HMS Ambush, Foto eldiario.es |
Juan José Téllez
Mira que ya te echo de menos, HMS Ambush, submarino nuclear británico que has puesto proa esta semana hacia el Reino Unido, después de haber chocado con un barco en la Bahía de Algeciras; o en la Gibraltar Bay como rezan las cartas marinas escritas en inglés. Añoro tu venteveo de átomos, tu si quieres la guerra, prepárate para la guerra, tu oscurantismo militar.
Hay serpientes de verano y submarinos de nunca acabar: la insólita reparación en el Peñón del submarino HMS Tireless, quince años atrás, sólo fue un episodio más en la larga lista de despropósitos vividos en el Estrecho, desde que el mundo es mundo, y en el que los intereses bélicos siempre primaron sobre la seguridad de sus vecinos. Una larga serie de incidentes con este tipo de naves, en distintos puntos del territorio español, debiera alertarnos sobre la conveniencia de ejercer un mayor control sobre su paso. O sustanciar, con luz y taquígrafos, un protocolo en materia de protección civil que nos permita decidir qué hacemos en caso de un accidente de mayores proporciones qie los que hasta ahora hemos conocido.
Desde la transición, la desnuclearización española se convirtió en un brindis al sol por parte de los primeros ayuntamientos democráticos, salvando el cementerio atómico de Hornachuelos. Al menos, en 1981, los submarinos del escuadrón número 16, cargados con misiles Polaris y Poseidon—de mayor alcance y poder destructivo– dejaron la base de Rota y zarparon hacia King Bay, en Georgia, a partir de la renovación del Tratado entre España y Estados Unidos firmado en 1979 , tras la dictadura franquista. A partir de entonces, al menos oficialmente, los submarinos de propulsión o carga nuclear sólo pisaron puertos peninsulares en circunstancias excepcionales, en maniobras conjuntas o en tareas de reaprovisionamiento: no fue del todo así. Ni en Rota ni, por supuesto, en la base británica de Gibraltar.
Paso inocente.-
Ahora, el Reino Unido –a través de su ministro de Defensa, Michael Fallon– ha pedido disculpas a España por el accidente protagonizado por el submarino nuclear británico HMS Ambush —de la moderna clase Astute, con 7.400 toneladas y equipado con misisles de crucero Tomahawk—, que chocó contra un mercante panameño a la deriva en aguas próximas al Peñón. Este suceso recuerda a otros dos acaecidos en esta misma zona hace más de treinta años cuando, en el primero de ellos, un submarino inglés estuvo a punto de impactar con la corbeta española Cazadora a dos o tres millas al sur de Punta Europa.
Posteriormente, y aún en plena guerra fría, un submarino soviético de la Clase Viktor, chocó contra un mercante ruso, el “Brastsvo”, que cubría su señal con dicho carguero para que no fuera detectado por la red de sonares submarinos que tanto la Royal Navy desde Gibraltar como la US Navy desde Rota controlaban el paso del Estrecho. Si el Ambush navegaba a dos millas de la costa, tal y como sospecha la Armada española, se encontraba dentro del llamado Mar Territorial cuya tutela concierne a España; la Convención del Mar de 1982 fija que, en dichos tramos, los submarinos deben navegar en superficie con el pabellón enarbolado. Se llama “paso inocente”, pero suele ser culpable. Sólo si cruzan un Estrecho, se permite la travesía en inmersión ya que se aplica el derecho del “paso de tránsito” rápido.
Aunque no llevaba armas atómicas a bordo, si la colisión del submarino Viktor con el mercante ruso hubiera afectado a la cápsula que protegía al reactor, las consecuencias hubieran sido imprevisibles. La revista “Cambio 16”, en dicha época, se atrevió incluso a formular una prospección de las dimensiones de un posible desastre, basándose en los datos meteorológicos y en las corrientes, a partir de un supuesto resquebrajamiento de la cápsula de protección del reactor nuclear, “que funciona a una temperatura cercana a los 300 grados y a una presión de más de diez atmósferas”.
“Automáticamente –suponía la revista– se habría producido una nube de vapor radiactivo y una contaminación masiva de las aguas circundantes. A las tres de la madrugada, la nube radiactiva habría contaminado las poblaciones de Ceuta y La Línea de la Concepción, según los datos del Instituto Meteorológico Nacional. A esa misma hora y teniendo en cuenta le desplazamiento de las corrientes en superficie, la mancha contaminante por los radionucleidos liberados por el accidente, estaría a tres millas al Este del submarino adentrándose en el Mediterráneo y amenazando las poblaciones turísticas de la Costa del Sol. Por otra parte, el uranio radiactivo que por su densidad hubiera descendido por debajo de los cien metros marinos, se desplazaría a razón de dos millas por hora en dirección al Atlántico, de acuerdo con el régimen general de mareas en el Estrecho, poniendo en peligro a la ciudad de Cádiz y a las poblaciones del Campo de Gibraltar. Los efectos del accidente sobre la flora y la fauna marina habrían sido catastróficos. Las especies situadas en varias millas alrededor del submarino habrían quedado contaminadas y en el futuro para consumir el pescado que abunda en aquella zona y las especies migratorias que pudieran estar de paso, habría que hacer análisis de sus escamas, de su carne y su médula espinal para determinar si estaban afectadas por la radiactividad”.
El juego del escondite.-
La opinión pública española se enteró del suceso varios días más tarde, cuando el submarino arribó al puerto tunecino, para ser reparado. Las únicas diferencias entre el caso de aquella unidad de la clase Viktor y la actual de la clase Astute estriba en el alcance del accidente, por una parte, y en que,en aquel momento, las tensiones entre los bloques militares propiciaban un cierto juego del gato y el ratón entre la inteligencia aliada y la del Pacto de Varsovia. Sin embargo, ¿qué hacía el HMS Ambush jugando al escondite con un país amigo, cuando el Reino Unido puede estar abandonando la UE pero sigue en la OTAN? No faltarán partidarios de la teoría de la conspiración que supongan que Londres envió al Ambush hasta el sur de España para reforzar las defensas del Peñón en caso de que, en una maniobra conjunta, Pedro Morenés y José Manuel García Margallo, en pleno gobierno en funciones, hubieran decidido invadir Gibraltar aprovechando el Brexit, a la manera en que las fuerzas armadas de Mohamed VI tomaron por sorpresa El Perejil. Más allá de esa hipótesis caricaturesca, la presencia del Ambush en el Peñón obedecía a un gesto de fuerza por parte de las autoridades británicas que, en una difícil coyuntura política, remarcaban la importancia que siguen dando a esa base.
Lo cierto es que el choque no afectó a la planta de propulsión nuclear del Ambush, que resultó seriamente afectado en la torreta donde se sitúan el periscopio y las antenas. Ni los análisis del Grupo Operativo de Vigilancia Radiológica de la Armada española (GOVRA), ni la red de vigilancia radiológica del Consejo de Seguridad Nuclear registraron un incremento de la radicoactividad. Eso sí, lo especialistas insisten en que la colisión hubiera deparado mayores problemas si el submarino, en lugar de chocar contra el mercante al emerger –esa es la versión oficial del caso– lo hubiera hecho accidentalmente delante de su proa, siendo arrollado por el mismo. Como en ocasiones anteriores, la diligencia a la hora de informar del caso por parte del Gobierno británico se centró en el gobierno de la Roca, cuyo ministro principal, Fabian Picardo, obtuvo garantías inmediatas de Mike Penning, secretario de estado de las Fuerzas Armadas, asegurando que no existía riesgo alguno para la población de la zona: “He hablado con él hoy para que me garantizara que el reactor del submarino quedó intacto y que, por lo tanto, su presencia en el South Mole(Muelle Sur) no supone ningún riesgo para Gibraltar”, aseguró Picardo.
