En las últimas horas se han multiplicado las peticiones de dimisión de Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior por la gracia de Dios esencialmente, a cuenta de las grabaciones reveladas por Público en las que, junto al director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, intenta buscar elementos incriminatorios para desprestigiar a líderes de CDC y de ERC unas semanas antes de la consulta independentista del 9-N de 2014. Parece ser que en esas fechas, Marcelo, el ángel de la guarda que le ayuda en pequeñas cosas como aparcar y en otras más grandes como teledirigir escándalos, estaba librando.
Se ha dicho también que en un país serio Fernández Díaz no podría continuar un minuto más en el Ministerio, pero lo cierto es que no hay país en el mundo, ni serio ni de los otros, tan osado como para situar al frente de la seguridad del Estado a alguien semejante y para mantenerle pese a sus reiteradas muestras de manifiesta incompetencia. A Rajoy, quien según las grabaciones fue informado de las maquinaciones, le han preguntado hoy por el asunto y, en su línea habitual, ha puesto el dedo en la llaga: ni sabía que existía el cargo de director de la oficina antifraude ni que hubiera tal oficina, y se estaba pensando si conocía a ese ministro del que le estaban hablando.
No es que Fernández Díaz no debiera ser ministro sino que hay dudas razonables de que esté capacitado siquiera para ser vigilante de obra, salvo que dicha Obra fuera en mayúscula. Más allá de sus ángeles de la guarda y de sus medallas a la Vírgen, el hoy cabeza de lista del PP por Barcelona habría tenido que asumir responsabilidades y dejar el cargo tras los sucesos del Tarajal, cuando quince inmigrantes que intentaban ganar a nado la costa de Ceuta murieron ahogados en medio de una lluvia de pelotas de goma y botes de humo. Cualquier persona decente habría dimitido en el acto pero, claro, no era éste el caso.
La verdad es que ni siquiera en esos momentos tendría que haber ocupado la cartera. Poco tiempo antes, el iluminado de Interior había anunciado públicamente una actuación contra ETA antes de que ésta culminara, lo que bien pudo facilitar la destrucción de pruebas y abortar otras detenciones. No se trató de un hecho aislado. Previamente y hasta en dos ocasiones, por eso de que no sólo la Virgen debía colgarse medallas, el ministro había publicitado otras dos operaciones en marcha y facilitó en una de ellas la fuga de una presunta etarra localizada en Francia y que, por lo visto, también era capaz de leer los periódicos en los que aparecía su nombre. Pero dimitir, como se dice ahora, es un nombre ruso.
Más interesado en acosar a funcionarios que en cumplir cabalmente con sus obligaciones o en recibir en el Ministerio a imputados como Rodrigo Rato, bajo su gestión el descontrol entre los distintos cuerpos policiales ha sido de tal calibre que ha terminado en los tribunales. Días atrás la Policía denunciaba ante la Fiscalía de la Audiencia Nacional a la Guarda Civil por intromisión ilegítima en la investigación del secuestro en Colombia de la periodista Salud Hernández-Mora, como colofón a una ristra de disputas y choques que han podido afectar gravemente la seguridad en investigaciones antiterroristas.
Por si esto fuera poco, a lo largo del último año se recrudeció la llamada guerra de los comisarios, un truculento episodio de conspiraciones y grabaciones ilegales dirigidas a sabotear la investigación sobre el celebérrimo ‘pequeño Nicolás’, en la que estaría directamente implicado el no menos célebre comisario Villarejo y el propio director adjunto de la Policía, Eugenio Pino, que dejará próximamente el cargo pero que se ha llevado puesta de manos de Fernández Díaz la medalla al Mérito Policial, pensionada mes a mes como Dios manda, entre la indignación sindical y de los altos mandos.
En medio de este cúmulo de negligencias y disparates hay que enmarcar las grabaciones en las que Fernández Díaz trata de enlodar a los promotores de la consulta del 9-N en Cataluña. Si gravísima es la conspiración que el protegido de Marcelo trata de urdir, más aún lo es la propia existencia de la grabación, de la que uno de los interlocutores, el desconocido director de la oficina antifraude catalana, se ha desvinculado mientras sugería que la cúpula policial ha podido usar su teléfono para grabar al ministro. Y habrá que darle cierto crédito porque nadie en su sano juicio tiraría de esta forma tan absurda rocas contra su propio tejado.
La grabación ha revelado la catadura del personaje aunque en otras circunstancias bien podría haber aventado cuestiones de seguridad nacional. El mero hecho de poder grabar al responsable de Interior en su propio despacho le incapacita y le muestra como un pelele en manos de las mafias policiales que él mismo ha amparado. No es que debiera irse a toda pastilla sino que nunca debió haber estado. Hay que agradecérselo a su amigo Rajoy, ese hombre tan discreto que, según el propio Fernández Díaz, tiene una mano derecha que no sabe lo que hace su mano izquierda. Más aún podría decirse no sabe lo que hace en absoluto.
Juan Carlos Escudier
Fuente: Público.es
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