Mariano Rajoy |
Al final, contra todo pronóstico, no ha habido sorpasso de Iglesias sino sorpasso de Rajoy. Nada menos que catorce escaños son los que ha conseguido el Partido Popular. Ha sido un rotundo fracaso de todas las encuestas, hasta de los mismos sondeos israelitas a pie de urna. Mayoría absoluta en el Senado, amplia mayoría en el Congreso de los Diputados a la vez que el Partido Socialista ha celebrado como un éxito la pérdida de cinco escaños. Desde aquella victoria de Aznar en el 2000, nunca como hoy la derecha había conseguido una victoria como la obtenida en estas elecciones generales. No sólo han vuelto a derrotar la alternancia del PSOE, también la alternativa de Unidos Podemos.
Rajoy ha ganado también el pulso al IBEX al hundir la candidatura de Albert Rivera. Ese producto de laboratorio que es Ciudadanos paga ahora la factura de su aventura en la fallida investidura de Sánchez. En el invierno, fracasaron en el parlamento, en este inicio de verano se han hundido en las urnas. Ese pacto contra natura le ha costado cinco escaños a los socialistas y otros ocho escaños a Ciudadanos. Ni los electores socialistas se lo han perdonado a Sánchez, ni los votantes derechistas a Rivera. Ciudadanos empieza a recorrer el largo calvario de Rosa Díaz. Salvo en Barcelona, donde aún puede jugar a emular a Lerroux, no tiene cabida política en Madrid, más allá de ser un estraportín del PP.
Los grandes perdedores de la noche son Unidos Podemos y el PSOE. El primero por mantenerse con los mismos escaños, pese a la suma de electores desde IU, y el segundo por continuar ese lento descenso gradual pero imparable iniciado por el segundo gobierno Zapatero, continuado por Rubalcaba y consolidado por Pedro Sánchez. Descenso que incluye también a la lideresa de Andalucía que ha perdido dos escaños en su califato. La tristeza de Iglesias en su intervención televisada, contrastada con la alegría de Pedro Sánchez, evidenciaba el principal problema de las fuerzas progresistas. La ausencia de acuerdo entre el PSOE y Unidos Podemos ha perjudicado tanto a uno como a otro. Ni con el PSOE, ni sin el PSOE, ni con Unidos Podemos, ni sin Unidos Podemos, tienen remedio los males de las fuerzas progresistas.
La estrategia del miedo ha funcionado. Con ayuda de los medios de comunicación, en manos de la banca, se ha perfilado una imagen bastante tenebrosa de Unidos Podemos que ha dado sus buenos frutos. Eso sí, muy alimentada también por esa hostilidad socialista que buscando no sufrir el sorpasso se ha prestado a ella, a fin de beneficiarse para continuar como primera fuerza de la oposición. Quedarse tuerto con tal de dejar ciego al contrario. Las consecuencias están a la vista. Un giro a la derecha de una amplitud inesperada. Tanto que del llamado Gran Centro PSOE-Ciudadanos, tan cantado en la pasada primavera, no quedan ni las raspas. Ciudadanos sigue el camino de la operación Miguel Roca, del Centro Democrático y Social del último Suárez y de UPyD de Rosa Díez.
Pero el millón de votos desaparecidos de Izquierda Unida es el que explica el frenazo experimentado por Unidos Podemos en sus objetivos. La suma por arriba nunca se traslada mecánicamente por abajo, cuando el sí se puede no se concretaba en el cómo. Durante los veinte días de campaña Sánchez negaba lo que Iglesias sostenía. Máxime cuando Felipe Gonzalez, ejerciendo los derechos de propiedad intelectual de la sigla PSOE, advertía sobre la imposibilidad de gobernar juntos, aclarando así lo que Ferraz dejaba en el aire. Ya no se trataba solo de un mero aviso de Susana Díaz. Esa profunda imagen de división debe de explicar esa probable abstención de una buena parte del voto de IU. Para esta vieja cultura política la proclamación socialdemócrata de Pablo Iglesias era gratuita, porque el PSOE hacía imposible la alternativa progresista.
Derrotados los progresistas, hundidos los de Ciudadanos, no queda más gobierno que el que hoy se encuentra en funciones. No tardará mucho en formarse de una u otra forma encabezado por Rajoy. Al dejar en ridículo las operaciones del IBEX, que pretendían sustituirle con un puñado de jóvenes ejecutivos , confirma su total liderazgo en la derecha española. Desde el último mes de diciembre ha sabido utilizar las numerosas contradicciones internas de las fuerzas progresistas para llevarlas a un callejón sin salida. La total hegemonía social y política del PP es incontestable. Tiene su mérito porque lo la conseguido envuelto en un universo de corrupción generalizada, aunque a ello han contribuido decisivamente los que no han podido, sabido o querido construir una alternativa progresista.
Fernando López Agudín
Fuente: Público.es
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