¿Y para el resto de la zona? La alta densidad industrial de la comarca gaditana que rodea a la colonia produce grandes beneficios macroeconómicos pero serios inconvenientes a la vida cotidiana de los pobladores: en mayo de 1985, en el pantalán de la Refinería de Cepsa, en San Roque, se registraron más de cuarenta muertes entre los empleados de la misma y los tripulantes del “Petragen One” y el “Camponavia”, dos buques que se aprovisionaban allí y cuyos gases explotaron por simpatía. También suponen un riesgo añadido las maniobras de bunkering en las gasolineras flotantes de dicho área.
Suele entenderse que un escape a bordo revestiría similares riesgos al de una central atómica, por lo que las circunstancias serían catastróficas para el área donde se produjera la emisión. Hay quien sostiene, sin embargo, que el armamento es inerte y no supone riesgo añadido de no ser activado mientras que el reactor se encuentra alojado en la zona más protegida del navío, que no resultaría afectada incluso si la unidad se partiera en dos. Mejor evitarlo, pero nadie parece dispuesto a establecer precauciones. Ningún accidente nuclear, por otra parte, se pararía a considerar las diferencias geopolíticas de la región, a partir del Tratado de Utrecht o del llamado Acuerdo de Lisboa o de Bruselas, que permitireron la reapertura de la frontera entre Gibraltar y España, bajo el compromiso de resolver las cuestiones derivadas del contencioso en los ámbitos de la UE que ahora abandona el Reino Unido.
El sector más integrista de la diplomacia española considera que el Brexit supone una oportunidad para recobrar al menos la cosoberanía del Peñón si los yanitos no quieren abandonar su estatus comunitario. No obstante, un accidente nuclear pondría en riesgo, en primera instancia, a toda la población circundante –entre 300.000 y 500.000 habitantes–, con independencia del pasaporte que llevasen en sus bolsillos.
La sombra del “Tireless”.-
A las autoridades gibraltareñas parece no preocuparles la presencia frecuente de submarinos atómicos en su puerto, como una servidumbre de paso por el constante apoyo de su metrópolis: “Gibraltar ha acogido con frecuencia a submarinos nucleares, algo que el Gobierno ve con buenos ojos, puesto que contribuye a demostrar el valor estratégico del Reino Unido y de la Royal Navy en particular –asumió Picardo–. Esta semana, el Reino Unido renovó su compromiso para mantener una capacidad nuclear permanentemente en el mar a bordo de sus submarinos”.
Esa declaración remite directamente al caso del “HMS Tireless” que, entre mayo de 2000 y de 2001, mantuvo en vilo a la población de un lado y otro de la frontera, cuando las autoridades británicas decidieron repararlo en el Peñón, a pesar de que su puerto carecía de suficientes garantías para ello. Desde entonces, hasta ahora, las organizaciones ecologistas han contabilizado la llegada hasta allí de, al menos, setenta submarinos dotados de propulsión nuclear. La avería del “Ambush” –que no es la primera ya que lleva dando disgustos desde su botadura en 2013– ha permitido que zarpara hacia Gran Bretaña, donde será reparado. La crisis ha durado poco pero eso no quiere decir que no haya existido: el Gobierno británico tardó veinticuatro horas en informar al español, pero el Gobierno español tampoco fue especialmente ágil a la hora de comunciarse con el gobierno andaluz.
Gibraltar, en este tipo de incidencias militares, no es un grajo blanco en Andalucía. El fantasma de las bombas de Palomares sigue ahí, cuarenta años después del suceso. También está Rota, claro, la base oficialmente española pero que mantiene una clara dependencia de los intereses estadounidenses, máxime a partir del actual despliegue del escudo antimisiles que ha multiplicado la presencia de marines en la base y en sus alrededores. Si la presencia de sumergibles nucleares en el Peñón no es un ejemplo de transparencia, en Rota tampoco existe una información fluida hacia las autoridades civiles que debieran poner en marcha los protocolos cautelares de seguridad en presencia de este tipo de unidades. Por allí van y vienen submarinos como el “Anapolis”, el “Pittsburg”, el “Providence” o el “Florida”, que tuvieron un papel crucial en la Operación Odisea al Amanecer contra Libia, en la que Rota y Morón desempeñaron un papel crucial, y que también recalaron en el Peñón.
