viernes, 12 de febrero de 2016

DE MILITAR A MILITAR

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Protegido hasta que el secretario de Defensa Chuck Hagel (en primer plano en la foto) presentó su propia dimisión, el general Martin Dempsey (en segundo plano) organizó la rebelión de los generales del Estado Mayor Conjunto ante las contradicciones de la Casa Blanca.
por Seymour M. Hersh

Seymourh Hersh revela en esta investigación cómo el general Martin Dempsey y los demás jefes del Estado Mayor Conjunto estadounidense hicieron llegar información a la República Árabe Siria a espaldas de la Casa Blanca. Aunque incluye ciertas aproximaciones –probablemente en un esfuerzo por no chocar demasiado a sus lectores del mundo anglosajón– el célebre periodista muestra en este trabajo la envergadura de la rebelión de los generales estadounidenses ante la irresponsabilidad de sus políticos.
La constante insistencia de Barack Obama en afirmar que el presidente Bachar al-Assad tiene que abandonar sus funciones –y que existen en Siria grupos de rebeldes «moderados» capaces de vencerlo– ha suscitado durante los últimos años moderadas disensiones, e incluso muestras de abierta oposición entre algunos de los oficiales más experimentados del Estado Mayor del Pentágono. Las críticas de estos militares se concentraban en lo que consideran una obsesión de la administración sobre el principal aliado de Assad: Vladimir Putin. Para estos militares, Obama está atrapado en una lógica de guerra fría en todo lo concierne a Rusia y China, y no ha adaptado su discurso sobre Siria al hecho que tanto Rusia como China comparten la angustia de Washington sobre la propagación del terrorismo dentro y fuera de Siria. Al igual que Washington, estos dos Estados estiman que hay que poner fin a las acciones del «Estado Islámico» [1].
La oposición de los militares se remonta al verano de 2013, cuando un informe ultrasecreto, redactado conjuntamente por la Defense Intelligence Agency (DIA, la agencia de inteligencia del Departamento de Defensa) y el Estado Mayor Conjunto, cuyo jefe era en aquel momento el general Martin Dempsey, preveía que la caída de Assad conduciría al caos y posiblemente al control de Siria por parte de los extremistas yihadistas, como ya había sucedido anteriormente en Libia. Un ex consejero del Estado Mayor Conjunto me dijo que aquel documento era una evaluación proveniente de fuentes múltiples, basado en informes sobre intercepciones, datos de inteligencia provenientes de fuentes humanas o satelitales, y que lanzaba una mirada sombría sobre la incoherencia de la administración Obama, que consistía en seguir financiando y entregando armamento a los grupos de supuestos rebeldes moderados. Hasta aquel momento, la CIA había organizado –durante más de un año–, con sus aliados del Reino Unido, Arabia Saudita y Qatar, un complot con el que enviaba a Siria armamento y otros medios –desde Libia y a través de Turquía– que debían ser utilizados para derrocar a Assad. Los últimos datos de inteligencia identifican a Turquía como principal obstáculo ante la política siria de Obama. El documento mostraba, según el consejero: «que lo que había comenzado como un programa secreto estadounidense para armar y apoyar a los rebeldes moderados que combaten a Assad había sido adoptado por Turquía y se había convertido en un programa general a nivel técnico, de armamento y logística a favor del conjunto de la oposición, incluyendo al Frente al-Nusra y el Estado Islámico. Los supuestos moderados se habían evaporado y el Ejército Sirio Libre (ESL) no era más que un vestigio de lo que alguna vez existió en una base aérea en Turquía». La conclusión era desastrosa: no existía tal oposición «moderada» viable contra Assad y Estados Unidos estaba entregando armamento a extremistas.
El general Michael Flynn, director de la DIA entre 2012 y 2014, ha confirmado que esa agencia alimentó a la dirección política con un flujo regular de advertencias clasificadas [secretas] sobre las consecuencias nefastas que tendría un derrocamiento de Assad. Los yihadistas, dijo el general Flynn, controlaban la oposición. Turquía no hacía lo suficiente para poner fin al tráfico de combatientes extranjeros y de armas que transitaba por la frontera. «Si el público estadounidense estuviera al corriente de los datos de inteligencia que nosotros producimos diariamente, al nivel más confidencial, se caería de espaldas», me aseguró Flynn. «Nosotros entendíamos la estrategia a largo plazo de Daesh y sus ofensivas, y discutíamos también sobre el hecho que Turquía daba la espalda cuando se hablaba del avance del Estado Islámico en Siria». Los informes de la DIA, dijo el general Flynn, «eran rechazados con firmeza» por la administración Obama. «Yo tenía la impresión de que no querían oír la verdad.»
«Nuestra política de armar a la oposición contra Assad era un fracaso y mostraba impactos negativos», declaraba el ex consejero del Estado Mayor Conjunto. «Este último [el Estado Mayor Conjunto] pensaba que Assad no debía ser reemplazado por fundamentalistas. La política de la administración era incoherente. Querían que Assad dejara el poder pero la oposición estaba dominada por extremistas. Entonces, ¿quién iba a sustituirlo? Una cosa era decir que Assad tenía que irse, pero si usted continúa la reflexión –resulta que hay que poner a otro cualquiera. Era sobre la cuestión del “serviría otro cualquiera” que el Estado Mayor Conjunto estaba en desacuerdo con la política de Obama.»
Los jefes del Estado Mayor Conjunto opinaban que una oposición directa a la política de Obama «tenía cero posibilidades de éxito». Así que en el otoño de 2013 decidieron tomar medidas contra los extremistas sin pasar por los canales tradicionales de la política, proporcionando datos de inteligencia estadounidenses a los militares de otros países, calculando que dichos datos serían retransmitidos al ejército sirio y utilizados contra el enemigo común: el Frente al-Nusra y el Estado Islámico.
Alemania, Israel y Rusia estaban en contacto con el ejército sirio y podían influir en ciertas decisiones de Assad –a través de esos países serían compartidos algunos datos de inteligencia de Estados Unidos. Cada uno de esos países tenía sus propias razones para cooperar con Assad: Alemania temía lo que pasaría entre su población –que incluye 6 millones de musulmanes– si el Estado Islámico llegaba a desarrollarse; Israel estaba preocupado por la seguridad de sus fronteras; Rusia tenía una alianza de mucho tiempo con Siria y estaba preocupada por la amenaza que se cernía sobre su única base naval en el Mediterráneo, en el puerto sirio de Tartús.
Según el consejero: «No teníamos ninguna intención de disentir de la política oficial de Obama. Pero compartir nuestras conclusiones, a través de las relaciones entre militares, con otros países era algo que podía resultar productivo. Estaba claro que Assad necesitaba mejores datos de inteligencia de carácter táctico y consejos operacionales. El Estado Mayor Conjunto llegó a la conclusión de que si convergían esas necesidades, ello mejoraría la lucha contra el terrorismo. Obama no estaba al corriente, pero Obama no sabe constantemente lo que hacen los jefes de estado mayor, y eso sucede con todos los presidentes.»
Cuando comenzó el flujo de datos de inteligencia estadounidense, Alemania, Israel y Rusia comenzaron a transmitir al ejército sirio información sobre las localizaciones e intenciones de los grupos yihadistas radicales. A cambio, Siria proporcionaba información sobre sus propias capacidades e intenciones. No había contacto directo entre Estados Unidos y los militares sirios. En vez de ello, dijo el consejero, «nosotros proporcionamos información –incluyendo análisis a largo plazo sobre el futuro de Siria, provenientes de personal contratado o de una de nuestras escuelas militares– y esos países podían hacer lo que querían con esa información, incluso comunicársela a Assad. Nosotros les decíamos a los alemanes y a los demás: “Aquí tienen algunas informaciones bastante interesantes y tenemos un interés común.” Fin de la conversación. El Estado Mayor podía concluir que algo positivo saldría de eso. Pero se trataba de una relación entre militares, no de una especie de complot siniestro de los jefes de estado mayor para evitar a Obama y respaldar a Assad. Era algo mucho más hábil que eso. Si Assad se mantenía en el poder, no era por lo que nosotros habíamos hecho. Era porque él mismo era lo bastante inteligente como para utilizar los datos y consejos tácticos apropiados que nosotros entregábamos a otros.»
La historia oficial de las relaciones entre Estados Unidos y Siria durante las últimas décadas está llena de gestos inamistosos. Assad había condenado los atentados del 11 de septiembre, pero se opuso a la guerra contra Irak. Durante toda su presidencia, George W. Bush asoció repetidamente a Siria con los tres países miembros del «Eje del Mal» –Irak, Irán y Corea del Norte. Cables del Departamento de Estado dados a conocer por WikiLeaks prueban que la administración Bush trató de desestabilizar Siria y que esos esfuerzos prosiguieron bajo la administración Obama.
En diciembre de 2006, William Roebuck, entonces a cargo de la embajada de Estados Unidos en Damasco, entregó un análisis sobre los «puntos débiles» del gobierno de Assad y enumeró los métodos que «aumentarían la probabilidad» de aprovechar las oportunidades de desestabilización. Recomendó que Washington cooperara con Arabia Saudita y con Egipto para reforzar las tensiones sectarias y focalizar la atención en «los esfuerzos de los sirios por combatir los grupos extremistas» –facciones disidentes kurdas y sunnitas– «con el fin de dar a entender que había debilidades, señales de inestabilidad y réplicas incontroladas». Recomendó también que «el aislamiento de Siria» debía estimularse a través del apoyo estadounidense al Frente de Salvación Nacional, encabezado por Halim Khaddam, un ex vicepresidente sirio cuyo gobierno en el exilio –en Riad– estaba financiado por los sauditas y la Hermandad Musulmana.
Otro cable de 2006 mostró que la embajada [de Estados Unidos en Damasco] había gastado 5 millones de dólares para financiar disidentes que se presentaban como candidatos independientes a la Cámara del Pueblo. Los pagos prosiguieron incluso cuando los servicios de inteligencia sirios ya sabían lo que se tramaba. Un cable de 2010 advertía que el financiamiento de un canal de televisión, con sede en Londres, dirigido por un grupo de oposición sirio sería considerado por el gobierno sirio «como un acto disimulado y hostil al régimen».
Pero, durante el mismo periodo, existe también una historia paralela de cooperación secreta entre Siria y Estados Unidos. Los dos países colaboraron contra al-Qaeda, su enemigo común. Un consejero de mucho tiempo del Mando Conjunto de Operaciones Especiales afirmó que después del 11 de septiembre «Bachar fue, durante años, extremadamente valioso para nosotros, mientras que por nuestra parte, en mi opinión, nosotros nos mostrábamos mezquinos y torpes en el uso que hacíamos de las preciosas informaciones que él nos proporcionaba. Aquella cooperación silenciosa prosiguió entre ciertos elementos, incluso después de la decisión (de la administración Bush) de demonizarlo».
En 2002, Assad autorizó a los servicios de inteligencia sirios a entregarnos cientos de documentos internos sobre las actividades de la Hermandad Musulmana en Siria y en Alemania. Durante aquel mismo año, la inteligencia siria impidió un atentado de al-Qaeda contra el cuartel general de la Quinta Flota estadounidense en Bahréin y Assad aceptó entregar a la CIA el nombre de un informante vital de al-Qaeda. Violando el acuerdo entre las partes, la CIA contactó directamente al informante. Este último rechazó el intento de acercamiento y rompió relaciones con los sirios que se ocupaban de él. Assad también entregó secretamente a Estados Unidos varios parientes cercanos de Sadam Husein que habían buscado refugio en Siria y –al igual que otros aliados de Estados Unidos en Jordania, Egipto, Tailandia y otros países– hizo torturar, por cuenta de la CIA, a varios sospechosos de terrorismo en una prisión de Damasco.
