“Si me
preguntas si quiero convencer a Izquierda Unida de que participe con
nosotros, te digo: evidentemente. Tengo claro que en este camino, más
tarde o más temprano, tenemos que encontrarnos.”
Quien así hablaba era Pablo Iglesias, en enero de 2014,
al presentar lo que entonces era solo un proyecto de candidatura a las
Europeas y que acabó siendo Podemos. Está bien recordar sus palabras
ahora, cuando parece que Podemos e IU se asoman a un acuerdo que se iba a
producir “más tarde o más temprano”, y que al final habría tardado dos
años y medio.
Dos años y medio de pequeños encuentros
y grandes desencuentros. De complicidades personales y desconfianza
orgánica. De competencia feroz por un electorado común. De heridas,
sobre todo para IU, que por el camino de la frustrada confluencia se ha
dejado a muchos militantes y muchos más votantes.
Dos
años y medio de comprobar, una y otra vez, que la confluencia
multiplica, y que es la única alternativa. Se vio en las municipales,
donde los Ganemos sumaban más que Podemos en
autonómicas. Sirvió para aprender y no repetir errores en el gatillazo
de las catalanas. Y se demostró con rotundidad el 20D, cuando mareas y
confluencias triunfaron en sus territorios y lograron un efecto arrastre
para Podemos en el resto de España.
Pero sobre todo,
dos años y medio de correlación de fuerzas y debilidades. Desde aquella
IU que en 2014 todavía se creía las encuestas que le prometían crecer
como nunca; y desde el Podemos que a principios de 2015 se creía otras
encuestas que le daban como primera fuerza; hasta que el pasado 20D
ambos aterrizaron. Con resultados dispares, sí, pero ambos tocaron
sólido: Podemos comprobó que su techo electoral estaba todavía demasiado
lejos del cielo; mientras IU descubría que su suelo electoral no era
tan profundo y le permitía al menos mantener la cabeza fuera del agua.
Ha hecho falta que unos y otros se golpeen en las urnas: unos con la
cabeza en el techo al saltar; otros con el culo en el suelo al caer. Ha
hecho falta que Podemos asumiese su débil fortaleza (débil para
conseguir el deseado asalto a los cielos) y que IU valorase su fuerte
debilidad (fuerte como para no desaparecer en su peor momento). Y el
reconocimiento mutuo: que Podemos entendiese que IU no va a desaparecer y
ceder su espacio sin más; y que IU aceptase que Podemos está en
condiciones de llegar adonde IU nunca soñó.
Por eso
en ambas formaciones hay quienes piensan que con el techo de Podemos, el
suelo de IU y el efecto multiplicador de las confluencias
territoriales, se puede aspirar a ese ‘sorpasso’ que durante tantos años
fue el unicornio de la izquierda española. Parafraseando el conocido poema de Benedetti,
tan querido por la izquierda (“con tu quiero y mi puedo, vamos juntos
compañero”), estos días los negociadores se cantan en las reuniones:
“con tu techo y mi suelo, vamos juntos compañero”.
Si me preguntan, yo soy de los que piensan que una confluencia bien hecha no va a restar, sumará con seguridad,
y quizás logre multiplicar. Pero para eso no vale con una suma de
debilidades, de poner tu techo y mi suelo; ni una gélida coalición
cogida con pinzas y acomplejada. Es necesario ampliar esa confluencia mucho más allá de
un apretón de manos entre dos partidos, sumando movimientos sociales y
movilizando ciudadanos para un viaje que no termina el 26J, sino que
empieza ese día. Venga.
Fuente: eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario