RAFAEL JORBA
Francia, “fille aînée de l’Église” (la hija mayor de la Iglesia) desde el bautismo de Clodoveo (496), abrazó la laicidad hace más de un siglo (1905). Desde entonces, por la ley de separación de las iglesias y el Estado, la República “no reconoce, ni paga ni subvenciona ningún culto”. En consecuencia, la mayoría de los católicos franceses asumen los valores republicanos y las reglas de la laicidad. Viven su fe en libertad y sin tutelas. También la jerarquía, que no dudó en pedir perdón por su tibieza durante la ocupación nazi.
El pionero fue el cardenal Albert Decourtray, arzobispo de Lyon y primado de las Galias, que en 1992 abrió los archivos de su diócesis a una comisión de historiadores, presidida por René Rémond. Cinco años después el episcopado publicó una “declaración de arrepentimiento” sobre la actitud de la Iglesia bajo el régimen de Vichy y la deportación de judíos: “Ante la magnitud del drama y el carácter inaudito del crimen, demasiados pastores de la Iglesia ofendieron con su silencio a la Iglesia misma y su misión. Hoy confesamos que ese silencio fue una falta... Imploramos el perdón de Dios y pedimos al pueblo judío que escuche esta palabra de arrepentimiento”.
La madurez de la Iglesia católica francesa se ha evidenciado ahora en su reacción por la trágica toma de rehenes en una Iglesia de Normandía. El arzobispo de Rouen, Dominique Lebrun, que se encontraba en Cracovia para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), publicó un mensaje ejemplar: “Clamo a Dios, con todos los hombres de buena voluntad. Y me atrevo a invitar a los no creyentes a unirse a este grito (…) La Iglesia católica no puede tomar otras armas que la plegaria y la fraternidad entre los hombres. Dejo aquí (en la JMJ) a centenares de jóvenes que son el futuro de la humanidad, la verdadera. Les pido que no bajen los brazos ante las violencias y que se conviertan en apóstoles de la civilización del amor”. Chapeau!
RAFAEL JORBA
La Vanguardia
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