Submarinos de ida y vuelta.-
¿Demasiados casos para considerarlos aislados? En mayo de 1986, el submarino nuclear estadounidense Atlanta encalló en el Estrecho y sufrió la perforación de un tanque de lastre y una avería en su sonar de proa, siendo llevado también hasta el South Mole de Gibraltar: wikileaks rebeló la infructuosa correspondencia cruzada en 2008 entre el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y Washington para que los sumergibles de la US Navy recalaran preferentemente en Rota en lugar de hacerlo en el Peñón. A partir de 2014, se obtuvo ese compromiso por parte de la marina estadounidense, pero ya con anterioridad se había reducido significativamente el número de unidades de la US Navy que atracaban en la Roca, a la busca, a veces, de un aceite especial del que carece las instalaciones roteñas. Un momento crítico del pulso diplomático entre La Moncloa y el Pentágono se produjo en 2006, a partir del atraque en el Peñón del submarino nuclear “USS Minneapolis-Saint Paul”, que repatriaba a dos suboficiales fallecidos en un accidente que había tenido lugar en Pittsburgh. El soberbio embajador norteamericano Eduardo Aguirre –nada que ver con el conciliador Georges Costos que ocupa actualmente la legación norteamericana en Madrid– insistió en que el submarino iba a permanecer en la Roca hasta que concluyera la investigación del caso. Cuando España le pidió garantías de que no existían problemas en su sistema de propulsión nuclear, el diplomático repuso contundentemente: “Estados Unidos ha tomado nota sobre la preferencia de España para que los submarinos de propulsión nuclear fondeen Rota en vez de Gibraltar. Pero si el Gobierno se extralimita al solicitar información, Gibraltar volverá a convertirse en la alternativa más atractiva”.
Las marchas contra la base de Rota reclaman su desmantelamiento, pero cada día que pasa crece más su importancia logística y la progresiva primacía de las barras y estrellas sobre su conjunto, en una situación similar al de la UEO, desmantelada hace cuatro años por no poder desarrollar unidades propias, capaces de competir militarmente contra las patentes norteamericanas.
Nos hemos ido acostumbrando a esos submarinos de ida y vuelta, unos visitantes silenciosos y a menudo invisibles que ponen en peligro el espacio que se supone que defienden. En octubre de 1999 otro sumergible –cuya identidad y bandera nunca trascendieron– se enredó entre las redes del pesquero “José María Pastor”, con base en Almería, que fue arrastrado durante media hora cuando faenaba al Oeste de Cabo Espartel. Por no hablar de los submarinos que duermen bajo aguas próximas a costas españolas, desde la primera a la segunda guerra mundial. O en fechas más recientes, como ocurrió con el “Scorpion”, hundido en el Atlántico por causas que se desconocen, con 99 marinos a bordo, después de haber pasado por Rota. Mención aparte merce el dramático hundimiento del K-8 de la Armada Soviética, acaecido el 12 de abril de 1970 a 264 millas del Cabo de Finisterre (La Coruña), con 52 bajas a bordo: sus marineros lograron al menos evitar una explosión nuclear térmica ya que consiguieron restablecer la protección de las barras de control de los reactores nucleares. Lo curioso es que los detalles concretos de este accidente permanecieron secretos hasta el año 1994. Sus restos, incluyendo sus dos reactores nucleares y cuatro torpedos con cabeza atómica además de otros 16 torpedos con cabeza convencional, siguen ahí. Como siguen ahí las preguntas: ¿podemos impedir de una manera efectiva nuestra sumisión a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos? ¿Por qué solemos ponernos de acuerdo en materia militar con el Reino Unido y no lo hacemos a la hora de facilitar la vida cotidiana de la población civil que cruza a diario entre el Peñón y La Línea? Desde la incorporación a la OTAN, se supone que han mejorado nuestros sistemas defensivos, pero no así nuestro complejo de inferioridad. Los submarinos de propulsión o carga nuclear siguen pasando frente a nuestras costas, rumbo a cualquier carnicería. De momento, no pasa nada. De momento. Continuará.
Juan José Téllez
Fuente: Público.es
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