De todo este guirigay de la investidura, a mí quien me da más penita es el rey. Vaya trabajos y desvelos. Todo el invierno proponiendo candidatos. Su bisabuelo arreglaba esto con un general Primo de Rivera, pero es que ahora los generales se han vuelto de Podemos, y eso sí que no. La monarquía española al fin ha encontrado su razón mágica de ser, y es la de buscar a un señor que no existe. O sea, a un candidato. En los tiempos en que las monarquías habitaban lo extraordinario, esto lo arreglaba Letizia besando sapos hasta que uno se le convirtiera en presidente. Pero tampoco es posible. El monopolio de los batracios lo tienen hoy Esperanza Aguirre y Rita Barberá, con todos los íntimos saliéndoles rana gurteliana, taulesca, clepsídrica y tal. No es que España no tenga solución. Es que ya no le quedan ranas.
Las posibilidades que baraja Felipe VI ante este desastre ecológico las imagino difusas y atrabiliarias. Thomas Jefferson, aquel presidente americano un poco rojo que hubo hace dos siglos, escribió duras palabras contra los sistemas dinásticos cual el nuestro: “Yo era bastante enemigo de la monarquía antes de ir a Europa; pero desde que he visto lo que son las monarquías, lo soy diez mil veces más. No hay un mal en estos países europeos cuyo origen no pueda atribuirse a su rey, ni un bien que no se derive de las pequeñas fibras de republicanismo que entre ellos existen”. Otra de las sentencias más desafortunadas de aquel demócrata de los albores del XIX rezaba: “Si los pueblos permiten un día que los bancos privados controlen su moneda, los poderes e instituciones que florecerán en torno a ellos privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día que sus hijos se despertarán sin casa y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron”.
Pues bien: España goza de ambos cánceres. Por un lado su monarquía, y por otro el gobierno de los bancos. Quizás estas sean las causas, precisamente, de que no seamos capaces de formar gobierno. Sobre todo desde que emergió de una plaza céntrica de Madrid un partido jeffersoniano que amenaza ambas instituciones. El Congreso de los Diputados no está de vigilia por buscar un presidente, sino por evitar con alguna fórmula patafísica que Podemos no se siente en ningún ministerio. En eso están Felipe VI, el Ibex 35, los miembros del PP que aun no han ingresado en prisión, Ciudadanos (por supuesto) y los más cariñosos enemigos de Pedro Sánchez.
Me asombra escuchar estos días a mis colegas barajar la opción de que nuestro atribulado rey acabe proponiendo a Albert Rivera como posible candidato muñidor del gran pacto, previa depuración de Mariano Rajoy y de lo que quede de Pedro Sánchez después de su cabriola aritmética. Todo es posible, salvo Podemos. Ni se le nombra. El tercer partido de España, que debería ocupar en la baraja espacios de gran comodín, ha sido degradado por decreto a la categoría de jocker batmaniano. Felipe VI y el viejo orden cortan el traje de España intentando desnudar de las costuras a casi siete millones de votantes (P´s, IU, ERC, PNV, etcétera). Pero, como en todos los cuentos, es el rey el que se queda desnudo. España ha cambiado. Pobre Felipe VI. Ya no le quedan ranas para besar, y se ha puesto a besar tortugas. Cuanto más lento sea el futuro, más futuro tendrá lo viejo, señor Borbón, señores del Ibex, viejos partidos negadores del ahora. Pero no nos pongamos pesimistas y psicosomáticos: como esto tiene fácil arreglo, ya nos esforzaremos en estropearlo del todo. A Thomas Jefferson, Felipe VI tampoco lo propondría como candidato. Jamás. Ni siquiera como vicepresidente, no fuera a meter las narices en el CNI o en el Banco de España. Difícil arranque tiene el motor, si olvidamos encajar la única pieza con vocación de carburar que nuestra descocada democracia se ha inventado.
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