Mohamed Lahouaiej Bouhlel |
Hace unos días se descubrió que el asesino de Niza, , se radicalizó apenas unas semanas antes de subirse a un camión y arrollar a 84 personas. Su nombre no aparecía en ninguna base de datos conectado a grupos terroristas, bebía alcohol a menudo y ni siquiera aparecía por la mezquita. Era un delincuente común, fichado por diversos incidentes de conducción temeraria, agresión y violencia doméstica. Sufría de depresión, había acudido a diversos terapeutas durante años y estaba en proceso de divorcio.
En cuestión de días, la yihad triunfó donde habían fracasado la bebida y la psicología. Bouhlel llevaba tiempo buscando una salida a su desgracia personal y el terrorismo le ofreció una directa al paraíso. Cuesta trabajo imaginar a alguien que está pensando cómo poner fin a su vida y que de repente decide que es mejor no irse solo sino acompañado de un montón de infieles. No suena muy verosímil psicológicamente y el novelista que cometiera la temeridad de narrar dicha metamorfosis lo tendría bastante crudo, tanto que acabaría recurriendo al atajo de la locura. Sin embargo, es el proceso normal de radicalización de muchos terroristas suicidas: una reacción visceral contra los valores de la sociedad donde vive, una solución de última hora en que el asesinato masivo y el suicidio sagrado aparecen en el horizonte como un bautismo de sangre donde expiar una existencia de pecados.
No obstante, la doctora Amélie Boukhobza no cree en esa teoría del yihadismo exprés. Boukhobza tiene un gabinete en el centro de Niza especializado en la rehabilitación de yihadistas y lleva bastante tiempo en el negocio como para haber comprendido que el caldo de cultivo idóneo para sembrar las semillas del islamismo radical son esos muchachos desfavorecidos, delincuentes de tres al cuarto, chavales marginados y frustrados que encuentran en la guerra santa una solución de última hora, una forma expeditiva de dar sentido a su vida. El peligro, según ella, no son los jóvenes que viajan a Irak o a Siria y regresan envueltos en la bandera del martirio homicida, sino los que se quedan en sus países de origen y van incubando esa idea lentamente, alimentándola de rencor, humillaciones y vagas promesas post-mortem de dátiles y huríes.
Convencer mediante las sesiones de diván a cualquiera de estos kamikazes no debe de ser tarea fácil: es el equivalente psicológico a intentar desactivar una bomba cortando los cables adecuados. Sin embargo, su trabajo demuestra que la educación es uno de los puntos neurálgicos donde ha fracasado el gran proyecto europeo. Como muestran las estadísticas, no son tanto los refugiados de primera generación sino los hijos y los nietos de quienes buscaron un futuro mejor los que nutren las filas de ese ejército invisible que está tiñendo de sangre las calles de nuestras ciudades. Más de un tercio de las víctimas del atentado de Niza eran musulmanes. El diplomático sirio Bashar Jaafari acaba de denunciar que Francia bombardeó la aldea de Tohkar, en el norte de Siria, dejando 164 civiles muertos, más del doble de los que dejó en Niza el camión asesino. Por supuesto, las tropas del Daesh abandonaron el lugar poco antes del bombardeo. Lo que se llama apagar un fuego con gasolina.
Fuente: Público.es
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