Fue esta historia de cooperación lo que permitió que, al parecer en 2013, Damasco diera su consentimiento a una nueva entrega indirecta de datos de inteligencia a Estados Unidos. Los jefes de estado mayor hicieron saber que, en pago, Estados Unidos solicitaría 4 cosas:
- que Assad impidiera que el Hezbollah atacara Israel;
- que aceptara retomar con Israel las negociaciones suspendidas sobre las Alturas del Golán,
- que aceptara la ayuda de consejeros militares rusos y de otros países y
- que se comprometiera a realizar después de la guerra elecciones abiertas con la participación de una gran diversidad de facciones.
«Nosotros teníamos reacciones positivas de parte de los israelíes, que se entusiasmaban con esa idea, pero que necesitaban conocer la reacción de Irán y de Siria», me cuenta el consejero de los jefes de estado mayor. «Los sirios nos dijeron que Assad no tomaría ninguna decisión unilateral, que necesitaba el apoyo de su ejército y de sus aliados alauitas. Lo que inquietaba a Assad era que Israel dijera “sí” y que no respetara después las condiciones del arreglo.»
Un consejero de mucho tiempo en el Kremlin, a cargo de los asuntos del Medio Oriente, me contó que a finales de 2012, después de haber sufrido toda una serie de reveses y deserciones en su ejército, Assad se había acercado a Israel, a través de un contacto en Moscú, proponiendo reabrir las negociaciones sobre las Alturas del Golán. Los israelíes rechazaron la proposición. «Dijeron que Assad estaba acabado», me afirmó el dirigente ruso. «Está cerca del fin.» Me dijo que los turcos habían dicho lo mismo a los rusos. Sin embargo, hacia mediados de 2013, los sirios pensaban que lo peor ya había pasado y querían garantías de que los estadounidenses y otros países eran serios en sus proposiciones de asistencia.
Durante las primeras fases de las discusiones, me dijo el consejero, los jefes de estado mayor trataron de entender lo que Assad necesitaba como prueba de sus buenas intenciones. La respuesta les llegó a través de uno de los amigos de Assad: «Tráiganme la cabeza del príncipe Bandar.» Los jefes de estado mayor no respondieron a aquel pedido. Bandar ben Sultan había sido durante décadas jefe de la inteligencia y de la Seguridad Nacional de Arabia Saudita y había sido embajador en Washington D.C. durante 20 años [2]. Durante los últimos años, era conocido como partidario de eliminar a Assad a cualquier precio. Aparentemente en mal estado de salud, Bandar ben Sultan renunció el año pasado a su cargo de director del Consejo de Seguridad Nacional de Arabia Saudita. Pero ese país sigue siendo la principal fuente de financiamiento de la oposición siria, financiamiento estimado por la inteligencia estadounidense en 700 millones de dólares el año pasado [2015].
En julio de 2013, los jefes de estado mayor habían descubierto una manera más directa de demostrar a Assad que su deseo de ayudarlo era serio. En aquella época, un tráfico de armas organizado en secreto por la CIA, desde Libia hacia la oposición siria y a través de Turquía, venía desarrollándose desde hacía más de un año (desde la muerte de Kadhafi, el 20 de octubre de 2011). La operación se dirigía en gran parte desde un anexo de la CIA en Bengazi, con el consentimiento del Departamento de Estado. El 11 de septiembre de 2012, el embajador de Estados Unidos en Libia, Christopher Stevens, resultaba muerto durante una manifestación anti-estadounidense que terminó con el incendio del consulado de Estados Unidos en Bengazi. Periodistas del Washington Post descubrieron copias de la agenda del embajador entre los escombros del edificio. Aquellos documentos demostraban que el día anterior [10 de septiembre de 2011], el embajador Stevens había tenido una reunión con el jefe de la estación local de la CIA. Al día siguiente, poco antes de su muerte, el embajador se había reunido también con un representante de Al-Marfa Shipping and Maritime Services, una firma de frete marítimo con base en Trípoli, que –según el consejero de los jefes de estado mayor– era conocida por encargarse del envío de armamento.
A finales del verano de 2013, el informe de la DIA había sido ampliamente difundido. Pero, aunque muchos miembros de la comunidad estadounidense de inteligencia estaban al tanto de que los extremistas dominaban la oposición siria, el tráfico de armas organizado por la CIA seguía teniendo lugar, planteando un problema constante al ejército de Assad. Los alijos de armas que Kadhafi había acumulado se habían convertido en una verdadera caverna de Alí Babá del armamento internacional, a pesar de que se vendían a precios elevados. «No había manera de detener las entregas de armas que habían sido autorizadas por el presidente [Obama]», según el consejero de los jefes de estado mayor. «La solución era invocar la chequera. Un representante de los jefes de estado mayor contactó a la CIA con una sugerencia: había armas mucho más baratas y disponibles en Turquía y podían ser entregadas a los rebeldes sirios en pocos días, y sin utilizar la vía marítima.» Pero no sería la CIA la única en utilizarlas. «Nosotros trabajábamos con turcos que no eran leales a Erdogan», según el consejero, «y los incitamos a entregar a los yihadistas que operaban en Siria todo el armamento obsoleto de su arsenal, incluyendo carabinas M1 de los tiempos de la guerra de Corea y muchas armas soviéticas. Era un mensaje que Assad podía entender: “Tenemos la posibilidad de limitar los efectos de la política presidencial”».
El flujo de inteligencia estadounidense que se transmitía al ejército sirio y la degradación de la calidad del armamento entregado a los rebeldes llegaron en un momento crítico. El ejército sirio había sufrido grandes pérdidas en la primavera de 2013, luchando contra el Frente al-Nusra y otros grupos extremistas, y había perdido el control de la capital de la provincia de Raqqa. Ataques esporádicos de las fuerzas aéreas y terrestres sirias se sucedieron durante meses, sin éxitos notables, hasta que se tomó la decisión de abandonar Raqqa y otras zonas poco pobladas y difíciles de defender en el norte y el oeste para concentrar el fortalecimiento del control gubernamental en Damasco y en las zonas densamente pobladas que vinculan la capital con Latakia, en el noreste. Pero, mientras el ejército [sirio] se fortalecía gracias a la ayuda de los jefes de estado mayor, Arabia Saudita, Qatar y Turquía elevaron su financiamiento y sus entregas de armas al Frente al-Nusra y el Estado Islámico, que a finales de 2013 había avanzado enormemente en territorios situados a ambos lados de la frontera entre Siria e Irak. Los rebeldes no fundamentalistas que quedaban se vieron bruscamente luchando y perdiendo en verdaderas batallas contra los extremistas. En enero de 2014, el Estado Islámico había tomado control total de Raqqa y de las zonas tribales de al-Nusra y había convertido esa ciudad [siria] en su capital. Assad seguía controlando el 80% de la población siria, pero había perdido gran parte de su territorio.
Los esfuerzos de la CIA por entrenar las fuerzas rebeldes moderadas también resultaban un fracaso. «El campo de entrenamiento de la CIA estaba en Jordania y se hallaba bajo control de un grupo tribal sirio», me contó el consejero de los jefes de estado mayor. Se sospechaba que algunos de los voluntarios para el entrenamiento en realidad eran soldados regulares del ejército sirio sin uniforme. Era algo que ya había sucedido en el momento más fuerte de la guerra de Irak, cuando miles de miembros de milicias chiitas se presentaron en campos de entrenamiento estadounidenses para recibir uniformes nuevos, armas y algunos días de entrenamiento y desaparecer después en el desierto. Un programa de entrenamiento diferente, organizado por el Pentágono en Turquía, no tuvo mejor resultado. El Pentágono había reconocido en septiembre que sólo «4 o 5» de sus reclutas seguían luchando contra el Estado Islámico; días después 70 de ellos se pasaron al Frente al-Nusra inmediatamente después de haber cruzado la frontera siria.
En enero de 2014, desesperado ante aquella falta de progreso, John Brennan, el director de la CIA, convocó a los jefes de la inteligencia estadounidense y a los árabes sunnitas de todo el Medio Oriente a una reunión secreta en Washington, para persuadir a Arabia Saudita de que cesara su respaldo a los combatientes extremistas en Siria. «Los sauditas nos dijeron que estarían felices de oír lo que queríamos decirles», me contó el consejero de los jefes de estado mayor, «así que todo el mundo vino a Washington para oír a Brennan decirles que tenían que ponerse del lado de los autotitulados moderados. Su mensaje consistía en decir que si todo el mundo en la región ponía fin a su respaldo a al-Nusra y Daesh, estos últimos acabarían por quedarse sin armas ni municiones y los moderados podrían vencerlos». Los sauditas ignoraron el mensaje de Brennan, según el consejero, «regresaron a su país para reforzar su apoyo a los extremistas pidiéndonos más respaldo técnico. Y nosotros dijimos “OK” y nos encontramos respaldando a los extremistas».
Pero los sauditas estaban muy lejos de ser el único problema: la inteligencia estadounidense había coleccionado los mensajes interceptados e informaciones de origen humano que mostraban que el gobierno [turco] de Erdogan había respaldado al Frente al-Nusra durante años y que ahora estaba haciendo lo mismo con el Estado Islámico. «Nosotros podemos manejar a los sauditas», dijo el consejero. «Podemos manejar a los sauditas. Usted puede discutir que en realidad todo el equilibrio en el Medio Oriente está basado en una forma de destrucción mutua asegurada por Israel y el resto del Medio Oriente, y que Turquía puede destruir ese equilibrio –lo cual es el sueño de Erdogan. Nosotros le dijimos [a Erdogan] que queríamos que pusiera fin al flujo ininterrumpido de yihadistas extranjeros que llegan a Turquía. Pero él tiene un sueño –que es restaurar el Imperio Otomano– y no se da cuenta en qué medida pudiera lograrlo.»
Una de las constantes en la política de Estados Unidos desde el derrumbe de la Unión Soviética ha sido la relación entre sus militares y Rusia. Después de 1991, Estados Unidos gastó miles de millones de dólares para ayudar Rusia a garantizar la seguridad de su armamento nuclear, incluyendo una operación conjunta ultrasecreta para evacuar el uranio de uso militar de los depósitos de Kazajstán, cuya seguridad no estaba garantizada. Los programas conjuntos para garantizar la seguridad de las materias fisibles prosiguieron durante las dos décadas siguientes. Durante la guerra en Afganistán, Rusia concedió diariamente autorizaciones de sobrevuelo a los aviones estadounidenses de carga y de reabastecimiento en vuelo y permitió el flujo de los enormes volúmenes de armas, municiones, alimentos y agua que necesita la máquina de guerra de Estados Unidos. El ejército ruso proporcionó datos de inteligencia sobre los escondites de Osama ben Laden y ayudó a Estados Unidos a negociar los derechos de uso de una base aérea en Kirguistán. Los jefes de estado mayor [estadounidenses] han estado en contacto con sus homólogos rusos durante todo el conflicto sirio, y esos vínculos entre las fuerzas armadas [de Estados Unidos y Rusia] comienzan en lo más alto de la jerarquía. En agosto, semanas antes de su retiro como jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Dempsey hizo una visita de adiós al cuartel general de las Fuerzas de Defensa Irlandesas, en Dublín, y anunció a su auditorio que durante el cumplimiento de sus funciones había considerado como una cuestión de honor el mantenerse en contacto con el jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas de Rusia, el general Valeri Guerasimov. «De hecho, le sugerí que íbamos a terminar nuestras carreras como las habíamos comenzado», declaró Dempsey: uno como comandante de tanques en Alemania occidental y el otro en Alemania oriental.
