sábado, 7 de mayo de 2016

El sueño europeo de Francisco

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Editorial

Ha formado parte del protocolo que al Papa se le concedan todo tipo de honores terrenales debido al alto simbolismo que su figura representa. Así consta en la larga y prolija historia del cristianismo. Y aunque Francisco haya decidido rehusar por norma cualquier tipo de galardón, aceptó en esta ocasión el premio Carlomagno, que le fue entregado ayer. Instituido en 1950 en Aquisgrán, la que fue capital del imperio carolingio, con el objetivo de defender los más altos valores continentales, el Carlomagno distingue al papa Bergoglio por haber asumido el papel de ser la “voz de la conciencia de Europa”. En la recepción del premio, el Papa dijo: “Sueño una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano”.
El Papa argentino se ha convertido en un eje moral de una Europa en crisis. A la vuelta de su reciente visita a Lesbos, adonde acudió para visitar a los refugiados que huyen de las guerras en Oriente Medio y el norte de África, el obispo de Roma se llevó consigo a los doce miembros de dos familias sirias musulmanas para que sean atendidos en el Vaticano, un gesto que puso en evidencia a los líderes europeos que, con mucho más poder de decisión política y ejecutiva, no han sido capaces de articular un sistema de solidaridad que, por otra parte, forma parte de su esencia constitucional.
Pero el gesto de Francisco no iba sólo dirigido a los ­po­líticos, también a aquellos europeos que afrontan la ola de refugiados con temor, cuando no con un abierto rechazo, lo que ha abierto una de las crisis más graves por las que ha pasado la Unión Europea y pone a prueba sus bases ­programáticas y sus logros más celebrados, como la práctica desaparición de las fronteras internas del acuerdo de Schengen y la siembra de muros y rejas vigilados por ­policías con los que contener la entrada de demandantes de asilo.
Frente a este claro retroceso europeo, el papa Francisco ha emergido como un faro que marca la senda que seguir. Un Papa “llegado del fin del mundo” –tal como se presentó el día en que fue elegido– recuerda a los europeos que la solidaridad y la libertad están en sus esencias y pide a Europa que “no gire en torno a la economía, sino a la ­santidad de la persona y sus valores irrenunciables”, tal como dijo en su día ante el Parlamento Europeo. Y ayer añadió: “Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso por los derechos humanos ha sido su última utopía”.
El sueño europeo del Papa no es, sin embargo, una voz en el desierto. Hay millones de europeos descontentos con la inacción de sus líderes que sueñan también con una UE solidaria y humana. Ahí están los voluntarios que acuden en ayuda de los refugiados y también quienes están dispuestos a recibirlos en sus barrios y en sus casas. Frente a las políticas de echarlos de las fronteras con gases lacrimógenos, hay miles de ciudadanos que se asocian para hacer llegar su ayuda a los inmigrantes, y alcaldes dispuestos a convertir sus ciudades en refugio para los asilados. Frente a la Europa temerosa y reaccionaria, cuando no xenófoba, se alza otra Europa que no tiene miedo al diferente, por mucho que el terrorismo internacional de base islamista intente hacer saltar por los aires lo construido tras la Segunda Guerra Mundial. El reto es una UE que avance en lo que fue el sueño de sus fundadores: un espacio de paz y solidaridad humanas que sea ejemplo para el mundo. Jorge Bergoglio no ha dudado en ponerse delante de la manifestación.

Editorial
 Fuente: La vanguardia

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