Puente roto |
Analista Político (@david_hm91)
Se acerca el momento de volver a votar en menos de un año, con todas las encuestas señalando que el resultado del 26 de junio seguramente avocará a un nuevo proceso de negociaciones y posibles investiduras, ya que ningún partido alcanzaría una holgada victoria y se necesitaría buscar el respaldo de otras formaciones.
Todo parece indicar que por la izquierda del arco parlamentario, Unidos Podemos-PSOE o PSOE-Unidos Podemos, sumaría más diputados que el bloque que pudieran constituir Partido Popular y Ciudadanos, quedándose además a pocos escaños de la mayoría absoluta, lo que también les obligaría a apoyarse en terceros partidos.
Sin embargo, si algo está dejando claro estos días de campaña electoral, es que ahora mismo estamos más cerca de unas terceras elecciones, que constituir un nuevo gobierno tras el 26 J. Principalmente, debido a que las posiciones de los distintos candidatos se encuentran muy enrocadas, como ejemplifico el último debate celebrado.
Específicamente, el ambiente entre socialistas y podemistas se encuentra enormemente crispado, lo que no representa el contexto idóneo para un pacto posterior. Aunque hay varios precedentes de colaboración en ayuntamientos y comunidades, la presidencia del gobierno parece ser una cuestión mucho más determinante para el futuro de ambos partidos, siendo menos fácil de negociar.
La cúpula de Ferraz y los estrategas de la formación morada, han subestimado la fidelidad de los votantes de cada uno, creyendo que si se daban las circunstancias adecuadas, podrían atraer el voto mayoritario de la otra formación, sin embargo, no habían calculado que el llamado “voto duro” es mucho más grande, en torno a los 5 millones respectivamente. Un segmento importante de electores, que no se decantarían actualmente por cambiar de papeleta.
Esta situación hace prácticamente imposible que ningún de los dos partidos recoja los suficientes votos para superar a escala nacional al PP, provocado que la competición electoral se vuelque fundamental en disputarse el liderazgo de la izquierda, dando lugar a enormes tensiones entre dos actores políticos, que aparentemente después se tendrían que entender y ceder.
Se suceden los discursos y las campañas en redes sociales, donde se dedica más tiempo a atacar y mencionar al PSOE o Unidos Podemos, que rebatir la gestión y propuestas de los populares. Esta maniobra destinada a arraigar a los posibles votantes dudosos, está generando paralelamente que las posturas de los simpatizantes se vuelvan más contrarias con respecto al otro.
Todo ello hace una mezcla explosiva difícil de gestionar tras las elecciones. Pedro Sánchez mencionando reiteradamente que Podemos no permitió un gobierno progresista y que no son de confianza. Pablo Iglesias un día criticando a Felipe González, otro alabando a Zapatero y siempre hablando en nombre de los militantes del PSOE. Algunas figuras socialistas abogando por una gran coalición (aunque no es la postura mayoritaria de la militancia) o establecer unas duras líneas rojas de negociación con Podemos. Entre las filas de Unidos Podemos hay quienes proponen cuestiones, que seguramente los socialistas nunca aceptarían, o bien, se encargan de hacer una oposición más dura que el PP en algunas autonomías y ayuntamientos.
Quienes con las encuestas en la mano dan por hecho un pacto entre Unidos Podemos-PSOE o PSOE-Unidos Podemos, deberían observar que los puentes están prácticamente rotos. Primeramente, tendrían que llegar al entendimiento, líderes con posiciones muy divergentes. Segundo, habría que esperar la respuesta de una militancia y simpatizantes, enormemente polarizados.
Dividida y enfrentada, cuando los partidos de derechas más flaquean, es una historia que la izquierda de este país parece condenada o empeñada en repetir.
Fuente: Público.es
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