En ningún lugar es más ambigua que en Francia la pena por el ‘Brexit’ La presidenta del Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, ayer en la sede de su partido en Nanterre, en las afueras de París (Matthieu Alexandre / AFP) |
Sin el Reino Unido, la UE económicamente liberal y atlantista suelta lastre
Rafael Poch, París
Un “electroshock” para el primer ministro Manuel Valls, un “inmenso peligro ante los extremistas y los populistas” para el presidente François Hollande. Entre el coro de plañideras que ayer por la mañana descubrieron que la Unión Europea contiene ciudadanos en algunos de sus países miembros y que esos ciudadanos pueden incluso decidir, el lloriqueo francés es uno de los más ambiguos. Y eso por varias razones.
En el seno de la UE los estados europeos, excepto Alemania, son muy poco soberanos, pero en la escena internacional, en el seno del mundo multipolar, la propia Unión Europea no es soberana. Tanto en economía, el famoso y ahora fallido “consenso de Washington” como en política exterior, la Unión Europea ha sido y es un apéndice de la gran política de Estados Unidos. ¿Y quién era el perrito faldero de Washington en la UE?: el Reino Unido. Luego han salido otros, por ejemplo Polonia y los países bálticos en el ámbito de la defensa, pero eso son actores pequeños. Sólo el Reino Unido ha sido constante en su fidelidad hacia sus parientes de ultramar. Ese vector ha sido siempre más importante para Londres que el continental.
Las lágrimas del torpe Gobierno alemán, que ha intentado privatizar la UE con el disolvente resultado que se está presenciando, son mucho más creíbles que las francesas. Al fin y al cabo Londres era un aliado de Berlín en cuestiones de “libre mercado”, próxima parada TTIP. Con Francia es diferente.
La Francia gaullista fue la única potencia significativa europea que ejerció soberanía. Es aquí donde el papel de caniche de Washington, al que Francia se ha sumado en los últimos años, es más problemático. Francia tenía una política exterior autónoma, tiene memoria de eso. Francia practicaba sus propias recetas económicas estatistas, radicalmente diferentes a las del liberalismo británico. Hay memoria de ambas cosas. Los actuales problemas para imponer en Francia lo que ya es norma en Inglaterra, Alemania y otros países, con la reforma laboral, da fe
de ello.
Es evidente que estratégicamente esa Europa sin soberanía en el mundo se saca de encima un lastre con el Brexit. El Leap, un curioso think tank europeísta parisino hacía hace poco la lista.
“Gestión catastrófica de Lady Ashton de la política y la diplomacia europeas, ciega sumisión a la defensa de los intereses político-financieros americanos que han conducido a la UE a la guerra en Ucrania, a la ruptura con Rusia, a la otanización de la Europa del Este, a sostener a potencias antidemocráticas y a alimentar fuerzas terroristas en Oriente Medio...”
Con el Brexit la UE mejora sus condiciones, su correlación de fuerzas interna, para avanzar en una posición más autónoma e independiente. Otra cosa es que se materialice.
El ámbito de la defensa y la seguridad continental es crucial en este contexto. El desorden que la OTAN ha ocasionado en Europa del Este, con la cooperación de esa UE seguidista y sin voluntad, es extraordinario. Su estado mayor ha estado trabajando duramente desde el fin de la guerra fría para impedir una entente con Rusia y lograr una escalada de tensiones euro-rusa completamente artificial. La surrealista guerra de Ucrania y los rearmes y despliegues en Polonia y las repúblicas bálticas, o la kafkiana tesis de que Putin amenaza el Este de Europa, tienen un claro sentido en Washington, pero es lo último que desean los políticos y hombres de negocios franceses y alemanes. Con el Reino Unido out, todo esto pierde algunos partidario.
Por lo demás, Marine le Pen ya canta victoria y pregona su Frexit, pero no hay ninguna regla de oro que condene a cualquier puesta en cuestión de la insostenible Unión Europea actual a ser un asunto de extremistas de derecha. El mero hecho de que la ciudadanía decida abre toda una panoplia de escenarios de derribo y reforma democrática. Porque sin derribo no hay reforma posible en este caso y sin ciudadanos no hay democracia.
Fuente: La Vanguardia
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