lunes, 7 de marzo de 2016

¿Hacia el suicidio del Partido Republicano en Estados Unidos?

Donald Trump

 Juan Antonio Sacaluga Opinión

Pasó el Supermartes y Donald Trump se consolida como opción favorita en la nominación del Partido Republicano de los Estados Unidos. La mala noticia no es que haya ocurrido, sino que a nadie le haya sorprendido. En esta gran cita preelectoral que abarca desde Estados más “abiertos” del nordeste (singularmente Massachusetts) hasta el profundo sur (teóricamente, Estados más conservadores), el magnate inmobiliario se ha impuesto en la mayoría de ellos. No de manera absoluta, pero sí convincente.
La maquinaria del Partido (algo difícil de explicar para los esquemas españoles, puesto que es mucho menos potente e impositiva allá que aquí) ha fracasado en todos los intentos, tímidos y contradictorios, por frenar a este peculiar personaje. Zafio, ególatra e inconsistente, pero bastante dotado para conectar con un amplio sector de la sociedad norteamericana. Con los cabreados, con los insatisfechos, con los molestos con un sistema que creen que ya no les representa y menos defiende. Y con los que actúan a golpe de instinto primario, sin matices y con escasa o nula capacidad de reflexión.
Trump no sólo se mofa y humilla, o trata de hacerlo, a sus rivales en la carrera por la candidatura. Se ensaña con más pasión con aquellos exponentes de la sociedad que lo denuncian como una lacra política. Pero lo desesperante es que, cuanto más se agudizan las críticas contra su comportamiento y sus excesos, más éxitos obtiene él y más se refuerza en la convicción de que lo último que debe hacer es contemporizar. Por tanto, leña y más leña.
Y leña, Trump tiene para dar y tomar. A propios y a adversarios. No todos se rinden, por supuesto, porque sería como perder el alma, la dignidad o la propia naturaleza. Pero otros, más pragmáticos, se allanan como si tal cosa. Aunque el “aparato” del Partido se sigue resistiendo a aceptar que tenga que apoyar, a partir de la Convención, a semejante candidato, crece cada día el número que protesta con la boca pequeña. Mientras los que se pasan al lado oscuro aumentan cada día. Algunos, incluso, se cuentan entre los que pasaban por ser exponentes del sector más moderado del partido, como el Gobernador de New Jersey y candidato ya laminado, Chris Christie. Este respetable político había sido estigmatizado por los republicanos más conservadores simplemente por haberse portado bien, por haber sido amable con Obama durante el huracán que devastó su Estado en 2012, poco antes de las elecciones que le dieron cuatro más en la Casa Blanca al actual presidente. Ahora, Christie ha decidido convertirse en patrocinador de Trump (endorsement), en parte por pragmatismo (¿o hay algo más?), pero también por un primario gusto por el desquite: los rivales del magnate, con alguna excepción sin posibilidad alguna (el Gobernador de Ohio, también moderado, Kasich), han abrasado a Christie por su moderación o su comprensión hacia las mujeres que decidían abortar.
TRUMP CONTRA (CASI) TODOS
Porque ésta es una de las paradojas de este cisma republicano. No es que Trump desborde a todos por la derecha. Es más, los santurrones han tratado de desacreditarlo ante sus bases porque “no es suficientemente o verdaderamente conservador”. No lo es. Es un payaso político, un tipo con pocos principios pero con un instinto político primario muy vivo. Se ha dedicado a interpretar a ese hombre de la calle que piensa poco pero insulta mucho y le ha dado voz y estatura, visibilidad y eco. Un candidato de la calle. Un candidato callejero. Lo que más se teme, por lo que ve, en los pasillos del Capitolio.
Los políticos de toda la vida, los que se protegen entre ellos, sean del partido que sean, cuando alguien de fuera se permite atentar contra sus cotos exclusivos, han tratado de poner fin a este desmadre antes de que fuera demasiado tarde. Y ya se sabe cómo se ganan elecciones o cómo se destruyen candidatos en Estados Unidos. Con dinero. Así que, como en el cuento de la liebre y la tortuga, los de siempre, los del establishment, creían que con dinero se podía, primero, frenar a Trump, luego humillarlo y finalmente destruirlo. ¡Never Trump!
Pero no. Los SUPERPAC, esos esquemas de dinero subterráneo con que se suman votos y voluntades, se pusieron a hacer cuentas, pero no obtenían el resultado deseado. Otros magnates como Trump, pero menos osados, más convencionales, es decir, los que prefieren manejar candidatos que convertirse en uno de ellos empezaron a hacerse los remolones. Demasiado riesgo para un candidato que demostraba esa capacidad de resistencia tan sorprendente. En las últimas semanas, la línea de defensa partidaria en el Great Old Party se ha ido desmoronando.
Hillary ha pasado también malos ratos, gracias al encomiable esfuerzo de Bernie Sanders por devolverle algo de dignidad a la política norteamericana. Un socialdemócrata en la corte de herederos de Washington. Clinton ha tenido que modelar su discurso, atemperar sus humos e imprimir eso que aquí en España llamábamos en los noventa el “giro social”.
Por supuesto, la resistencia ante el intruso se mantendrá durante un tiempo más. Se esperará al veredicto de Ohio, Florida y los Grandes Lagos, a mitad de marzo, y quizás, si aún hay vida, a Nueva York (mal lugar: es un presumible feudo del magnate) antes de tirar la toalla. Hay un empeño a la desesperada para que el intruso no alcance el umbral de los 1.237 delegados que necesita para obtener la mayoría en la Convención de julio, en Cleveland. A las malas, malas, los más recalcitrantemente resistentes no descartan algo así como un golpe de mano interno, una seducción masiva de delegados en el propio cónclave republicano para intentar convencer a los incautos de que elegir a Trump es un suicidio anunciado del Partido. Algunos ya evocan el recuerdo desasosegado de Goldwater, el ultraderechista que el GOP eligió como candidato en 1964 para enfrentarse a Johnson, con JFK aún caliente en su tumba.
LA ALARMA DE LOS CLINTON
La preocupación no se limita a los “suyos”. Los demócratas también se lo toman en serio, como les ha recomendado el viejo Bill a los asesores, oficiales y soldados de su esposa. Si alguien representa a la odiada clase política, con sus pedestales, sus espléndidas cuentas corrientes y su lenguaje escurridizo es la virtual candidata demócrata. Hillary ha pasado también malos ratos, gracias al encomiable esfuerzo de Bernie Sanders por devolverle algo de dignidad a la política norteamericana. Un socialdemócrata en la corte de herederos de Washington. Clinton ha tenido que modelar su discurso, atemperar sus humos e imprimir eso que aquí en España llamábamos en los noventa el “giro social”. No le ha bastado al bueno de Bernie decir verdades como puños. Después de todo, en Estados Unidos la maquinaria es la maquinaria. Las elecciones se ganan antes del voto tanto o más que en las urnas, por mucho que algunos de muchos de nuestros tertulianos les cueste entenderlo, cuando siguen considerando como ejemplar a la democracia norteamericana.
Lo que sí es verdaderamente envidiable en Estados Unidos es la sociedad civil, el dinamismo e incluso la combatividad de sus activistas sociales en innumerables sectores y terrenos, incluidos los medios. La capacidad para poner en cuestión no sólo al poder, sino a los supuestos contrapoderes. Es a ellos a quienes de verdad les preocupa Trump. No porque cuestione el tinglado partidario, sino por lo imprevisible de sus excesos.
Una vez más, en Europa, deberíamos tomar nota. Un triunfo de Trump abriría el camino a nuestros aventureros, quizás más sutiles, amparados en ideologías más elaboradas y en experiencias de mayor recorrido, en definitiva menos primarios pero no menos peligrosos que el extravagante millonario neoyorquino.

Juan Antonio Sacaluga
Acerca de Juan Antonio Sacaluga 2 Articles
Periodista y Licenciado en Historia Contemporánea. Especializado en Información Internacional a lo largo de toda su carrera profesional de más de treinta años en la Radio y la Televisión Pública. Sus principales responsabilidades han sido: Coordinador de la rueda de Corresponsales en “España a las Ocho” (RNE), Subdirector de Informativos de Radio-3 (RNE), Jefe de Información Internacional de los Telediarios de TVE (1989-1995), Director del Informativo de Mediodía de TVE-Internacional, Director de EN PORTADA (2004-2008). En la actualidad se encuentra pre-jubilado de RTVE y colabora con la Fundación Sistema y el periódico digital NUEVA TRIBUNA. Profesor en el Master de Relaciones Internacionales y Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid (2000-2012), hasta su desaparición. Conferenciante en varias Universidades de verano sobre asuntos internacionales. Ha publicado una novela relacionada con la guerra de Yugoslavia, titulada “Después del final” (2012).
 
Fuente: Público.es

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