Tratándose de arremeter contra el Estado Islámico, Rusia y Estados Unidos tienen muchas cosas que compartir. En la dirección y la jerarquía del Estado Islámico son numerosos los que han luchado durante más de una década contra Rusia en las dos guerras de Chechenia, que comenzaron en 1994, y el gobierno de Putin está profundamente implicado en la lucha contra el terrorismo islámico. «Rusia conoce la dirección de Daesh», nos dijo el consejero de los jefes de estado mayor, «conoce perfectamente sus técnicas operativas y tiene muchos datos de inteligencia que compartir». En cambio, agregó, «nosotros tenemos excelentes formadores con años de experiencia en el entrenamiento de combatientes rebeldes, experiencia que Rusia no posee». El consejero no mencionará lo que la inteligencia estadounidense también puede proponer: una capacidad para obtener datos sobre objetivos, a menudo pagando enormes sumas de dinero, datos provenientes de fuentes en el seno de las milicias rebeldes.
Un ex consejero de la Casa Blanca sobre asuntos rusos me dijo que, antes del 11 de septiembre [de 2001], «Putin acostumbraba a decirnos: “Nosotros [rusos y estadounidenses] tenemos las mismas pesadillas sobre lugares diferentes”. Hacía con ello alusión a sus problemas con el califato de Chechenia y a nuestros problemas anteriores con al-Qaeda. Actualmente, después del atentado contra el avión [ruso] de Metrojet sobre el Sinaí y las masacres perpetradas en París y en otros lugares, es difícil evitar la conclusión de que hoy estamos teniendo las mismas pesadillas en los mismos lugares».
Sin embargo, la administración Obama sigue condenando a Rusia por su respaldo a Assad. Un diplomático retirado que trabajó en la embajada estadounidense en Moscú expresó compasión ante el dilema de Obama como dirigente de la coalición occidental que se opone a la agresión rusa contra Ucrania: «Ucrania es un problema grave y Obama lo ha tratado seriamente mediante sanciones. Pero nuestra política hacia Rusia a menudo carece de concentración ya que eso no tiene que ver con nuestra acción en Siria. Se trata de garantizar que Bachar no sea derrotado en Siria. La realidad es que Putin no quiere ver el caos de Siria extenderse a Jordania o al Líbano, como sucedió en Irak, y no quiere que Siria acabe cayendo en manos de Daesh. Lo más contraproducente que Obama ha hecho, y eso perjudicó muchísimo nuestros esfuerzos por poner fin a los combates, ha sido declarar que “Assad tiene que irse como condición previa a las negociaciones”.»
El diplomático también se hizo eco de un punto de vista que algunos defienden en el Pentágono, al mencionar un factor de daños colaterales dando a entender la decisión de Rusia de realizar incursiones aéreas en respaldo al ejército sirio el 30 de septiembre: Putin quiere evitar a Assad el funesto destino de Kadhafi. A este ex diplomático le dijeron que Putin miró 3 veces el video de la muerte atroz de Kadhafi, donde se muestra cómo el líder libio fue sodomizado con una bayoneta. El consejero de los jefes de estado mayor también me habló de un informe de la inteligencia estadounidense que concluía que Putin se había quedado consternado con el fin de Kadhafi: «Putin se reprochó el haber abandonado a Kadhafi, no haber desempeñado un papel más importante en segundo plano» en la ONU cuando la coalición occidental presionaba para obtener autorización para realizar los golpes aéreos que destruyeron el régimen [libio]. «Putin creía que, si no se implicaba junto a él, Bachar al-Assad sufriría la misma suerte –la mutilación– y que él mismo vería la destrucción de sus aliados en Siria.»
En un discurso pronunciado el 22 de noviembre, Obama declaró que los «principales blancos» de los ataques aéreos [rusos] «habían sido la oposición moderada». Es una versión de la que la administración [Obama] –al igual que los principales medios de prensa estadounidenses– se han separado muy raramente. Los rusos insisten en el hecho que ellos apuntan contra todos los grupos rebeldes que amenazan la estabilidad de Siria –incluyendo el Estado Islámico. El consejero ruso del Kremlin sobre el Medio Oriente explicó en una entrevista que la primera serie de golpes aéreos rusos estaba destinada a reforzar la seguridad alrededor de la base aérea rusa de Latakia, un bastión alauita. El objetivo estratégico, declaró, era establecer un corredor libre de yihadistas desde Damasco hasta Latakia y la base naval rusa de Tartús, e ir moviendo progresivamente los blancos hacia el sur y el este, con una concentración más importante de las misiones de bombardeo sobre el territorio ocupado por el Estado Islámico. Desde inicios de octubre se reportaron golpes aéreos rusos sobre blancos del Estado Islámico en Raqqa y sus alrededores. En noviembre hubo otros golpes aéreos contra las posiciones del Estado Islámico cerca de la ciudad de Palmira y en la provincia de Idlib, bastión encarnizadamente disputado cerca de la frontera turca.
Las incursiones rusas en el espacio aéreo turco comenzaron poco después de que Putin autorizara los bombardeos y la aviación rusa desplegó medidas de interferencia electrónica que afectaron los radares turcos. El mensaje enviado a la aviación turca, nos dijo el consejero de los jefes de estado mayor, era el siguiente: «Enviaremos nuestros aviones de combate adonde nos parezca necesario y cuando lo creamos necesario e interferimos los radares de ustedes. No se metan con nosotros. Putin les estaba anunciando a los turcos con quién estaban lidiando.» La agresión de Rusia trajo nuevas protestas turcas y denegaciones rusas así como patrullajes fronterizos más agresivos por parte de la aviación turca. No hubo incidentes significativos hasta el 24 de noviembre, cuando 2 cazas F-16 turcos, actuando aparentemente según reglas de enfrentamiento más agresivas, derribaron un cazabombardero ruso Su-24M que había penetrado en el espacio aéreo turco por más de 17 segundos [3]. Durante los siguientes días, Obama expresó su respaldo a Erdogan y, después de su encuentro privado del 1º de diciembre, declaró en una conferencia de prensa que su administración se mantenía «muy comprometida con la seguridad y la soberanía de Turquía». Obama declaró que mientras Rusia siguiera siendo aliada de Assad «muchos recursos rusos estarán dedicados a atacar a los grupos de oposición (…) que nosotros respaldamos (…) Así que no creo que nosotros debamos alimentar la ilusión de que Rusia atacará exclusivamente blancos de Daesh. No es lo que está sucediendo ahora. Nunca lo ha sido. Eso no sucederá en las próximas semanas».
El consejero del Kremlin para el Medio Oriente, al igual que los jefes de estado mayor y la DIA, rechazan a los «moderados» que gozan del respaldo de Obama, considerándolos como grupos islámicos extremistas que luchan junto al Frente al-Nusra y el Estado Islámico («No hay que jugar con las palabras y separar los grupos terroristas en moderados y no moderados», declaró Putin el 22 de octubre en un discurso). Los generales estadounidenses los consideran milicias agonizantes que se han visto obligadas a concluir acuerdos con el Frente al-Nusra y con el Estado Islámico para poder sobrevivir. A finales de 2014, el periodista alemán Jurgen Todenhofer, quien fue autorizado a pasar 10 días en Irak y en Siria, en territorios bajo control del Estado Islámico, declaró a CNN que los dirigentes del Estado Islámico «se ríen constantemente del Ejército Libre Sirio (ELS). No lo toman en serio. Dicen: “Nuestro mejor proveedor de armas es el ELS. En cuanto tienen buen armamento, nos lo venden.” No los toman en serio. Toman en serio a Assad. Toman en serio las bombas, por supuesto. Pero no temen a nada y el ELS no desempeña ningún papel».
La campaña de bombardeos de Putin provocó una serie de artículos anti-rusos en la prensa estadounidense. El 25 de octubre, el New York Times publicó un artículo, que citaba fuentes oficiales de la administración Obama, según el cual los submarinos y barcos-espías rusos operaban «agresivamente» cerca de los cables submarinos por donde transita la parte esencial del tráfico mundial de internet –aunque, como reconocía el artículo, no había «ninguna prueba hasta ahora» de un intento ruso de interrumpir ese tráfico. Diez días antes, el Times había publicado un resumen de las intrusiones rusas en las antiguas repúblicas satélites y describía los bombardeos rusos en Siria como «en cierto sentido un regreso a las iniciativas militares ambiciosas del pasado soviético». Aquel artículo mantenía en silencio el hecho que el gobierno de Assad había invitado a los rusos a intervenir en su país y omitía indicar que los ataques aéreos estadounidenses en Siria se desarrollaban desde septiembre [de 2014] sin ninguna autorización de Siria. En octubre, un editorial publicado en el mismo diario y escrito por Michael McFaul, el embajador de Obama en Rusia entre 2012 y 2014, decía que la campaña rusa de golpes aéreos apuntaba contra «todo menos el Estado Islámico». Los artículos anti-rusos no cesaron después de la catástrofe del avión de Metrojet, cuya responsabilidad reclamó el Estado Islámico. En el gobierno y los medios de prensa estadounidenses fueron pocos los que se plantearon la cuestión de saber por qué el Estado Islámico atacaría un avión civil ruso y sus 224 pasajeros si la aviación rusa estaba atacando solamente a los sirios «moderados».
Mientras tanto, las sanciones económicas contra Rusia siguen en vigor por lo que un gran número de estadounidenses consideran como crímenes de guerra de Putin en Ucrania. Lo mismo sucede con las sanciones del Departamento del Tesoro contra Siria y contra los estadounidenses que hacen negocios en ese país. En un artículo sobre las sanciones publicado a finales de noviembre, el New York Times volvió a agitar una afirmación vieja y sin fundamento, según la cual las medidas del Tesoro estadounidense «subrayan el litigio presentado por la administración sobre Assad, tratando de incitar a Rusia a retirarle su apoyo: que, aunque él afirme estar en guerra contra los terroristas islamistas, mantiene una relación de simbiosis con el Estado Islámico, lo cual le ha permitido aferrarse al poder».
Los 4 elementos fundamentales de la política siria de Obama siguen siendo los mismos hoy en día:
- su insistencia en la salida de Assad;
- que no es posible ninguna coalición con Rusia contra el Estado Islámico;
- que Turquía sigue siendo un aliado sólido en la guerra contra el terrorismo
- y que realmente existe una fuerza de oposición moderada significativa con respaldo de Estados Unidos.
Los atentados perpetrados en París el 13 de noviembre de 2015, con saldo de 130 víctimas, no han modificado el discurso oficial de la Casa Blanca, aunque varios dirigentes europeos, incluyendo a Francois Hollande, han reclamado una mayor cooperación con Rusia y han estado de acuerdo en coordinar más estrechamente sus acciones con la aviación rusa. También hay discusiones sobre la necesidad de mostrar mayor flexibilidad en cuanto al calendario de salida de Assad del poder.
El 24 de noviembre, el [presidente francés] Hollande viajó a Washington DC para discutir cómo deberían colaborar Francia y Estados Unidos para luchar contra Daesh. Durante una conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca, Obama dijo que él y Hollande habían estado de acuerdo en que «los bombardeos rusos contra la oposición moderada sólo sirven para sostener el régimen brutal de Assad ayudándolo a fortalecer el ascenso» del Estado Islámico. Hollande no llegó tan lejos, pero dijo que un proceso diplomático en Viena «conducirá a la salida de Assad… Se requiere unidad en el gobierno». La conferencia de prensa no logró resolver el principal obstáculo existente entre ellos [Obama y Hollande] en lo tocante a Erdogan. Obama apoyó el derecho de Turquía a defender sus fronteras. Hollande dijo que es urgente que Turquía tome las medidas necesarias contra los terroristas.
El consejero de los jefes de estado mayor me dijo que el principal objetivo del viaje de Hollande a Washington era convencer a Obama de unirse a la ONU en una declaración de guerra contra Daesh. Obama se negó. Los europeos no se unieron para hacer una declaración de ese tipo en el seno de la OTAN, siendo Turquía miembro de esa alianza militar. «El problema es Turquía», dijo el consejero de los jefes de estado mayor.
Naturalmente, Assad no acepta que un grupo de dirigentes extranjeros pueda decidir su futuro. Imad Mustafa, actualmente embajador de Siria en China, era rector de la facultad de la Universidad de Damasco en materia de tecnologías de la información y consejero cercano de Assad cuando fue nombrado embajador de Siria en Estados Unidos, cargo que ocupó durante 7 años. Mustafa es conocido como una personalidad que sigue siendo cercana a Assad y se puede confiar en él para interpretar su pensamiento [de Assad]. Me dijo que, para Assad, abandonar el poder equivalía a capitular ante «grupos terroristas armados» y que los ministros de un gobierno de unión nacional –tal y como lo proponen los europeos– serían considerados como deudores de las potencias extranjeras que los nombrasen. Esas potencias podrían recordar entonces al nuevo presidente «que ellas podrían reemplazarlo tan fácilmente como antes lo hicieron con su predecesor (…) Assad tiene ese deber para con su pueblo: él no puede irse porque quienes están pidiendo su salida son los enemigos históricos de Siria».
Mustafa también abordó el caso de China, un aliado de Assad que aparentemente ha previsto asignar 30 000 millones de dólares a la reconstrucción de Siria cuando termine la guerra. China también está preocupada por el Estado Islámico. «China considera la crisis siria según 3 perspectivas», dice Mustafa:
- la legislación y la legitimidad internacional;
- el posicionamiento estratégico mundial
- y las actividades de los yihadista uigures, en la provincia del extremo oeste de Xinjiang.
Esta [provincia china] tiene fronteras con 8 países –Mongolia, Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Afganistán, Pakistán y la India– y, desde el punto de vista de China, sirve de pasarela al terrorismo mundial y dentro de China. Muchos combatientes uigures en Siria son conocidos como miembros del Movimiento Islámico del Turquestán oriental –una organización separatista, a menudo violenta, que pretende instalar un Estado islamista uigur en la provincia de Xinjiang. «El hecho que estén disponiendo de ayuda de la inteligencia turca para pasar de China hacia Siria atravesando Turquía ha provocado enorme tensión entre los servicios de inteligencia chinos y turcos», afirma Mustafa. «China está preocupada por el hecho que el papel de Turquía en el apoyo a los combatientes uigures en Siria podría extenderse en el futuro al apoyo de los proyectos de Turquía en el Xinjiang. Nosotros [los sirios] ya proveemos a la inteligencia china con información sobre los terroristas y las vías que utilizan para viajar hasta Siria».
Las preocupaciones de Mustafa han hallado eco en un analista de relaciones exteriores de Washington que ha seguido de cerca el tránsito de los yihadistas hasta Siria a través de Turquía. Este analista, a cuyas opiniones recurren regularmente personalidades de la cúpula del gobierno [estadounidense], me dijo que «Erdogan llevó uigures a Siria mediante transportes especiales mientras que su gobierno apoya la lucha [de los uigures] en China. Los terroristas uigures y los musulmanes birmanos que huyen hacia Tailandia obtienen pasaportes turcos y parten entonces por avión hacia Turquía, en tránsito hacia Siria». Agregó que desde China hacia Kazajstán también existía una verdadera red que organizaba el paso de los uigures, con un posible tránsito a través de Turquía –los estimados van desde varios cientos a varios miles al año– y de allí pasan al territorio bajo control del Estado Islámico en Siria. «La inteligencia de Estados Unidos no recibe información correcta sobre esas actividades porque quienes las conocen y están descontentos con la política no hablan con ella», señaló el analista. También dijo que no estaba claro si los responsables oficiales de la política hacia Siria en el Departamento de Estado y la Casa Blanca «estaban muy al corriente». La publicación especializada estadounidense IHS-Jane’s Defense Weekly estimó en octubre que cerca de 5 000 voluntarios uigures decididos a luchar habían llegado a Turquía desde 2013, y que 2 000 de ellos habían entrado en Siria. Mustafa afirmó que él mismo tenía informes según los cuales cerca de 860 combatientes uigures están actualmente en Siria.
Las crecientes preocupaciones de China sobre el problema uigur y su vínculo con Siria y Daesh han sido fuente de trabajo para Christina Lin, una universitaria que estudia temas chinos desde hace una década, mientras trabajaba en el Pentágono en tiempos de Donald Rumsfeld. «Yo crecí en Taiwán y llegué al Pentágono siendo una crítica de China», me dijo Lin. «Acostumbraba a demonizar a los chinos como ideólogos, y están lejos de ser perfectos. Pero, al cabo de los años, al verlos abrirse y evolucionar, comencé a cambiar mi punto de vista. Yo considero a China como un socio potencial en diversos desafíos mundiales, particularmente en el Medio Oriente. Hay muchos lugares –Siria es uno de ellos– donde Estados Unidos y China deberían cooperar a favor de la seguridad regional y en materia de contraterrorismo.»
Chistina Lin me dijo que, varias semanas después, China y la India, ex enemigos de la guerra fría, que «se odiaban más que China y Estados Unidos, realizaron una serie de ejercicios conjuntos de contraterrorismo. Y hoy en día China y Rusia quieren cooperar ambas con Estados Unidos sobre los problemas de contraterrorismo». Desde el punto de vista chino, sugiere Lin, los militantes uigures que han llegado a Siria son entrenados por el Estado Islámico con técnicas de supervivencia destinadas a servirles de ayuda cuando regresen para realizar ataques terroristas en territorio chino. «Si Assad pierde», dice Lin en un artículo publicado en septiembre, «los combatientes yihadistas de la Chechenia rusa, del Xinjiang chino y de la Cachemira india volverán a su patria para continuar allí la yihad, con apoyo de una base de operaciones nueva y bien pertrechada en Siria, en pleno corazón del Medio Oriente.»
El general Dempsey y sus colegas del Estado Mayor Conjunto mantuvieron sus disensiones fuera de los canales burocráticos y así conservaron sus cargos. El general Michael Flynn no lo hizo. «Flynn se ganó la antipatía de la Casa Blanca al insistir en que se dijera la verdad sobre Siria», declaró Patrick Lang, un coronel retirado que ocupó durante cerca de una década las funciones de responsable civil de la DIA para el Medio Oriente. «Flynn pensaba que lo mejor era decir la verdad y ellos lo marginaron. Pero él no quería callarse.»
