Luiz Gonzaga Belluzzo
Frei Betto
Michel Löwy
Patear el cadáver
Luiz Gonzaga Belluzzo
Entre muertos y ahogados, flota impávida la estructura del poder real.
La producción
nacional de cadáveres va viento en popa. No hablo de los miles que
sucumbieron ante la violencia explícita o implícita que se apodera del
país. En este momento, el sistema de poder y del dinero, la fuente de
toda violencia, prepara las exequias de otro cadáver notorio.
El
epitafio de Eduardo Cunha /1/ se ha estampado en las editoriales que
más levantan la voz del moralismo, para ocultar la complicidad del
difunto, un fiel servidor de los que ahora promueven su liquidación
moral y política. Diría el personaje de Lampedusa en Gatopardo: “Hay que
cambiar para que todo siga como está”. El transformismo brasileño es
más cruel: “Tienes que asesinar a los vasallos más nobles, para
preservar la reproducción de los engranajes del poder”. Los portavoces
del establishment nativo se encargan del deporte conocido: palear al
cadáver.
En el Congreso y
fuera de él, los bandidos y trúhanes de la República ya preparan
requintados las patadas en carcaza de quien, al final, sirvió y sirve
tan bien a sus intereses y sus apetitos. Así, por ejemplo, se escaparon
del naufragio del régimen militar y se consagraron en la democracia como
corifeos de las libertades.
Los
servidores de Eduardo (Cunha) se enfrentan, sin embargo, a una duda
terrible: no saben si, de hecho, el cadáver está muerto del
todo. Teniendo el difunto un notable dominio y conocimiento de amplios y
reconocidos saberes de las maldades de la política nativa, los estragos
de una resurrección o un último suspiro podrían ser
aterradores. Imagino la angustia que en esta hora oprime los corazones
de algunos de los acusadores de ocasión. Como pistoleros a sueldo,
solamente van a tranquilizarse cuando estén convencidos de que el
cadáver esté completamente muerto. No pueden hacer otra cosa que esperar
su defunción definitiva. Pero aquí sólo hay una posible certeza: no hay
manera de evitar la convulsión política del moribundo.
Entonces
convendría sopesar la conveniencia del asesinato de un personaje tan
emblemático, una encarnación perfecta de los vicios y las virtudes del
sistema dominante. Los vicios son muchos. Dejo a la imaginación del
lector el trabajo de enunciar el reparto. En cuanto a las virtudes,
entre las pocas se destaca la capacidad de reproducir las alianzas de
poder a costa de la des caracterización humillante y trágica de los que
dicen oponerse a tal estado de cosas. Ahí están postradas y subyugadas,
arruinadas, las instituciones responsables de promover la mediación
democrática.
La
democracia de los patricios, observada desde una perspectiva realista y
sombría, revela una enorme capacidad de sobrevivencia del poder de los
dueños. Gobierno tras gobierno, cambian
los métodos, pero no los rumbos, ni siquiera los pretextos. Hay que
admirar el refinamiento de los poderosos en el cuidado de preservar a
las personas notoriamente comprometidas las truculencias y las fechorías
del pasado. Allí están los sobrevivientes de otros naufragios de la
República perorando sobre las virtudes del fulano.
Elemental,
querido Watson, entre muertos y ahogados flota impávida la estructura
del poder real, ese contubernio entre el dinero y la política. Mandan y
desmandan los mismos grupos de siempre, reforzados ahora por la
presencia de los yuppies cosmopolitas de las finanzas globalizadas. La
mayor innovación de los tiempos que corren, además de la Internet y del
celular, es la puerta giratoria entre las mesas de dinero de las
instituciones financieras y las burocracias ejecutoras de los proyectos y
programas de privatización. En ese bloque hegemónico no faltan los
servicios de los medios, infatigables en presentar esos compañeros de
ruta como portadores de un saber superior, lo único capaz de asegurar, a
los ojos de los mercados financieros, la credibilidad de la política
económica.
Más
que eso, las normas del mercado pasaron a dictar las reglas de la vida
política. En el Brasil de hoy, esa lógica fatal viene contaminando las
instancias decisivas del poder estatal. El sistema partidario y el
financiamiento de las campañas electorales parecen engendrados con el
propósito de transformar el Congreso en un mercado de mostradores, donde
los gritos de “compro” y “vendo” tornan ridícula la hipocresía de los
discursos moralistas de los plenarios.
La
voluntad, el favoritismo, el secreto, la oscuridad y el nepotismo
fueron los demonios que los valores de la República restaurada
pretendían exorcizar. Pues los fantasmas de la Patria Amada están ahí,
libres, patanes, riendo a carcajadas sobre nuestras increíbles
esperanzas.
En
esta columna me remito a un artículo publicado en ocasión de la
renuncia del entonces senador Antonio Carlos Magalhães /2/. Cambian las
máscaras, pero los personajes son los mismos. Al
contrario de lo que dice, los señores se han vuelto más feroces. Pero
aprendieron a usar métodos más sutiles y eficientes para torturar
colectivamente a los ciudadanos, con las técnicas de la desinformación,
de la masacre ideológica y de la “espectacularización” de la política.
Notas: 1.
Eduardo Cunha fue presidente de la Cámara de Diputados, iniciador de la
acusación contra Dilma Russeff, acusado él mismo ahora de recibir
millonarias coimas y titular de cuentas bancarias en Suiza. 2. Antonio
Carlos Magalhães, emblemático caudillo nordestino, tres veces gobernador
de Bahía.
Carta Capital 19 de mayo 2016
Traducción para Sin Permiso: Carlos A. Suárez
Por un nuevo progresismo
Frei Betto
La
destitución de Dilma me huele a golpe parlamentario, como lo que
sucedió en Honduras y en Paraguay. Su gobierno, en este inicio del
segundo mandato, no alcanzó el éxito alcanzado en el primero. Con todo,
fue elegido democráticamente y yo, que lo critico, no cedo al
oportunismo que se empeña en quebrar los límites entre oposición y
destitución.
Aceptar
que antipatía y fracaso administrativo deban tener más peso que
principios constitucionales es admitir el retroceso, y arrojar a
Brasilia y América Latina a la cartografía de las “repúblicas
bananeras”, tan en boga en el continente en la primera mitad del siglo
XX.
Mi
incomodidad es obvia. No veo salida para la emancipación brasileña
dentro de nuestra institucionalidad política actual. ¿Elecciones
generales? Sería una buena medida si un payaso Tiririca no pudiese
arrastrar consigo al parlamento a figuras que se valen de la distorsión
del coeficiente electoral, sin siquiera haber recibido los votos de su
familia.
Y
entre tantos candidatos, ¿quién encarna un programa consistente de
reformas estructurales? ¿Vale la pena “cambiar seis por media docena”?
Si
el PT hubiera valorado, a lo largo de los últimos 13 años, a las
dirigencias populares de izquierda, hoy tendríamos un Congreso
progresista y con muchas menos figuras ridículas. Pero prefirió realizar
alianzas no confiables, de las cuales ahora es víctima.
Las
fuerzas políticas progresistas necesitan redefinirse en Brasil.
Establecer un programa mínimo de liberación nacional para no seguir
siendo rehenes de esta política de efectos, sin poder aplicar una
política capaz de alterar las causas de las anomalías nacionales.
Es
preciso romper el ciclo vicioso de la política de resultados y
redefinir una política de principios, capaz de mirar más allá de las
urnas, del neoliberalismo y de esta fase histórica del capitalismo.
Si
la izquierda brasileña no rescata la utopía libertaria, nuestro
horizonte quedará limitado a este o aquel candidato, en un círculo
dantesco de éxitos y decepciones, avances y retrocesos.
La
edad adulta de la democracia tiene nombre: socialismo. Pero el enemigo
ha maldecido de tal manera ese nombre que tenemos miedo de pronunciarlo.
Aún no nos hemos recuperado de la caída del Muro de Berlín. Enrojecemos
de vergüenza ante el capitalismo de Estado adoptado por China y el
hermetismo idólatra de Corea del Norte.
Pero
no se trata de soportar el peso de la culpa de tantos errores cometidos
por el socialismo, aunque América Latina abrigue la única experiencia
victoriosa, Cuba. Se trata de confrontar el verdadero rostro del
capitalismo, repleto de atrocidades, miserias, explotación neocolonial,
guerras y degradación ambiental.
¿Cuál
es ese “otro mundo posible”? ¿Dónde estará el camino del “buen vivir”?
El camino se hace al caminar. Es una certeza que tengo: fuera del mundo
de los pobres y de su protagonismo político, los progresistas siempre
correrán el riesgo de sostener el violín con la izquierda y tocarlo con
la derecha.
Perfil, 13 de mayo 2016
Traducción para Sin Permiso: Carlos A. Suárez
Golpe de Estado
Michael Löwy
A
las cosas hay que llamarlas por su nombre. Lo que acaba de ocurrir en
Brasil, con la destitución de la Presidenta electa, Dilma Rousseff, es
un golpe de Estado. Golpe de Estado pseudolegal, “constitucional”,
“institucional”, parlamentario, todo lo que se quiera, pero golpe de
Estado en cualquier caso.
Parlamentarios
-diputados y senadores- masivamente comprometidos en casos de
corrupción (se cita la cifra del 60 %) han instituido un procedimiento
de destitución contra la Presidenta de la República de Brasil, Dilma
Roussef, con el pretexto de irregularidades contables, de “maquillajes
fiscales” para ocultar los déficit en las cuentas públicas -¡una
práctica rutinaria de todos los gobiernos brasileños anteriores!.
