Pedro Sánchez junto a Pablo Iglesias en su primer encuentro tras el encargo del rey de formar Gobierno / Foto: Podemos |
No me engaño al respecto. Desde el momento en que la parte conveniente del PSOE enganchó a Sánchez por el calcañar para impedir cualquier movimiento que diera poder a Podemos todo estuvo más o menos claro
Así las cosas unas nuevas elecciones sólo pueden o llevarnos al mismo impasse o conseguir, esta vez sí, un resultado que sea aceptable para ellos
Elisa Beni
Reparte otra vez hasta que vaya de mano quien deba. Una y otra vez hasta que tenga suficiente triunfos para hacer la baza. No la baza de los españoles ni la baza de una idea de futuro de este país, ni la baza del esfuerzo común por volver a ser más iguales y más libres. Ni siquiera la baza de los que no quieren cambiar nada. No, la baza de los señores del poder. Esos sí que son la casta. Esa es la sensación que me produce el fracaso estrepitoso de la clase política española que acabamos de vivir.
Más allá de la impostura, bisoñez, engreimiento o 'marketinización' de los que no voy a llamar líderes - ya que andar en círculo y llevar a un colectivo al punto de partida no es liderar- quiero poner el énfasis en la constatación de que ninguna combinación que los poderes fácticos no consideren conveniente logrará salir adelante. No me engaño al respecto. Desde el momento en que la parte conveniente del PSOE enganchó a Sánchez por el calcañar para impedir cualquier movimiento que diera poder a Podemos todo estuvo más o menos claro. Hemos asistido a eso. Imposibilitado el pacto natural sólo quedaba mirar a la derecha para propiciar ese gran pacto que sí tiene el plácet. Cierto poso de decencia -o de miedo a hacerse 'un Pasok'- de los dirigentes socialistas impidió también la alianza con el PP y sólo dejó el resquicio de la pequeña coalición, o sea, del pacto con la derecha más recortadita pero más aseada. Nada que rascar.
Todo lo demás que hemos visto ha sido una representación cuyos guionistas estaban en Bruselas, en Berlín y en Madrid. Los aciertos o desaciertos en la interpretación de los personajes nos han acercado un poco más a sus personalidades y a sus deseos y ambiciones pero no nos aportan mucho más. La diferencia es que Rajoy jugaba con cierta ventaja pues no me cabe duda de que conocía el libreto al menos en sus líneas más someras. Sabía que ellos, los que cuentan, no aceptarían una solución que implicara a Podemos y, por tanto, sabía que ninguna cuenta salía sin él. Por eso se sentó a esperar. A esperar que las presiones a los sectores más adecuados del socialismo llegaran. Esperar a que estos se avinieran a maniatar a Sánchez -lo que también les encantaba a ellos mismos, por otra parte- fue el paso siguiente. Dejar que escenificara el fracaso en la investidura fallida. Esperar. Con esas ligazones a Sánchez, cobijadas en gritos de ¡España unida!, no había nada que hacer.
Daba igual que Iglesias se pasara de listo ofreciéndose de vice o que la cal corriera por los escaños. No importaba si el chico listo era más o menos radical que su amigo de la coleta. Resultaba indiferente si los documentos de trabajo tenían 30 o 300 propuestas. No hay duda de que en cuanto Podemos identificó el argumento de la obra empezó a pensar en mejorar su posición en la segunda partida. Lo que aún no tengo claro es si ha asumido que no se permitirá ninguna opción de poder que lo integre. No sé si cuenta con domeñar esa resistencia de los que de verdad mandan con una legislatura comandando la oposición.
Las posibilidades de los pueblos para dar vuelcos a sus destinos están en cuestión desde la invención de la Troika. Lo vimos en Grecia. Varoufakis que encarnaba esa opción fue laminado y una Syriza domesticada por la evidencia del dinero fue medio tolerada. En todo caso, ni siquiera Grecia era tan importante para ellos. En España la apuesta iba mucho más alta. La calidad de la democracia está en cuestión. Algún pesimista diría que incluso su esencia y su no conversión en algo meramente formal que funcionará mientras arroje los resultados deseados. Por ellos, claro. A fin de cuentas los políticos no dejan de ser sus subordinados.
Así las cosas unas nuevas elecciones sólo pueden o llevarnos al mismo impasse o conseguir, esta vez sí, un resultado que sea aceptable para ellos. Así de pesimista soy. Incluso logrado el sorpasso, la coalición electoral de izquierdas no podría gobernar. El PSOE está bien amarrado y no es un partido que vaya a volver a recuperar ningún tipo de mayoría basada en el voto útil. Eso se lo pueden ir quitando de la cabeza. Y no digo que no sea triste e, incluso, inconveniente puesto que parece que cerraría toda posibilidad de volver a tener un gobierno progresista en este país.
Ya, lo se, estoy muy pesimista. Enfadada. Desencantada y preocupada.
Espero que no nos hagan votar en un bucle continuo hasta que les salgan los números. Pobre democracia. Pobre esperanza. Pobre España.
Fuente: eldiario.es
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