El propio Flynn me dijo que su problema iba más allá de Siria. «Yo estaba cambiando las cosas en la DIA –y no me limitaba a reinstalar las sillas en la cubierta del Titanic. Era una reforma radical. Yo tuve la impresión de que la dirección civil no quería oír la verdad. Eso me costó caro pero no me arrepiento.» En entrevista concedida recientemente a Der Spiegel, Flynn era categórico en cuanto a la entrada de Rusia en la guerra de Siria: «Tenemos que trabajar de manera constructiva con Rusia. Nos guste o no, Rusia tomó la decisión de intervenir militarmente. Están allí y eso cambió completamente la dinámica. Así que usted no puede decir que Rusia actúa mal y que tienen que regresar a su casa. Eso no sucederá. Miren las cosas de frente.»
En el Congreso de Estados Unidos son pocos los que comparten ese punto de vista. Una de las excepciones es Tulsi Gabbard, una representante demócrata de Hawái, miembro de la Comisión de la Cámara de Representantes sobre las fuerzas armadas. Como mayor de la Guardia Nacional, Tulsi Gabbard ha servido 2 veces en el Medio Oriente. En entrevista concedida a CNN en octubre declaró: «Estados Unidos y la CIA deberían poner fin a esa guerra ilegal y contraproducente destinada a derrocar el gobierno sirio de Assad y deberían concentrarse en la lucha contra (…) los grupos extremistas islamistas.»
El periodista le preguntó: «¿A usted no le preocupa que el régimen de Assad haya dado muestras de brutalidad, matando al menos 200 000 o quizás 300 000 ciudadanos de su propio pueblo?»
«Las cosas que se cuentan sobre Assad en este momento», respondió Gabbard, «son las mismas que se decían sobre Kadhafi, las mismas que se decían sobre Sadam Husein por parte de quienes se pronunciaban a favor de que Estados Unidos (…) derrocara esos regímenes (…) Si eso sucede en Siria, llegaremos a una situación donde habrá mucho más sufrimiento, mucha más persecución de minorías religiosas y de cristianos en Siria, y nuestro enemigo será mucho más fuerte.»
«O sea», agregó el periodista, «¿lo que usted dice es que la implicación militar rusa al nivel aéreo y la de Irán en tierra son, de hecho, un favor que se le hace a Estados Unidos?»
«Ellos están trabajando por la derrota de nuestro enemigo común», respondió T. Gabbard.
La propia Gabbard me dijo posteriormente que muchos de sus colegas en el Congreso, tanto demócratas como republicanos, le agradecieron en privado por haberse expresado de esa manera. «En el público hay mucha gente, incluso en el Congreso, que necesita que se le expliquen las cosas claramente», dijo Gabbard. «Pero es difícil, por tanto engaño que hay sobre lo que en realidad sucede. No se dice la verdad.»
No es usual ver a un político desafiar la política exterior de su propio partido dirigiéndose directamente a la prensa. Para alguien que está realmente al tanto de lo que pasa, que dispone de acceso a la información más confidencial, hablar tan abiertamente y de manera crítica puede significar el fin de su carrera. Una disensión bien informada puede transmitirse a través de una relación de confianza entre un periodista y personas bien informadas, pero eso implica invariablemente que no haya mención de nombres.
Sin embargo, la disensión existe. El consejero que trabajó durante mucho tiempo con el Mando Conjunto de Operaciones Especiales no pudo ocultar su desprecio cuando le pregunté su punto de vista sobre la política de Estados Unidos en Siria. «La solución en Siria está delante de nuestras narices», dijo. «La amenaza principal para nosotros es Daesh y todos –Estados Unidos, Rusia y China– tenemos que trabajar juntos. Bachar se quedará en el poder y cuando la situación en el país se haya estabilizado habrá una elección. No hay otra alternativa.»
El canal militar indirecto hacia Assad desapareció cuando Dempsey pasó a retiro, en septiembre [de 2015]. Su sucesor a la cabeza de los jefes de estado mayo, el general Joseph Dunford, compareció ante la Comisión del Senado para las Fuerzas Armadas en julio, 2 meses antes de asumir sus funciones. «Si ustedes quieren hablar de una nación que podría constituir una amenaza existencial para Estados Unidos, tengo que designar a Rusia», declaró Dunford. «Si observan ustedes su comportamiento, este es alarmante».
En octubre, como presidente de los jefes de estado mayor, Dunford negó los resultados de los bombardeos rusos en Siria, declarando ante la misma comisión que Rusia «no combate el Estado Islámico». Agregó que Estados Unidos debería «trabajar con sus socios turcos para garantizar la seguridad en la frontera norte de Siria» y «hacer todo lo que podamos para permitir a las verdaderas fuerzas de oposición sirias [entiéndase a los rebeldes “moderados”] combatir a los extremistas.».
Obama dispone ahora de un Pentágono más complaciente. Ya no habrá desafío indirecto de los dirigentes militares ante su política de desprecio hacia Assad o su respaldo a Erdogan. Dempsey y sus compañeros siguen asombrados ante el hecho que Obama continúa defendiendo a Erdogan, a pesar de las numerosas pruebas que la inteligencia estadounidense ha logrado acumular en contra del presidente turco. «Nosotros sabemos que ustedes trafican con los radicales en Siria», dijo el presidente al director de los servicios de inteligencia de Erdogan, en medio de una tensa reunión en la Casa Blanca. Los jefes del Estado Mayor Conjunto y la DIA han seguido informando a los dirigentes de Washington sobre la amenaza que representan los yihadistas en Siria y el respaldo que Turquía les aporta, mensaje que nunca ha sido escuchado. ¿Por qué?
Seymour M. Hersh
Fuente original:
London Review of Books
Fuente: Red Voltaire

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