Miren Etxezarreta |
Miren Etxezarreta
Doctora en economía y economista crítica
Doctora en economía y economista crítica
Son
innumerables los comentarios de opinión dedicados en los medios de comunicación
de este país a los acontecimientos políticos de los últimos meses, en especial
después de las segundas elecciones y de las dificultades para nombrar Gobierno.
No obstante, la gran mayoría de ellos son reflexiones centradas en lo que
sucede en el país, en los acontecimientos del Estado o en sus personajes
centrales. En este cúmulo de opiniones me faltan aquellas dedicadas a integrar
en las mismas un ámbito más amplio: lo que está sucediendo en el mundo a la luz
de la historia reciente. Estamos inmersos en comentarios coyunturales,
superficiales, locales, ignorando el impacto que otros hechos de mayor alcance
tienen en éstos.
Lo que está
sucediendo en el Estado español en estos momentos no es más que la expresión en
la superficie de los profundos cambios que se están dando en las sociedades
globales desde hace ya bastantes años. Sabemos que el mundo está cambiando
intensamente y, sin embargo, cuando tratamos de comprender lo que está
sucediendo olvidamos casi por completo la incidencia de estos cambios en la
pequeña parte del orbe en la que vivimos. Lo que limita nuestra comprensión del
fenómeno, dificulta valorarlo en toda su magnitud y, sobre todo, obstaculiza el
proceso de resolver los graves problemas que causa.
Después del
periodo de paz, sólo relativo, tras la II Guerra Mundial (1945-1975), ya desde
fines de los sesenta, el mundo estaba siendo atravesado por acontecimientos de
gran envergadura: en una primera etapa, la guerra fría, la guerra de Vietnam,
los movimientos sociales del 68-69 sobre todo en Francia e Italia que supuso ya
un gran cuestionamiento de las formas tradicionales de expresión política, la
acusada crisis de los setenta, cuya percepción ha podido ser relegada por la
mucha mayor crisis de los 2007, pero que marcó el comienzo de las dificultades
económicas de una nueva era, el surgimiento, con fuerza de los primeros países
emergentes en el sureste asiático. Junto al hundimiento del keynesianismo y la
enérgica recuperación del neoliberalismo que venía ya preparándose con Milton
Freedman desde los cincuenta, pero tuvo su confirmación pública con los programas
neoliberales de Pinochet y Videla en los setenta, los nuevos macroeconomistas
estadounidenses de la misma época, la abierta conversión de la UE al
neoliberalismo siguiendo las pautas de Estados Unidos…
La etapa más
reciente es todavía más dinámica: China convertida en un sistema
económico-social incalificable pero muy próximo al capitalismo, una serie de
potentes países emergentes –los BRICS- que alteran la división del trabajo en
el mundo, aumentan la producción y presentan importantes elementos de competencia
y sobreproducción para las grandes empresas globales, la aparición y el uso
pujante y generalizado de internet, avances tecnológicos de impacto en muy
diversas industrias, el temor a la escasez de materias primas. La tecnología
que se transmite con facilidad, de modo que los trabajadores de todo el mundo
pueden realizar las mismas tareas y se ven obligados a competir entre sí. La
concentración creciente del capital y la revolución financiera de amplísimo
alcance, la financiarización, que han facilitado la penetrante adopción del
neoliberalismo, dando lugar a la aceptación sin límites de los criterios
capitalistas en todo el mundo, a lo que hemos llamado globalización. Los
grandes capitales compiten con fiereza y las monedas se convierten en instrumentos
principales de esta competencia. Para culminar –por ahora- en la tremenda
crisis de 2007, en algunos países adobada por vigorosos procesos de corrupción
de las clases dirigentes… Nos encontramos en un mundo donde la concentración de
los capitales ha conducido a poderosísimos agentes que controlan enormes
parcelas de la economía global y donde la categoría país tiene
cada vez menor poder analítico y político. Y me dejo muchos más aspectos en el
tintero. Por una parte, el capitalismo global extremadamente dinámico, sometido
a grandes turbulencias y problemas económicos, si bien, al mismo tiempo, ha
logrado convertirse en el sistema económico y social indiscutible en el mundo
entero.
Estas
convulsiones no se manifiestan solo en el Estado español – la triste suerte y
los desastres asociados a las primaveras árabes, los graves movimientos hacia
la extrema derecha de varios países europeos, la renovación e intensificación
de los nacionalismos e independentismos, el Brexit británico, la potenciación
primero y el debilitamiento actual del ‘socialismo del siglo XXI’ en varios
países latinoamericanos, las sacudidas del gobierno en Brasil y los menos
conocidas por nosotros pero no menos significativos movimientos en Asia y
Africa, los movimientos migratorios …
Las sociedades,
en todo el mundo, están experimentando sacudidas profundas, movimientos de gran
intensidad y alcance, como afectadas por grandes terremotos que alteran toda su
estructura productiva, social y política, produciendo conflictos que dan lugar
a grandes incertidumbres y turbulencias.
Todo ello se
expresa en la superficie de las sociedades en diversas formas en los distintos
países. Su dinámica no es más que la apariencia visible de los enormes
movimientos en las capas tectónicas (que parecen) subterráneas que realmente
los causan.
Frente a
ello la organización social y política continúa anclada en los moldes del siglo
XX. Es verdad que en muchos países, el capitalismo ha expandido la democracia
parlamentaria, consciente de que funciona mejor con ella, pero con la misma
filosofía, estructura y organización que a finales del siglo XIX, o todavía
menos reivindicativa que entonces. Las instituciones políticas y sociales (no
sólo partidos políticos y sindicatos) han modificado, quizá, algunos elementos
secundarios, pero esencialmente sus planteamientos continúan siendo los mismos
que al consolidarse la revolución industrial; el mejor ejemplo de ello son las
dificultades de la UE para avanzar en la aproximación política de sus países
miembros-.