Cierto, varios cuadros del Partido de los Trabajadores (PT) están
implicados en el escándalo de corrupción de Petrobras, la Compañía
Nacional de Petróleo, pero no Dilma… De hecho, los diputados de derechas
que han dirigido la campaña contra la Presidenta están entre los más
implicados en este asunto, comenzando por el presidente del Parlamento,
Eduardo Cunha (recientemente suspendido), acusado de corrupción,
blanqueo, evasión fiscal a Panamá, etc.
La
práctica del golpe de Estado legal parece ser la nueva estrategia de
las oligarquías latino americanas. Probada en Honduras y Paraguay
-países que la prensa trata a menudo como “Repúblicas bananeras” - se ha
revelado eficaz y productiva para eliminar a presidentes (muy
moderadamente) de izquierdas. Ahora acaba de ser aplicada en un
país-continente…
Se
pueden hacer muchas críticas a Dilma: no ha mantenido sus promesas
electorales y ha hecho muchísimas concesiones a los banqueros, a los
industriales, a los latifundistas. La izquierda política y social no ha
dejado, desde hace un año, de exigir un cambio de política económica y
social. Pero la oligarquía de derecho divino de Brasil -la élite
capitalista financiera, industrial y agrícola- no se contenta ya con
concesiones: quiere la totalidad del poder. No quiere ya negociar sino
gobernar directamente, mediante sus hombres de confianza, y abolir las
pocas conquistas sociales de los últimos años.
Citando
a Hegel, Marx escribía en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, que los
acontecimientos históricos se repiten dos veces: la primera como
tragedia y la segunda como farsa. Esto se aplica perfectamente a Brasil.
El golpe de Estado militar de abril de 1964 era una tragedia, que
hundió a Brasil en veinte años de dictadura militar, al precio de
centenas de muertos y miles de torturados. El golpe de Estado
parlamentario de mayo de 2016 es una farsa, un asunto tragicómico, en el
que se ve a una camarilla de parlamentarios, reaccionarios y
notoriamente corruptos, derrocar a una Presidenta democráticamente
elegida por 54 millones de brasileños, en nombre de “irregularidades
contables”. La principal componente de esta alianza de partidos de
derechas es el bloque parlamentario (no partidista) conocido como “las
tres B”: “Bala” (diputados ligados a la Policía Militar, a los
Escuadrones de la muerte y a otras milicias privadas), “Buey” (los
grandes propietarios de tierra criadores de ganado) y “Biblia” (los
neopentecostales integristas, homófobos y misóginos). Entre los
partidarios más entusiastas de la destitución de Dilma se distingue el
diputado Jairo Bolsonaro, que ha dedicado su voto a los oficiales de la
dictadura militar y en particular nominalmente al Coronel Ustra,
torturador notorio. Entre las víctimas de Ustra, Dilma Roussef, entonces
(comienzo de los años 1970) militante de un grupo de resistencia
armada; y también mi amigo Luis Eduardo Merlino, periodista y
revolucionario, muerto en 1971 bajo la tortura a la edad de 21 años.
El
nuevo Presidente Michel Terner, entronizado por sus acólitos, está él
mismo implicado en varios escándalos, pero no ha sido aún objeto de una
imputación. En un reciente sondeo, se ha preguntado a los brasileños si
votarían por Temer como Presidente de la República: el 2% ha respondido
favorablemente…
En
1964, se tuvo derecho a grandes manifestaciones “Con Dios y la Familia
por la Libertad”, que prepararon el terreno para el golpe de Estado
contra el presidente Joao Goulart; esta vez de nuevo multitudes
“patrióticas” -arengada por la prensa encargada de ello- se han
movilizado para exigir la destitución de Dilma, llegando, en algunos
casos, hasta pedir una vuelta de los militares…
Compuestas
esencialmente de personas de color blanco (la mayoría de la gente en
Brasil es negra o mestiza) salidas de las clases medias, esta multitudes
han sido convencidas por los medios de que lo que estaban en juego en
este asunto era el “combate contra la corrupción”.
Lo
que la tragedia de 1964 y la farsa de 2016 tienen en común es el odio a
la democracia. Los dos episodios revelan el profundo desprecio de las
clases dominantes brasileñas por la democracia y la voluntad popular.
¿Va a salir adelante el golpe de Estado “legal” sin demasiadas
resistencias, como en Honduras y Paraguay? No está tan claro… Las clases
populares, los movimientos sociales, la juventud rebelde no han dicho
su última palabra.
Traducción: Faustino Eguberri para Viento Sur
economista, profesor del Instituto de Economía da Unicamp.
miembro del Consejo Editorial de Sin Permiso, es escritor, autor de "Cartas desde la prisión", entre otros libros.
es un reconocido filósofo e historiador marxista del pensamiento contemporáneo.
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