miércoles, 7 de septiembre de 2016

Sinvergüenzas



David Brooks
La Jornada


La buena noticia que restaura un tantito la fe en el pueblo estadunidense: una amplia mayoría repudia a ambos candidatos presidenciales. O sea, prefieren que ninguno de ellos los represente.

En el sondeo más reciente del Washington Post/ABC News de finales de agosto, aproximadamente seis de cada 10 perciben de manera desfavorable a Donald Trump y Hillary Clinton. El sondeo registró el nivel más bajo de aprobación de Clinton (sólo 41 por ciento tienen una percepción positiva, mientras 56 por ciento la ven desfavorablemente; Trump goza de 35 por ciento favorable, y 63 desfavorable). O sea, esto sigue siendo un momento sin precedente en la historia moderna del país, en que ambos candidatos padecen de un repudio mayoritario.

El problema, y es enorme, es que esa mayoría no tiene adónde ir, ni dónde expresar su repudio (hay dos candidatos más, uno del Partido Libertario y otra candidata del Partido Verde, pero por ahora son marginales). Con ello, el resultado es que los que no aguantan a Clinton están contemplando votar por Trump aunque no compartan sus posiciones, y los que temen a Trump están pensando en votar por Clinton aunque no le tengan confianza.

Es fácil entender por qué después de meses en que ambos han manipulado, engañado, mentido al pueblo estadunidense –desde asuntos de su comportamiento y personal hasta su manejo de negocios, a sus posiciones políticas–, no sean bienvenidos por el pueblo que desean representar.

Como resultado, muchos se preguntan cómo fue que las opciones políticas en favor de la democracia se han reducido a elegir entre un protofascista y una representante de la cúpula política y económica tan ampliamente repudiada y desprestigiada en este país.

Entre la gran mayoría que rechaza a Trump como opción, muchos se han resignado –y de hecho, es la carta más importante de la campaña de Clinton– a que la única razón para participar es frenar al derechista populista oportunista farsante y ahora amigo de los mexicanos. Opositores a Trump buscan apaciguar su ansiedad persistente de que no se puede descartar la posibilidad de su triunfo en las encuestas que siguen mostrando que Clinton mantiene la ventaja, y sobre todo en los estados claves que determinarán el resultado final.

"Estoy muerto de miedo", confiesa Mark, sindicalista veterano de innumerables luchas y combates políticos progresistas. Comentamos las últimas encuestas, proyecciones, lo que dicen los expertos, de las divisiones dentro del Partido Republicano, de los últimos exabruptos inaceptables de Trump. Pero no es suficiente para poder concluir que esto ya está cantado. "Conozco a demasiada gente, entre ellos en las filas de los sindicatos, que afirma que va a votar por Trump", me dice, y explica que no es porque estén de acuerdo con él en todo, sino que su promesa de cancelar los acuerdos de libre comercio, invertir en infraestructura y controlar las empresas que exportan sus chambas es un mensaje poderoso para un amplio sector, sobre todo de trabajadores blancos, que están desesperados por su situación económica y sienten que las cúpulas políticas de ambos partidos los han abandonado. El viejo truco populista de derecha sigue funcionando.

Más aún, en las últimas semanas, Trump ha buscado presentarse no sólo como la mejor opción para ese sector, sino increíblemente para los afroestadunidenses y latinos. A pesar de sus posiciones racistas, elogiadas por figuras como David Duke, el ex líder del Ku Klux Klan, y otros supremacistas blancos, el maestro de reality show se atreve a decir que él puede reparar las heridas raciales. Hasta llamó a construir una nueva agenda de derechos civiles y reconoció que hay demasiada división (sin mencionar que él tiene un largo historial de discriminación y fue uno de los principales promotores del cuestionamiento a la ciudadanía del primer presidente afroestadunidense). Declara en actos en iglesias afroestadunidenses y otros foros: "vean cuánto han sufrido las comunidades afroestadunidenses bajo el control de los demócratas. Están viviendo en pobreza. Sus escuelas no son buenas. Ustedes no tienen empleo. Un 58 por ciento de su juventud está desempleada. ¿Qué demonios tienen que perder al intentar algo nuevo, como Trump?" Recuerda que Abraham Lincoln fue republicano.

El problema con este argumento es que, hasta cierto grado, es cierto. Sin embargo, Trump tiene un apoyo microscópico entre la comunidad afroestadunidense, mucho menor que entre latinos, donde alcanza casi 20 por ciento, y nadie cree que esto cambiará mucho. Pero lo asombroso es la falta de vergüenza.

Mientras tanto, Clinton está perdiendo apoyo entre sectores que deberían ser automáticos para ella, como las mujeres, los latinos y los liberales. No ayuda que se ha dedicado a recaudar millones del 1 por ciento (unos 50 millones de dólares en 22 actos privados sólo en la última quincena de agosto, reportó el New York Times), que corteja el apoyo de figuras neoconservadoras y hasta de Henry Kissinger, a quien considera un amigo, pero sobre todo su espectacular arrogancia y sentido de impunidad al defenderse de críticas y acusaciones. Los famosos correos electrónicos que han demostrado o indicado un manejo no sólo irresponsable y violatorio de reglamentos, sino posibles casos de corrupción en los que se hicieron favores cuando era secretaria de Estado a ricos donantes a la Fundación Clinton han alimentado la desconfianza entre estas bases. Ni hablar de cómo logra encubrir su oportunismo político; sin pena.

Con sólo 64 días antes de la elección, los sondeos nacionales muestran que el margen de diferencia entre los dos se está cerrando –el promedio de encuestas nacionales calculado por Real Clear Politics se ha reducido a casi la mitad de la ventaja que tenía Clinton al concluir la Convención Demócrata (de 7.9 a 4.1 por ciento hoy). ¿Cómo es posible que un protofascista esté tan cerca de ser el próximo inquilino de la Casa Blanca?

Es el resultado de un concurso entre sinvergüenzas.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/09/05/opinion/027o1mun 

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