El militante comunista y miembro de Espai Marx, Joan Tafalla, participa en el “Campus Praxis” de Valencia
Enric Llopis
Rebelión
Hay un sector “impaciente” en la vanguardia política de izquierdas, que confunde la crisis de legitimidad y la subsiguiente recomposición del Régimen del 78 con un fenómeno muy distinto: la crisis revolucionaria. El error no es nuevo, ya teorizaron sobre el mismo Joaquín Miras y Joan Tafalla en 2013 (“La izquierda como problema”, El Viejo Topo). Tafalla define la impaciencia como opio del pueblo de izquierdas. “Obnubila, narcotiza el entendimiento, estimula todo tipo de ilusión, anula la razón; induce un hiperactivismo político narcotizante”. Además, “nunca ha sido madre de la ciencia”. Entre 2013 y 2015 han visto la luz decenas de publicaciones sobre procesos constituyentes, sin que el sujeto –el pueblo soberano- esté constituido. Un sueño sobre el que la izquierda impaciente ha escrito y teorizado. A lo sumo se ha llegado en el estado español a algo muy distinto, el fenómeno constituyente de una nueva fuerza política que se presente a las elecciones. ¿Por qué subrayar estos matices capitales? “Para evitar la decepción que suele pasar cuando se hace de día, abrimos los ojos y la realidad sustituye al ensueño”.
Ponente en el curso de verano “Campus Praxis”, en el que han colaborado Sodepau y la Universidad de Valencia, Joan Tafalla es militante comunista, miembro de Espai Marx y doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ingresó en el PSUC en 1971 y fue uno de los fundadores del Partit dels Comunistes de Catalunya, formación política de la que se “exilió”, afirma, en 2001. Asimismo dirigió el periódico Avant entre 1982 y 1990. Es autor de “Un cura jacobino: Jacques-Michel Coupé”; coautor con Irene Castells de “Atlas Histórico de la Revolución Francesa” y coeditor, junto a Josep Bel y Pep Valenzuela, de “Miradas sobre la precariedad”. Entre los últimos artículos publicados destacan “Apuntes de geopolítica del euro. Hay que salir de la jaula del euro y de la Unión Europea” y, con Ramón Franquesa, “La nueva geopolítica europea: hacia un bloque histórico en los países del sur de Europa” (El Viejo Topo).
La impaciencia lleva a la confusión entre luchas “defensivas” y “ofensivas”. El error puede conducir a la idealización de grandes movimientos como la PAH o de los muy meritorios resultados electorales de Barcelona en Comú, la CUP o Podemos. Históricamente, destaca Joan Tafalla, pueden compararse a la coyuntura en que las Trade Union del Reino Unido constituyeron el Labour Party o el PT emergió en Brasil como expresión política del potente movimiento obrero de los años 80 (del siglo pasado) en el área de Sao Paulo, así como de las luchas del MST. La fuerza de estos movimientos resultaba, incluso, “infinitamente superior” a las de los casos citados en el estado español. Sin embargo, concluye el historiador, el final de todas estas operaciones fue “la cooptación del movimiento obrero a la gobernación del estado capitalista”. Tafalla recuerda que Gramsci, ya en los Cuadernos, caracterizaba al gobierno de McDonald’s como una forma de cesarismo.
De ese modo puede terminar la impaciencia, en alguna de sus peores versiones: la que confunde los ritmos de la revolución con los vitales o con las aspiraciones particulares al ascenso social. Ha ocurrido “desde la Revolución Francesa pasando por todas las revoluciones sociales hasta nuestros días”. Ahí radica el gran riesgo: “Se declara la revolución como idea obsoleta y se justifica la propia cooptación a las áreas periféricas del poder que antes se combatía”. El miembro de Espai Marx recuerda la biografía de algunos militantes de extrema izquierda que terminaron al frente del Ministerio de Cultura, gestores durante décadas del urbanismo y la vivienda en el área metropolitana de Barcelona o expresidentes de la Generalitat.
En la conferencia de Joan Tafalla en el “Campus Praxis” de Valencia –“Después de las elecciones, ¿qué?”- late una cuestión de fondo. ¿Deben los ritmos electorales marcar la pauta a los movimientos sociales? El historiador y militante comunista reponde negativamente. En 2011 y 2012 proliferaban los textos en torno a la revolución democrática que aspiraba a romper con el Régimen del 78, entonces en grave crisis. Se estaba, o al menos así lo afirmaban los politólogos, ante un periodo de oportunidades. Pero Tafalla se muestra partidario de considerar las agendas y los tiempos de la revolución, “menos cortos de lo que muchos piensan”. Una década en el caso de la Revolución Francesa (que muchos confunden con el 14 de julio de 1789, el 10 de agosto de 1792 o el 30-31 de mayo de 1793). En la Revolución Rusa, 17-18 años (no se trata sólo del asalto al Palacio de Invierno). Joan Tafalla se detiene en este proceso capital en la historia de la humanidad para extraer una gran lección: “Fue la revolución social en curso, en la que intervenían millones de personas rompiendo las relaciones sociales existentes, lo que vacío el símbolo del poder” (el Palacio de Invierno). Lo decisivo no fue el giro lingüístico; la simbologia y la resignificación de las palabras “fue fruto de la ola de fondo, no de la espuma de la vanguardia auto-designada”.
La revolución es un proceso más bien inserto en lo que los historiadores franceses llaman “larga duración”. Pero antes, sedimentan poco a poco las condiciones subjetivas y objetivas que con el tiempo darán lugar al gran estallido. “Una miríada de pequeños actos que durante por lo menos 165 años configuraron el pueblo soberano que realizó la Revolución Francesa”, define Joan Tafalla. “Acciones que se desarrollaron no solo en París o en el centro del poder político sino a lo largo y ancho del Hexágono”. Actos “rebelionarios”, más que revolucionarios, que con el tiempo dieron lugar a un nuevo orden, civilización y cultura material de vida. Pequeños amotinamientos, rituales y hasta prácticas heterodoxas respecto a la religion oficial. Por tanto, la revolución social es un proceso; al contrario que la “revolución” política entendida como mero recambio de las elites gobernantes. La reflexión no es un mero ejercicio diletante, de arqueologia banal, sino que le sirve al conferenciante para fundamentar la “confusión” de muchos sectores de la izquierda entre el “largo” y el “corto” tiempo de la revolución.
A la “primavera árabe” de 2012 se la designó en los medios de comunicación convencionales como “revoluciones árabes”. El motivo no era otro que la caída de los regímenes (pro-occidentales) de Mubarak en Egipto y Ben Alí en Túnez. Pero las victorias islamistas fracturaron el consenso en torno a las palabras. “Mientras los medios de comunicación dominantes han retirado el rótulo de revolución, los comentaristas de izquierdas han pasado a hablar de la derrota de la revolución”, explica Joan Tafalla. ¿Es suficiente con unas semanas o meses de manifestaciones y plazas repletas en las grandes ciudades para hablar de “revolución”? La pregunta puede plantearse también en el estado español, después de la irrupción del 15-M en mayo de 2011.
En la Puerta del Sol, la Plaza de Catalunya, Taksim o Tahrir estalló la indignación, incluso se produjo un elevado grado de enfrentamiento, pero no una disputa por la hegemonia. “El tejido social que sustentaba los regímenes no ha cambiado, la revolución no ha llegado molecularmente a cada barrio o empresa”. Joan Tafalla introduce el contraejemplo griego. La agitación popular en la Plaza Syntagma estuvo reforzada por cerca de 30 huelgas generales, ocupación de fábricas abandonadas por los patronos, servicios sanitarios de carácter comunitario y múltiples formes de ayuda mutua. De la malgama surgió una fuerza política capaz de ganar las elecciones, pero en ningún caso de tomar el poder. Las ideas de paciencia, largo plazo y cambio radical implican poner punto final a las ilusiones. Algunas tan arraigadas como que retornará la “Belle époque” y los buenos tiempos, o “la ilusión de que es posible volver a aplicar políticas keynesianas de redistribución de la renta sin recuperar la soberanía económica”, argumenta Joan Tafalla. Hay otros muchos mitos, por ejemplo, el que contrapone la ociosidad y baja productividad sureña a la eficiencia germana. A pesar de Volskwagen, el enriquecimiento de la hacienda de la RFA a costa de los países de la perifèria o la escandalosa privatización de los bienes comunes de la RDA, remata el historiador.
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Fuente: Rebelión
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