domingo, 24 de julio de 2016

Europa, preocupación geopolítica





 MANEL PÉREZ

Yo esperaría un cambio en el clima de las negociaciones para el alivio de la deuda de Grecia, porque eso es correcto, y es un momento en el que Grecia está en una importante posición geopolítica en la que conviene reforzar su futuro fiscal”, declaró con premura el secretario del Tesoro de EE.UU., Jack Lew, tras el fallido golpe de Estado en Turquía.

Lew sostiene que a consecuencia de la agitación en el Bósforo, Grecia está llamada a ser un ancla de estabilidad en una de las puertas críticas de la Unión Europea y cree que la actual estrategia de la eurozona, encabezada por Alemania, de negarle el alivio de la deuda, es un factor de desintegración del conjunto del área.

El peligroso sendero que recorre sin voluntad de enmienda la Unión Europea multiplica los peligros y colorea a la región con rojiza inquietud en los mapas de geoestrategia del planeta. La reacción populista que recorre Europa, sobre todo de derechas, con las únicas excepciones de Grecia y España, está alimentada por un pésimo rendimiento económico y la creciente alienación política que sienten los ciudadanos.

El ordoliberalismo, pensamiento económico dominante entre las élites alemanas, que establece el equilibrio presupuestario y la estabilidad casi deflacionista de los precios como las normas básicas del buen gobierno, rige los destinos de la eurozona desde que estalló la crisis de la moneda única en el 2010 gracias a la condición de Alemania como acreedora de sus socios.

Pero no es simple ideología lo que late tras la política económica vigente en Bruselas, sede de un ejecutivo europeo cada vez más delegado de Berlín y sus socios. Algo que ha puesto de manifiesto el episodio de la sanción a España, instigado entre pasillos por el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble (para disgusto de crédulos como Mariano Rajoy o Luis de Guindos), forzando que hasta la Comisión Europea de Jean-Claude Juncker se coma sus propias resoluciones.

Durante estos pasados años, Alemania ha construido una red continental de cadenas de suministro, con ella en el puesto de mando central, y en la que participan en distinto grado una treintena de países, desde el hinterland que le rodea en el Este (toca Rusia con la punta de los dedos) hasta el sur de Europa, con España incluida. Son proveedores de mercancías y mano de obra para el gran exportador mundial y si de este último depende, su política económica debe consistir en seguir reduciendo costes productivos y salariales (devaluación interna) y pagando las deudas contraídas con los bancos alemanes (tras los rescates, gran parte de las mismas deudas ya no son sólo privadas, también con los contribuyentes europeos).

Turquía (en la imagen el Bósforo) se ha erigido como nuevo foco de inestabilidad
Turquía (en la imagen el Bósforo) se ha erigido como nuevo foco de inestabilidad (Bloomberg)
La obsesión exportadora de Alemania no es únicamente un problema para los socios europeos de Angela Merkel. Lo es, en primer lugar, para los propios alemanes. El superávit exterior de la primera economía europea es tan desproporcionado que supera al de cualquier otra potencia mundial. En el 2015 cerró en el 8,5% de su producto interior bruto (PIB), lo que se produce en todo un año, unos 260.000 millones de euros, equivalentes al 26% del español. Cifra enorme que mide la diferencia entre lo que el país produce por encima de lo que consume.

Eso significa salarios más bajos para un amplio sector de su propia población y, sobre todo, menor inversión, pues las empresas ganan en el exterior lo que no les puede ofrecer un mercado interno siempre contenido. Los alemanes ahorran pensando en su futuro y sus bancos lo dilapidan por el mundo comprando toda clase de productos tóxicos. La crisis del 2008 se llevó una tercera parte (400.000 millones) de los superávits exteriores acumulados durante años por la máquina alemana. Los rescates made in Europe buscan precisamente salvar todo lo posible de esa debacle financiera.

Para Europa, es una dinámica en la que el socio europeo se come la demanda de los demás sin poner en juego la suya. Y que luego no invierte productivamente lo obtenido.

Pero el edificio se agrieta. El Reino Unido ha optado por alejarse y en el resto se velan armas para diferentes consultas con parecido o idéntico objetivo. El margen político del ordoliberalismo europeo está desapareciendo.

La alternativa sería una Comisión Europea firme ante Alemania. Esta debería ser sancionada por su superávit exterior excesivo y creciente obligada a corregirlo, con incrementos salariales en el sector público y más inversiones en infraestructuras. Aunque a la vista de la débil autoridad de Jean-Claude Juncker y de lo que sucedió en el pasado cuando Berlín incurrió en déficits públicos por encima del límite, nada, no hay lugar para el optimismo.

A lo mejor, la propia consciencia de que la Europa alemana se está desintegrando promueve un cambio de orientación en los futuros inquilinos de la cancillería de Berlín.

O, la tercer alternativa, la propia crisis en Alemania obliga a repensar las cosas. Tras una primera reacción de dureza contra el primer ministro italiano, Mateo Renzzi, por proponer un rescate bancario financiado por el Estado, las autoridades germanas han comenzado a cambiar de registro. Tal vez tenga algo que ver la evidente degradación de gran parte de su banca. Comenzando por el preocupante Deustche Bank, y siguiendo por las Landesbank, como por ejemplo la de Bremen, acosada por la morosidad.

Fuente: La Vanguardia

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