El candidato y su panorámica. Vista en gran angular del pleno del Congreso durante la intervención de Pedro Sánchez, candidato socialista a la presidencia del Gobierno (Dani Duch)
Sánchez no obtendrá la investidura, pero se aleja de su muerte política anunciada
Enric Juliana, Madrid“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo... La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros”. Así comienza la Crónica de una muerte anunciada, una de las más renombradas novelas de Gabriel García Márquez. Un título fechado en 1981 que ha dado mucho juego al periodismo.
Hombre joven con camisa blanca, como Santiago Nasar el día que lo iban a matar, Pedro Sánchez viene luchando contra el negro designio desde que fue elegido secretario general del Partido Socialista Obrero Español, el 13 de julio del 2014. Su ascenso no estaba previsto. Su carrera era corta. Ex concejal en el Ayuntamiento de Madrid y diputado sustituto. Jugó bien sus cartas. Se coló hábilmente entre las fisuras y enfrentamientos que periódicamente sacuden al Partido Socialista. Los barones, esa anticuada figura española, le consideran un líder provisional, a la espera de que Susana Díaz ponga las cosas en su sitio. Un sitio que podría ser el siguiente: la definitiva transformación del PSOE en el gran partido regional del Sur de España. Sánchez se resiste desde entonces a la muerte anunciada.
El candidato llegó ayer al Congreso con el apoyo de 130 diputados y puede salir el viernes a medianoche con 131 votos positivos, en el supuesto de que Ana Oramas, representante de Coalición Canaria, pase de la abstención al voto positivo. Con ese perímetro, el tenaz Sánchez puede acabar siendo prisionero del Gran Centro que su eficaz equipo negociador ha pactado con Ciudadanos. Una operación que tiene recorrido y que puede exigir la selección de otro piloto antes de que se agote el periodo de sesenta días que ahora empieza a consumirse. El esbozo de un Gran Centro es la novedad principal de la ceremonia que tiene lugar esta semana en el Parlamento español.
Es muy difícil que Sánchez obtenga más apoyos. Podemos ha evitado el aislamiento y ha conseguido arrastrar consigo a Izquierda Unida y a los valencianos de Compromís, grupos que el PSOE quería atraer y neutralizar. Políticamente esos seis diputados eran muy valiosos para la estrategia socialista de cerco a Podemos. Su corrimiento ha influido en la posición de CDC y ERC, que hace unas semanas estudiaban la abstención.
También se puede escapar el apoyo del Partido Nacionalista Vasco. Y eso son palabras mayores en la actual coyuntura. Aitor Esteban, portavoz de los nacionalistas vascos, anunció ayer por la tarde –después de oír el discurso de Sánchez–, que el PNV emitirá un voto contrario en la primera votación, prevista esta noche. Con Arnaldo Otegi fuera de la cárcel, recorriendo Euskadi de homenaje en homenaje, y con elecciones al Parlamento Vasco dentro de siete meses, los de Sabin Etxea deben medir muy bien sus gestos. El voto contrario del PNV en la segunda votación sería una muy mala noticia para el secretario general socialista.
La sombra de Santiago Nasar sigue persiguiendo a Pedro Sánchez en su semana de gloria. Un destino fatal: la tensión constante con la derrota anunciada. Ese fue un nervio visible en su discurso de investidura, que podía haber sido mejor redactado. Un discurso con dos ideas constantes: apoderarse del concepto “cambio” y machacar a Podemos con una anáfora: “Vuestra será la culpa si Rajoy sigue gobernando”.
¿Por qué no ha conseguido el PSOE más apoyos después de pactar con Ciudadanos? Albert Rivera, verdadero vencedor político de esta primera fase posterior al 20-D, exigió que el acuerdo tuviese la máxima proyección pública posible. Ceremonia solemne en el Congreso, para subrayar que Ciudadanos es en estos momentos el partido que más apuesta por la gobernabilidad. Ese es hoy el principal capital político de Rivera ante una posible repetición electoral. La contundencia y la alta significación del pacto dio margen a Podemos para pegar un fuerte portazo. IU no pudo resistir el tirón. Le siguió Compromís y se enfrió el PNV. Y a CDC y ERC se les pasaron de golpe las ganas de abstenerse.
¿Por qué Sánchez no negoció con Ciudadanos una puesta en escena más suave que le permitiese seguir negociando con su izquierda? Respuesta: no podía. Sánchez necesitaba llevar a cabo la consulta interna en el PSOE para afianzarse y ganar una nueva batalla a los barones y al grupo dirigente de Sevilla. Para poder convocar la consulta –en la que venció de manera indiscutible, con una participación de la militancia superior al 50%–, necesitaba tener un acuerdo amarrado.
Efectivamente la sombra de Santiago Nasar le persigue, pero quizá no le alcance. Sánchez ha conseguido cinco objetivos: exhibir iniciativa ante la sociedad, obtener el apoyo de la militancia socialista, tejer el Gran Centro, leer el discurso de investidura y dar cumplimiento al encargo del Rey. Le ha fallado el sexto: no ha podido cercar a Podemos.
Sánchez ha contribuido a evitar el bloqueo institucional del quinto país más poblado de la Unión Europea. No es un capital escaso. Puede acabar rompiendo el maleficio de la muerte anunciada. En lo que al discurso de investidura se refiere, podríamos decir que ayer por la tarde en el Congreso voló durante un par de horas un avión de papel de estaño.
Rajoy lo contemplaba entre burlón, atónito y ausente.
Enric Juliana
Fuente: La Vanguardia
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