Simon Jenkins
Lo cierto es que ningún Estado puede frenar a un loco que conduce un camión. La mayoría de respuestas oficiales no harán más que empeorar la situación
En la noche del jueves, un camión se abalanzó sobre una multitud que celebraba el Día de la Bastilla en la ciudad de Niza, situada en el sur de Francia, y mató a 84 personas. El conductor del vehículo fue abatido por la policía. El atentado, que coincidió con la celebración de la fiesta nacional que conmemora la toma de la Bastilla y promueve los principios de igualdad, libertad, fraternidad, no podría haber sido más horrible.
Las víctimas y sus familiares necesitan toda la ayuda posible y el pueblo francés se merece todo nuestro apoyo. Corremos el peligro de que la respuesta mundial a este tipo de atentados se convierta en el megáfono de los terroristas. La repercusión internacional de estas acciones contribuye a propagar el terror y el sentimiento de que se debería hacer algo.
El presidente de Francia, François Hollande, ha decidido ampliar el estado de emergencia y extenderlo tres meses más. El estado de emergencia fue decretado tras la matanza en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y los atentados de París del pasado noviembre. Una vez más, ha indicado que Francia está en guerra contra la amenaza del terrorismo islámico.
Se desplegarán otros 10.000 reservistas. También se reforzarán las operaciones antiterroristas en Irak y en Siria. Las agencias antiterroristas del Reino Unido y de Estados Unidos están alerta y el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, está siendo constantemente informado por sus asesores en seguridad nacional.
Los ciudadanos de Niza tal vez encuentren consuelo en estas medidas. Sin embargo, lo cierto es que no existe en el mundo ninguna medida que pueda protegernos de un loco que decida atacar a la multitud con un camión.
Desde su invención a finales del siglo XIX, los vehículos han permitido sembrar el terror y la muerte. El “carro de Buda”, un carro tirado por caballos y cargado con dinamita, es el primer “coche bomba” que se conoce. Explotó en Wall Street en 1920, causando la muerte de más de 30 personas. Es imposible prohibir los coches y los camiones, de la misma forma que Estados Unidos tampoco va a prohibir las armas. Así que la única respuesta razonable es aceptar que los vehículos conllevan cierto riesgo y asumir que no los podemos eliminar de nuestras vidas.
Los que presionan a los gobiernos para que destinen una mayor partida presupuestaria a Defensa se crecen con este tipo de atentados. Resulta deprimentemente irónico que la multitud arrollada en Niza había estado admirando un espectáculo aéreo a cargo de los aviones de combate. Estos aviones no pudieron evitar la “guerra” declarada contra los observadores. De nada sirvió tampoco el arsenal de misiles nucleares de Francia ni sus portaaviones.
Para Hollande hubiera sido mejor llamar a 10.000 psicólogos o a 10.000 expertos en la historia del islamismo. En cuanto al incremento de operaciones antiterroristas en las guerras civiles de Irak y Siria, resulta imposible imaginar mejor acción para incitar nuevos atentados suicidas.
Es una aberración política que se identifique el Estado-nación con el asesinato aleatorio de personas inocentes. Asumir que los líderes políticos pueden prevenir este tipo de atentados con una mayor intervención armada aleja a las agencias de inteligencia y a la policía de su labor, que es intentar reducir la frecuencia de este tipo de acciones. Nacionaliza e institucionaliza la alarma pública. Conduce a los gobiernos a emprender acciones delirantes y aumenta la vigilancia en torno a la vida privada de los ciudadanos.
El atentado en Francia es una tragedia y debemos mostrar nuestra solidaridad. Al margen de esto, no hay nada que podamos hacer, salvo empeorar la situación.
Traducción de Emma Reverter
Fuente: theguardian - eldiario.es
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