Hay una
contradicción profunda entre la dinámica social y económica y la organización y
actuación política. Se quieren enfrentar las situaciones nuevas en odres
viejos. De aquí la potente desafección de las poblaciones por la política, que
no reside sólo en la mejor o peor actuación de las instituciones políticas
específicas de algunos territorios, puesto que se encuentra en todo el globo y
señala con claridad a la honda diferencia que existe entre la dinámica
económica y social actual de carácter mundial y la organización y actuación
política que corresponde a épocas pasadas. De aquí la búsqueda en la práctica
de nuevas fórmulas como los movimientos de las plazas, las campañas
internacionales, la poderosa rehabilitación de los movimientos separatistas, la
intensificación nacionalista, la tendencia a buscar refugio en la extrema
derecha, junto al esfuerzo por mantener fórmulas anteriores de los partidos y
otras instituciones tradicionales.
Muy escasa
ha sido la mención de estos elementos en los análisis de nuestras crisis. Se
buscan las razones en los elementos de siempre –ideologías, incapacidad,
corrupción, rivalidad, confusión- y las soluciones también –más participación a
las bases, primarias, mejor comunicación, rejuvenecimiento-, elementos todos
que, por supuesto inciden coyunturalmente en las situaciones que vivimos, pero
que no parecen percibir que el mundo ha cambiado y está cambiando
permanentemente de tal forma que es necesario analizarlo con ojos más profundos
para descubrir las fuertes transformaciones sistémicas que se muestran a través
de las alteraciones en la superficie. Quedarse en estos elementos coyunturales
no favorece la percepción de lo que realmente sucede sino que contribuye a
desviar la verdadera naturaleza del problema. Asistimos a un agrio divorcio entre
la necesidad de enfrentar las turbulencias reales de un sistema con grandes
fallas y los mecanismos que este utiliza para tratarlos.
Parece como
si no se quisiera percibir que es el sistema capitalista y sus contradicciones
lo que está en la raíz de estos problemas, a pesar de su aparente solidez. El
capitalismo global tiene cada vez menos capacidad de proporcionar la
satisfacción de las necesidades y deseos de sus sociedades. Sus problemas, la
dura competencia entre sus gigantescos agentes y el poder que acumulan, la
necesidad de explotar cada vez más a las poblaciones para poder reproducirse
como tales gigantes, la utilización de herramientas y conocimientos cada vez
más sofisticadas, está llevando al desencanto, cuando no a la desesperación a
importantes segmentos de la ciudadanía que a menudo acusan a los agentes
políticos de sus problemas, sin percibir que estos son sólo agentes
secundarios, voluntarios y cooperativos y por lo tanto responsables, eso sí, de
no avanzar hacia las soluciones necesarias. Es una necesidad de cambio del
sistema económico y social mucho más que de remozar las organizaciones de
partidos e instituciones políticas.
Nos
encontramos con un sistema social en el que los poderosos tienen cada día más
poder y han ido conformando los sistemas institucionales de acuerdo con sus
intereses, mientras que las ciudadanías han sido deliberadamente conducidas a
la confusión, ‘la crisis (que no se pregunta de dónde y por qué surge) tiene la
culpa’-, y se encuentran inermes para incidir en sus sociedades y sus vidas.
Desilusionadas y confusas acusan a la actuación política de sus males en lugar
de enfocar la magnitud del problema sistémico, y van abandonando cuando no
rechazando la participación política institucionalizada.
¿Qué se
puede hacer en esta situación? Por supuesto que no me arrogaré la capacidad de
saberlo. Pero sí sé que mientras no consideremos los problemas en toda su
magnitud y no detectemos sus raíces, estaremos cada día más lejos de
aproximarnos a una situación mejor.
Necesitamos
profundizar más y más en nuestros análisis, hasta aproximarnos a las causas
profundas de las situaciones, y necesitamos enfrentarnos a este mundo tan
global y rápidamente cambiante, donde hay agentes poderosísimos que mueven los
hilos de su dinámica. Con el objetivo renovado de transformar el sistema,
tenemos que explorar nuevas e inéditas maneras de organizarnos y actuar. No es
tanto un problema de mayor o menor habilidad de los partidos parlamentarios,
sino la necesidad de plantearse radicalmente el tipo de política necesaria para
un mundo muy inestable e injusto, cuyos poderes dominantes no están dispuestos
a cambiar en lo esencial – el capitalismo no ha abandonado en un ápice sus
objetivos permanentes- y que va muy por delante en sus estrategias de cambio.
Los intentos
de cambio político que inicialmente parecieron aportar frescas e ilusionantes fórmulas
novedosas, en una parte importante de las nuevas iniciativas no han logrado
salir del sistema tradicional de filosofía y organización —quizá nunca se plantearon
transformarlo— y, por lo tanto, no están aportando las formas nuevas
imprescindibles para que la ciudadanía se sienta responsable de su propia
suerte y capaz de actuar para ello. Hay mucho por inventar genuinamente nuevo
en el universo político. Sólo si conseguimos transcender el análisis en
términos de simples elementos coyunturales para explorar los elementos
estructurales del sistema y su dinámica, podremos avanzar, con dificultades,
pero con tenacidad y sin prisas, hacia propuestas alternativas que permitirán
desarrollar otra genuina forma de hacer política como ciudadanía que
pretendemos ser agentes decisorios de nuestras sociedades y nuestras vidas.
Fuente: Público.es
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