José Manuel
López
*Portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid
*Portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid
Hoy es 15 de
mayo de 2016. Han pasado ya cinco años desde que este día, el 15M, tiene un
significado especial. Desde aquella manifestación, la posterior acampada y las
fotos que recorrieron las portadas de la prensa internacional, este país ha
cambiado mucho. La fecha está cargada de significado desde entonces. El 15M fue,
además de la conversión pacífica y multitudinaria de las plazas en asambleas,
la toma de conciencia de un sentimiento común: la política que había
pretendidamente ocupado todo, la política institucional, estaba totalmente
separada de “la política real”.
En aquellas
plazas coincidimos gente muy diversa. Pudimos encontrarnos las personas que
llevábamos años haciendo trabajo en nuestros barrios y nuestros pueblos,
prestando especial atención a los problemas sociales y siguiendo la tradición
democrática de los movimientos vecinales; aquellas que habían luchado por los
derechos laborales desde los años 70; aquellas que, desde la Administración del
Estado, habían visto cómo se degradaba la función pública; aquellas que, desde
colegios y hospitales, no podían ejercer a la altura su labor a causa del
desmantelamiento del Estado de bienestar en nuestro país; los mayores y los
jóvenes que veían, desde una perspectiva generacional diferente, una misma
realidad: un pacto roto por las élites.
¿Qué hizo
del 15M algo diferente? Llegamos a las plazas con muchos gritos, con muchas
reivindicaciones particulares y, finalmente, se sintetizaron en una idea común:
“¡no nos representan!”. Al nuevo grito le sucedió el silencio y una pregunta:
“si ellos no nos representan, ¿alguien podría hacerlo?”. La respuesta maduró
durante algún tiempo y ha supuesto un verdadero punto de inflexión en un
proceso que ha cambiado la política y ha traído a la sociedad española hasta
aquí.
La llegada
de la “política real” a la política institucional se ha producido en apenas 3
años. Primero, unas elecciones europeas, a las que la opinión publicada no
miraba con atención; luego la entrada de las candidaturas municipalistas del
cambio a muchos ayuntamientos –muchos de las ciudades más importantes del país-
y la irrupción de Podemos en el ámbito autonómico.
En un ciclo
electoral tan largo como en el que nos encontramos da la sensación de que uno
vive ya siempre en elecciones. Sin embargo, el cambio es una realidad que va
cogiendo forma, extendiéndose y asentándose. Por ejemplo, tras las elecciones
municipales en comunidades como Aragón o Madrid casi el 60% de los ciudadanos
viven en ayuntamientos gobernados por el cambio político. Éste tiene muchas
caras y nombres, pero merece una etiqueta común porque comparte planteamientos
muy similares: el fin del despilfarro, fortalecimiento y mejora de los
servicios públicos, la participación imprescindible de la ciudadanía en la vida
pública, la lucha contra la desigualdad y el desempleo y – no se nos olvide –
la demostración cotidiana de que una mejor gestión es posible. Así la ciudad de
Madrid con Manuela Carmena al frente empieza a mejorar la gestión, dejando de
despilfarrar 700 millones de euros de los madrileños en el primer año, mientras
la Comunidad de Madrid, gobernada por Cristina Cifuentes, engorda la deuda en
3.000 millones más manteniendo un proyecto agotado.
También el
cambio deja ya sentir sus efectos en los parlamentos autonómicos. En un año han
cambiado las aritméticas parlamentarias y las formas, pero sobre todo ha
cambiado la agenda política. En buena medida, la desigualdad, la lucha contra
la corrupción y el nuevo modelo productivo para la generación de empleo son
ahora los ejes del debate. Además, se ha dado un paso en la recuperación de la
democracia. Las mayorías absolutas en los parlamentos autonómicos de las
últimas legislaturas habían hecho olvidar a algunos su función legislativa
hasta prácticamente borrarla. Los ejecutivos hacían y deshacían sin control y
tanto esta circunstancia como la ausencia de división de poderes como principio
explican en cierto grado las tramas de corrupción que se han dado especialmente
en comunidades donde gobernaba el PP con claro dominio como Madrid, Baleares o
Valencia. Hoy los parlamentos están volviendo a legislar y a controlar a los
gobiernos. La democracia es hoy más democracia.
El
bipartidismo construyó un país a su medida. Ese modelo está agotado y hace
falta uno nuevo que ya se ha puesto en marcha. Un proyecto que implica un
cambio en el modelo productivo, en la mejora y protección de los servicios
públicos y rehacer el pacto social. La participación es una garantía y hay que
garantizar la representatividad – de los pactos territoriales que conforman el
país o de la solidaridad fiscal – ya que el 15M también trajo una nueva cultura
política a la que todos hemos de ajustarnos para cumplir con las expectativas
de la ciudadanía.
Ahora que
tenemos, de nuevo, unas elecciones a la vuelta de la esquina, se habla del
hartazgo de la ciudadanía con la política y de la incapacidad de las distintas
fuerzas políticas a la hora de llegar a un acuerdo. Ese hartazgo, esa apatía no
es comparable con la indignación de hace 5 años, sino que se parece más a un
cansancio de aquel que tiene que hacer un esfuerzo más para llegar al final del
camino. Es importante recordarlo antes de unas elecciones que no son unas
elecciones más, sino un desempate entre dos proyectos de país – el de la
continuidad y el del cambio – en el que se vota para la próxima década.
Se llegó al
15 de mayo con una marea de voces y reivindicaciones y se salió en silencio con
muchas preguntas. Hoy quizás hemos acuñado, tras la experiencia de estos meses
en las instituciones, una certeza importantísima: es posible un proyecto
político, económico y social más inclusivo y democrático. Con esta certeza nos
dirigimos a una fecha crucial en la historia de nuestro país, el próximo 26 J.
Fuente: Público.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario