De Hitler a Trump |
VALENTÍN POPESCU
La irrupción de Donald Trump en la tribuna política estadounidense ha suscitado allá y en otros muchos sitios la denuncia de un paralelismo entre el multimillonario neoyorquino y Adolf Hitler, el Führer del III Reich.
A primera vista ambos tienen en común la llamada al odio, a un nacionalismo racista y la adhesión de las masas económica, intelectual y moralmente más débiles. Y si esto es –evidentemente, con las diferencias ocasionadas por el tiempo y el territorio– relativamente cierto, la mayor coincidencia que hay entre las ofertas políticas de los dos personajes es el contexto social: ambos se dirigen y dirigían a una masa ciudadana sin patrias ideológicas ni defensores institucionales de sus intereses económicos. Y si este fenómeno fue mortal a principios del siglo XX (dos guerras mundiales en el lapso de una generación), puede volver a serlo en el XXI.
La mentalidad de la Europa de aquel entonces no es la del EE.UU. de hoy en día y la riqueza del mundo industrial actual es infinitamente mayor que hace 100 años. Son factores que quitan virulencia a la presente crisis sociopolítica, pero la crisis es fundamentalmente la misma en el llamado primer mundo: los partidos políticos tradicionales no afrontan los problemas que inquietan a la mayor parte de los ciudadanos y estos, por su parte, ya no se identifican con aquellos.
La gente es consciente de tener un mal presente y un peor porvenir, sin acabar de entender los cambios que se han registrado. Pero en todas partes los partidos de siempre ofrecen luchas por el poder en vez de soluciones válidas para las cuitas de hoy y los miedos del mañana. Es la primera razón por la que en todo el mundo atlántico han surgido recientemente exitosos partidos nuevos. Muchos de ellos sin ideario moral ni programa político realista, pero con el señuelo de ser nuevos y no contaminados por el poder. Y en todas partes muchos de los nuevos han tenido éxitos inexplicables y desproporcionados respecto a las ideas e ideales que dicen ofrecer.
Y es en este contexto en el que simplificadores radicales como Trump o Hitler se imponen. La oferta de esos estadistas no es coherente ni viable, pero, para las masas agobiadas por un panorama que les resulta ininteligible, tiene el atractivo irresistible de ser inteligible. El mundo de Hitler y Trump es diáfano: allá hay unos malos a los que hay que suprimir y acá están los buenos –los seguidores– a los que hay que proteger y privilegiar.
La evidencia de esta repetición de circunstancias la da Mein Kampf, el libro programático escrito por Hitler. Hace un trimestre largo volvió a ponerse a la venta en Alemania tras 70 años de prohibición y en estos pocos meses se han vendido más ejemplares (55.000) que en 1930, año de la edición barata de las dos partes en un solo tomo. Porque la obra original de Hitler fue escrita en dos tomos: el primero, en 1925, mientras el Führer estuvo encarcelado por delitos políticos, y el segundo, en 1926.
VALENTÍN POPESCU
Fuente: La Vanguardia
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