicamente tuvo interés en poner en marcha el proceso que condujo al desencadenamiento del conflicto, pero todos, cada uno a su manera, fueron dando pasos que acabaron haciendo la guerra inevitable. Nadie quería la guerra, pero todos como sonámbulos se movieron en esa dirección. Cuando se despertaron, ya era tarde.
Entre la Europa de los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial y la España de este segundo decenio del siglo XXI es imposible encontrar semejanza alguna digna de mención y, sin embargo, la metáfora del sonambulismo que acabó conduciendo a una guerra resulta apropiada para retratar lo que está ocurriendo en España respecto de la Restauración de la Monarquía. No hay nadie en España con audiencia mensurable en términos de opinión pública que haya levantado la bandera de la República como alternativa y, sin embargo, los pasos que se están dando por todos los actores políticos y por todas las instituciones apuntan a la inviabilidad del sistema político en el que descansa la Monarquía restaurada.
En este sentido, entre la crisis política que puso fin a la Primera Restauración y la crisis que está viviendo la Segunda hay una clara diferencia. La República estuvo presente de manera inequívoca en la crisis de los años finales de vigencia de la Constitución de 1876. Hubo un Pacto de San Sebastián y hubo candidaturas republicanas en las primeras elecciones que se celebraron tras la suspensión de la vigencia de la Constitución por el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. El triunfo de las candidaturas republicanas en las capitales de provincia en las elecciones municipales de abril de 1931 puso fin a la Primera Restauración de nuestra historia.
Nada parecido es rastreable en la crisis que está atravesando desde hace unos años la Segunda Restauración. Ni hay partidos republicanos con presencia mensurable en la sociedad española, ni hay nada que apunte a una suerte de Pacto de San Sebastián, ni nada por el estilo. De acuerdo con la serie histórica de los barómetros del CIS la Monarquía ha tenido una valoración positiva continuada desde la muerte del general Franco hasta los muy últimos años del reinado de Juan Carlos I, en los que se produjo un bajón pronunciado, habiéndose producido a continuación una recuperación tras la abdicación de Juan Carlos I en su hijo Felipe VI. Nada indica que la Monarquía entre dentro de las preocupaciones de los ciudadanos españoles. El contraste entre la Primera y la Segunda Restauración desde la perspectiva de la alternativa Monarquía/República no puede ser más llamativo.
Y sin embargo entre la crisis que fue final de la Primera Restauración y la crisis, que todavía no sabemos si será final, de la Segunda también hay semejanzas desde otras perspectivas. Fundamentalmente desde la incapacidad en ambos casos de renovarse de la única manera jurídicamente ordenada que puede hacerse en un Estado constitucional: recurriendo a la reforma de la Constitución.
La semejanza es más que notable desde esta perspectiva. En la sociedad española se fue muy consciente desde los últimos años del siglo XIX y, sobre todo, desde los muy primeros años del siglo XX, de que la Restauración de la Monarquía, tal como había sido articulada por la Constitución de 1876, ya no podía ser el marco a través del cual la sociedad española podía expresarse políticamente. Mariano García Canales, en la Revista de Derecho Político en 1981, Núm. 8, pasó revista a Los intentos de reforma de la Constitución de 1876, analizando cómo dichos intentos no pasaron de ser eso, meros intentos, que ni siquiera se ensayaron seriamente. A la altura de 1931 el edificio constitucional estaba hueco y bastó una manifestación tan subalterna del sufragio universal, como son unas elecciones municipales, para que se hundiera.
La sociedad española de este comienzo del siglo XXI también es muy consciente de que el sistema político resultante de la operación de Restauración de la Monarquía en que consistió La Transición, tal como está definido en la Constitución de 1978, no puede continuar siendo, sin reformas profundas, el marco a través del cual la sociedad española puede autodirigirse políticamente. Es una opinión mayoritaria tanto en la opinión pública como en la opinión publicada. Prácticamente unánime en la comunidad académica. No hay ningún otro país europeo en el que la necesidad de la reforma constitucional esté tan presente como en España.
Y sin embargo, la Reforma ni está ni se la espera. La Constitución española no puede ser reformada. Jurídicamente puede serlo. Pero políticamente no. Porque las decisiones constituyentes fundamentales, la Monarquía como premisa indiscutible, la composición bipartidista del Congreso de los Diputados y del Senado, y el carácter antifederal de la estructura del Estado, no se adoptaron por las Cortes elegidas por sufragio universal el 15 de junio de 1977, sino que se adoptaron por las Cortes del Régimen de las Leyes Fundamentales que aprobaron la Ley para la Reforma Política y por el Gobierno preconstitucional presidido por Adolfo Suárez que aprobó el Real Decreto-ley sobre normas electorales en marzo de 1977. Las llamadas Cortes Constituyentes harían suyas dichas decisiones predemocráticamente definidas sin introducir modificación sustantiva alguna. Las Cortes Constituyentes aceptaron un corsé para que la sociedad española pudiera hacer una síntesis política de sí misma de la que no podemos salirnos. El límite que impuso el Régimen nacido de la Guerra Civil a través de la Restauración de la Monarquía a la expresión democrática de la sociedad española nos resulta insuperable.
Por eso estamos donde estamos, en un país en el que se repiten elecciones y en el que corremos el riesgo de volver a repetirlas. Sin que nadie o casi nadie con peso significativo en la sociedad española lo esté buscando expresamente nos estamos aproximando al fin de la Segunda Restauración. La repetición de las elecciones puede muy bien convertirse en la antesala de la Tercera República.
Javier Pérez Royo Catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla.
Fuente: http://ctxt.es/es/20161012/Firmas/8962/España-tercera-Republica-Transicion-Perez-Royo.htm
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