Pedro
Sánchez y César Luena. EFE
Carlos Elordi
Un gobierno
de izquierdas con mayoría parlamentaria es hoy por hoy una ilusión que pocos
creen que pueda convertirse en realidad. Demasiados obstáculos, algunos
posiblemente insalvables, ciegan y van a seguir cegando esa perspectiva. Pero
reflexionar sobre esa hipótesis, por muy improbable que parezca, puede ayudar
no sólo a entender el estado actual de la política española, sino también a
vislumbrar una salida, únicamente teórica si se quiere, al marasmo actual en
que ésta se encuentra.
Todo indica
que el primer paso en ese camino está a punto de darse. Que Podemos e Izquierda
Unida van a concurrir juntos a las próximas elecciones y que ese entendimiento
puede propiciar un buen resultado electoral al bloque resultante del mismo: más
escaños que la suma de los que lograron ambos partidos el 20-D y puede que
también más votos. Una nueva izquierda, hija del terremoto político que este
país ha sufrido en los últimos años, entraría así en el nuevo Parlamento con
una fuerza que, más allá del signo del futuro Gobierno, condicionaría su
andadura e influiría en sus decisiones. Pongamos que obtenga 85 escaños. Serían
demasiados como para que los demás partidos pudieran marginarla aunque se
coaligaran para intentarlo.
Desde esa
perspectiva, y desde unas cuantas más, el programa electoral de Podemos-IU
adquiere una importancia seguramente mayor del que tenían los de las de las dos
fuerzas cuando concurrieron por separado. O, cuando menos, los responsables de
redactarlo deberían verlo así. Porque su contenido no debería tener únicamente
una finalidad movilizadora y propagandística, sino que también debería ser una
guía para la acción política en unas condiciones en las que la nueva coalición
podría ser protagonista en momentos cruciales.
Uno de ellos
llegará justo después de las elecciones. Pablo Iglesias y Alberto Garzón han
afirmado que quieren llegar a entenderse con el PSOE. Eso, al menos en
principio, no es imposible. ¿Por qué no deberían ponerse de acuerdo si lo han
hecho para formar gobiernos regionales y autonómicos? Obviamente porque el
desafío es de mucho mayor calado y afecta a intereses mucho más conspicuos.
Entre ellos, el futuro de unos y otros partidos. Pero en política, como en
otros campos de la actividad humana, lo importante es trabajar para conseguir
lo que uno quiere, sin que el temor de que vaya a valer para poco paralice la
acción.
El programa
electoral de Podemos-IU tiene que proponer medidas que cambien de verdad la
pésima situación institucional y socioeconómica que existe hoy en nuestro país.
Pero, sin olvidar la dimensión ideológica de toda propuesta, esas medidas
tienen que ser factibles en la medida de lo posible. De una u otra manera, a
corto o a medio plazo. Y han de tener en cuenta el contexto, nacional e
internacional, en el que se proponen. Aunque el proceso de lo uno a lo otro
haya transcurrido a una velocidad de vértigo, ha pasado el tiempo en el que la
agitación ha sido el principal protagonista y, aun manteniendo muy firme el
pulso en ese terreno, ahora se está en el de la concreción en acciones
políticas viables.
Un programa
pensado en esa clave, por muy ambiciosos que sean algunos de sus puntos, que
tienen que serlo, es una condición sine qua non para abordar una negociación
con el PSOE que tenga por objetivo llegar a un acuerdo y que no sea sólo una
nueva ocasión para demostrar las limitaciones y contradicciones de los
socialistas.
La situación
en que se encuentran Pedro Sánchez y su partido no permite ser muy optimista
respecto de las posibilidades de un entendimiento. Más allá de lo que dicen en
público sus dirigentes, en estos momentos la sensación predominante en sus
filas es algo muy parecido a la angustia existencial. El surgimiento a su
izquierda de una fuerza que le ha quitado cerca de un 30% de sus votos y que
casi ha empatado con ellos ha producido una convulsión que no se supera
fácilmente y ha generado en muchos cuadros un miedo al vacío que no es el mejor
consejero para decidir fríamente qué hacer y qué le conviene más a su partido.
Los
intereses contrapuestos entre quienes siguen tocando poder, institucional o
social, y quienes aún han de construir su futuro personal hace muy difícil un
debate eficaz y productivo. El PSOE aún no ha asimilado plenamente que el
bipartidismo se ha acabado, que las lógicas de antes ya no valen y que hay que
colocarse de una nueva manera en el escenario político.
Pero sigue
contando con la expectativa fundada de obtener cinco millones o más de votos el
26-J. La tentación de ponerlos al servicio de una operación continuista
mediante una coalición con el PP es grande, las presiones que sufre el partido
para dar ese paso son enormes y la tentación de hacerlo aunque sólo sea para
salir del paso no es pequeña. Pero cabe también sospechar, y hay algún indicio
de ello, que la hipótesis contraria, la de un pacto de izquierdas, también está
empezando a ser contemplada por algún dirigente socialista.
Si miran al
exterior, comprobarán que las grandes coaliciones están resultando nefastas
para los partidos socialdemócratas. Aparte de lo que les ocurrió en Grecia,
está ahora el ejemplo de Austria, en donde el SPD se acaba de convertir en una
fuerza prácticamente marginal tras su pacto de gobierno con el centro, y
también el de Alemania, en donde los socialdemócratas no dejan de hundirse en
los sondeos y algún periódico ya empieza a hablar de riesgo de pasokización.
¿Cuál sería
la suerte de un PSOE que gobernara con el PP? ¿Qué terreno de maniobra, para
hacer cambios o para tener algún protagonismo político, concedería la derecha a
unos socialistas que, además, estarían en posición subordinada por haber
obtenido menos votos? Aceptar esa opción sería poco menos que un suicidio
político. La opuesta, pactar un gobierno de izquierdas, tendría mucho menos
riesgo por muy espantosa que hoy parezca esa vía a buena parte de los
dirigentes socialistas.
Es aún
prematuro hablar de posibilidades de que ocurra una u otra cosa. Falta, entre
otros, un ingrediente tan decisivo como el resultado de las elecciones de junio
que el último sondeo del CIS no anticipa porque desde que se llevó a cabo su
trabajo de campo han ocurrido hechos que pueden haber modificado los datos de
partida. Falta también la campaña y lo que se diga en ella. Pero ya se puede
afirmar que la posibilidad de un pacto entre Podemos-IU y el PSOE no es irreal.
La posición que los socialistas adopten decidirá en su momento al respecto.
Pero la otra parte también tiene tareas importantes y pendientes para hacerla
viable.
Fuente: eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario