martes, 25 de octubre de 2016

Sudáfrica, campo de ensayo de las democracias modernas




Benjamín Szajda y redacción de Madaniya
Madaniya

Traducido del francés para Rebelión por Caty R.

Condenado a cadena perpetua en 1964, Nelson Mandela se convirtió en una figura legendaria de la lucha contra el apartheid y la opresión racial. Al frente del Congreso Nacional Africano (CNA) desde su salida de prisión en 1991, trabajó de acuerdo con el presidente sudafricano Frederik W. De Klerk para acabar con el apartheid. El 9 de mayo de 1994 Mandela fue elegido presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones libres y multirraciales de la historia del país.

Revisión de la representación de Sudáfrica en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) dos años después del fallecimiento de la figura mítica de ese país, Nelson Rolihlahla Mandela, «Madiba» por su nombre tribal que significa el indomable, fallecido el 5 de diciembre de 2013 en Johannesburgo y 22 años después de la llegada al poder de la mayoría negra del país.

En 22 años de independencia posapartheid Sudáfrica padece casi todos los males que pueden afligir a un estado.

En el segundo puesto en el palmarés de los países más desiguales del mundo, justo después de Brasil, la República de Sudáfrica solo dispone de cartas de doble filo en el juego del concierto de las naciones.

Tercera economía del continente africano con un estatus envidiable de país emergente, Sudáfrica atrae numerosas oleadas de inmigrantes procedentes de sus vecinos continentales. Esos flujos de extranjeros no deseados por el Gobierno, junto al desempleo masivo (entre el 25 y el 35 % según los métodos de cálculo), están en el origen de una pulsión xenófoba idéntica a la que vive Europa.

Las exacciones con respecto a los emigrantes en el espacio europeo tienen su eco en las persecuciones de las personas no sudafricanas en los suburbios de las metrópolis del país.

I.- El racismo internegro, un asunto de importancia

Desde hace algunos años el racismo entre negros se está convirtiendo en un asunto cada vez más importante. Durante el apartheid la frustración de los más pobres, limitados a salarios de miseria, podía expresarse en la violencia contra los representantes del Estado. Desde el final de la euforia vinculada a la llegada al poder de Nelson Mandela esa frustración ya no tienen un chivo expiatorio. Ahora se expresa contra el emigrante «más negro» que viene a robar el trabajo (no deseado) de los nacionales.

En el caso que nos ocupa la amnesia causa estragos. En Sudáfrica la amnesia ha ocultado el papel central desempeñado por los países fronterizos en la lucha contra el apartheid y la sangre derramada, así como los numerosos refugiados económicos o políticos que fueron acogidos por dichos países.

En paralelo con Europa la amnesia desemboca en una memoria selectiva que borra los apoyos gubernamentales a los dictadores hoy derrotados, así como los intereses económicos que se preservan poniendo en sordina los derechos que tal altamente se proclaman en las instituciones públicas.

Mientras los miembros de la Unión Europea se enfrentan a un continuo recrudecimiento del desempleo, a la falta de perspectivas para las jóvenes generaciones, a la inmigración, al aumento del «Coeficiente de Gini» (1) y a la falta de diálogo social que pone en peligro incluso la propia construcción europea otro país, Sudáfrica, lidia con los mismo problemas en formas más evolucionadas.

País rico en medio de los pobres y pobre en medio de los ricos, la República Sudafricana dispone ciertamente de una democracia efectiva y no de fachada, al contrario que la mayoría de sus vecinos regionales. Sin embargo la realidad democrática de ese país tiende a acentuar todas las frustraciones económicas y sociales de sus ciudadanos.

Sudáfrica cuenta con más de 54 millones de habitantes, el 76 % de la población es negra, el 12 % blanca, el 9 % mestiza y el 3 % de origen hindú. El sistema del apartheid separó a esos grupos en diferentes categorías raciales con diferentes derechos. Los negros eran considerados subhumanos y estaban separados en diferentes etnias asociadas a las zonas geográficas en las que se les autorizaba a residir, los bantustanes u homelands. Esa segregación estuvo en el origen del aumento de las desigualdades entre comunidades que generaron un desarrollo de geometría variable.

A la caída del apartheid en 1994, el país tenía un 20 % de analfabetos, una tasa de mortalidad infantil del 50 % que afectaba de formas diferentes a las diversas «razas», el 70 % los negros, el 40% a los mestizos y el 12 % a los blancos. A título de comparación, en la misma época, la tasa de mortalidad infantil en Francia era del 5 %.

En el año 2000 solo el 1,2 % de los blancos sudafricanos de más de 20 años no había ido a la escuela frente al 24,3 % de los africanos. El desempleo afectaba al 50 % de la población negra en edad de trabajar, el paro entre los africanos era siete veces mayor que el de los blancos. El 50 % de la población vivía por debajo del umbral nacional de la pobreza, 300 rands, es decir, 22 euros mensuales. De repente el 40 % de la población activa se contabiliza como desempleada frente al 17 % en los últimos tiempos del apartheid.

En 1994 solo el 50 % de los hogares tenían acceso a la sanidad, el 65 % al agua potable y el 50 % a la electricidad.

La llegada al poder el Congreso Nacional Africano, con Nelson Mandela al frente, cambio el panorama. Inició una larga serie de programas de reformas económicas y sociales en los que la discriminación positiva de los blancos se convirtió en la piedra angular. Esos programas diversos inevitablemente se revisaron a la baja a lo largo de los años ante la evidencia de los problemas estructurales del país.

Aunque el primer programa de enderezamiento del país llevaba una huella de socialismo y una voluntad de reducción de las desigualdades por la redistribución de la riqueza, los siguientes se orientaron cada vez más hacia una visión liberal con el fin de favorecer las inversiones extranjeras y animar a las empresas a contratar. Sin embargo, aunque no es fácil encontrar a un sudafricano satisfecho con los servicios públicos, todos reconocen la mejora en los accesos a los servicios básicos de las poblaciones necesitadas.

En 2012 el 83 % de los hogares tenía acceso a la sanidad, el 95 % al agua potable y el 86 % a la electricidad.

En la actualidad el principal problema no es realmente la creación de infraestructuras elementales en el siglo XXI, sino un acceso real sobre el terreno, la democratización y el pago de los impuestos correspondientes a los servicios públicos.

Durante el apartheid el rechazo a pagar los impuestos y las tasas se consideraba una forma de protesta contra el régimen. En la actualidad esa cultura del rechazo no ha dejado de ser una costumbre a pesar del reclutamiento de numerosos mediadores sociales encargados de esta problemática, la justificación del rechazo simplemente ha pasado de la política a la pobreza.

II.- Dos naciones en un país

«Two nations in one country» son palabras de Thabo Mbeki para tratar de los blancos y los negros, así como de los pobres y los ricos, en un discurso del 29 de mayo de 1998:

«Una de esas naciones es blanca, relativamente rica, sin diferencias remarcables debidas al género o a la localización geográfica. Esa nación ya tiene acceso a las infraestructuras económicas, físicas, educativas, de comunicación, etc., desarrolladas (…) La segunda y mayor nación sudafricana es negra y pobre, siendo las más afectadas las mujeres en las zonas rurales, la población negra rural y los discapacitados.... Esta nación vive en las condiciones características de las infraestructuras económicas, físicas, educativas, de comunicación, etc., ampliamente subdesarrolladas».

El coste de esos servicios está en el centro del problema, a saber, la imposibilidad de conciliación entre las «dos naciones» sudafricanas. Mientras que el Gobierno del CNA dedica desde hace 20 años dos tercios de su presupuesto a las ayudas sociales y a la reducción de las desigualdades, el porcentaje de personas pertenecientes a la clase media no aumenta más deprisa que el de la «nación» pobre, contrariamente a la voluntad fijada por los dirigentes políticos.

En los países de Europa occidental las clases medias establecen un vínculo, con muchos matices, entre la pobreza y la riqueza. Ante el aumento del coste de la vida y el estancamiento de los recursos necesarios para el crecimiento económico, es posible vislumbrar en la situación sudafricana, a pesar de las diferencias históricas, la potencial situación social europea del futuro.

Sudáfrica padece el mismo mal que los países europeos mientras que al contrario de éstos su subsuelo alberga las mayores riquezas del mundo actual: oro, platino, petróleo y otros minerales primordiales para la fabricación de material tecnológico. La lógica de la globalización empuja siempre a buscar el beneficio permitiendo comprar nuevas tecnologías a un mayor número de personas mientras los salarios de las personas que participan en la elaboración material de esos productos no lo permiten casi nunca.

Esta lógica no hará más que acentuarse con el tiempo debido al agotamiento progresivo de los recursos naturales. Ese modelo de desarrollo de los siglos pasados no se adapta al siglo XXI.

Así el abismo que separa las «dos naciones» de Thabo Mbéki se ahonda por la acentuada disparidad en el acceso al bienestar. A partir de ahí se justifican los muros y alambradas electrificadas y los vigilantes armados, cuatro veces más numerosos que las fuerzas de policía del país, para proteger las conquistas de la «nación privilegiada» frente a la codicia de la otra «nación» y se pierde la esperanza del ascensor social descrito por la ley. De la misma forma que Europa Sudáfrica es víctima del sistema que impone el mundo moderno.

III. ¿Hacia un pasaporte internacional reservado a una franja de ingresos?

Sea cual sea el país, sea cual sea el partido en el poder, el primer objetivo es la reelección. El mejor medio para conseguirlo es encontrar soluciones a las preocupaciones más importantes del electorado.

La primera preocupación de la mayoría de las democracias es el desempleo. Sin entrar en detalles del carácter perfectible de las políticas públicas, cualquier democracia funcional tiende a hacer todo lo posible para luchar contra el desempleo, sin embargo la curva del paro global no tiene tendencia a bajar porque la democracia se subordina a un sistema económico incompatible.

La política ya tiende a no poder responder a las aspiraciones concretas de la ciudadanía debido a las estructuras internas y externas de la economía actual, lo que se materializa en la subida constante de la abstención y en la desaparición del voto de opinión, dejando lugar al voto de sanción clientelizado.

Esta mutación progresiva del voto en los países democráticos conlleva una mayor demagogia en los discursos políticos. Eso favorece a los particos extremos a la busca de chivos expiatorios sociales, lo que acentúa las rupturas al señalar a ciertas comunidades para finalmente debilitar sistemáticamente la identidad nacional y la eficacia de la nacionalidad.

¿Acabaremos viendo un pasaporte internacional reservado a un determinado sector de ingresos mientras el resto sólo podrá soñar con librarse de su miseria?

Sudáfrica se puede ver como un modelo del mecanismo de las democracias modernas. Si la democracia del país, centro de muchos problemas, zozobra en el callejón sin salida de la economía, es muy probable que los países europeos sigan un camino parecido.

Nota:

(1) Coeficiente de Gini

Fuente original: http://www.madaniya.info/2016/10/14/l-afrique-du-sud-laboratoire-des-democraties-modernes/
Fuente: Rebelión

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