viernes, 22 de julio de 2016

Erdogan en fase mutante




Tino Burgos
Cuando se todavía no se ha cumplido una semana del intento de golpe de estado frustrado en Turquía siguen existiendo numerosas zonas de sombra que dificultan comprender, en condiciones, lo que está ocurriendo realmente en el país. En todo caso, aunque se mantienen en el aire preguntas importantes (quién animó el golpe y quiénes eran los inductores, cómo es posible que la conspiración no fuera detectada por los servicios de seguridad, por citar las más interesantes) lo cierto es que el aluvión de medidas adoptadas en los días siguientes por el gobierno de Erdogan permiten ver claramente quién va a resultar finalmente beneficiado tras estos hechos.

No hubo golpe laico

Aunque en los primeros momentos se presentó el cuartelazo como un movimiento militar de carácter laico, la realidad ha venido a demostrar que tal apreciación era errónea. Sin duda la tradición intervencionista del ejército turco en décadas pasadas hizo que se deslizara la idea de que se trataba de un golpe más de la serie de intervenciones militares para corregir el rumbo político de la república laica fundada por Mustafa Kemal (“Ataturk”). A este hecho contribuyó, sin duda, la deriva islamizadora impulsada por Erdogan en los últimos meses así como su empeño en impulsar una intervención en Siria que no ha ocultado su apoyo a grupos yihadistas radicales como es el caso del autoproclamado Estado Islámico.

En todo caso algunos medios han señalado, a posteriori, la dificultad del sector laico del ejército para impulsar un golpe teniendo en cuenta que durante su primera legislatura Erdogan se empleó a fondo para golpear a esta corriente por medio de grandes procesos judiciales englobados bajo el nombre de Ergenekon.

Hay un aspecto que llama la atención, y es el hecho del tiempo que ha tardado Erdogan en reunir al Consejo de Seguridad Nacional teniendo en cuenta la gravedad de la situación. Tal vez el gobernante haya decidido tomar las decisiones antes de esa reunión para presentarse ante los militares en posición de fuerza.

Otro aspecto sorprendente a considerar es la posible transformación sufrida por el ejército turco en la última década. Considerado tradicionalmente como bastión del laicismo, esta corriente ha debido acostumbrarse a convivir con un gobierno islamista que aplica una política cada vez más descubierta. Pensar en la existencia de una facción islamista dentro del ejército es algo que entra dentro de lo posible. Sin embargo lo que resulta difícil de explicar es la desaparición del sector laico y su sustitución por dos facciones islámicas enfrentadas que serían, supuestamente, quienes han medido sus fuerzas en estos días. Algunas piezas no encajan bien en ese rompecabezas.

Sobre el desarrollo del golpe hemos visto en los días siguientes una serie de imágenes que llaman la atención por su brutalidad. Los militares insurrectos no tuvieron ningún problema en bombardear las instalaciones del hotel donde supuestamente se alojaba Erdogan así como el Parlamento, pese a que justificaban el golpe con la idea de restablecer la democracia. Igualmente los enfrentamientos entre civiles y militares por el control de los puentes del Bósforo han ofrecido imágenes violentas que permiten hacer una reflexión sobre el modo de actuación del ejército turco. El resultado de estos enfrentamientos ha sido el de trescientos muertos en diversas zonas de las grandes ciudades. Si este ejército es capaz de bombardear espacios civiles en la propia Estambul, se puede imaginar, sin dificultad, los niveles de violencia y destrucción que viene causando en los últimos meses en las ciudades kurdas como Diyarbakir (barrio de Sur), Cizre, etc. para retomar el control de las mismas que hoy están en manos de milicias kurdas.

El golpe era entre islamistas

A estas alturas parece claro que el golpe era entre islamistas, el AKP y Erdogan frente a los seguidores del clérigo Fetullah Gülen. Una batalla entre dos colosos que tiene su origen cuando los medios de comunicación adeptos a la línea de Gülen denunciaron casos de corrupción en los que estaría implicado el hijo de Tayip Erdogan. Desde entonces la lucha es a muerte y las detenciones, juicios con acusaciones de deslealtad al estado, cierre de periódicos, etc. han sido moneda corriente.

En todo caso, la afirmación de que se trata de un golpe de inspiración islamista es algo que no se puede apoyar, a día de hoy, en hechos concretos, aunque sí en las consecuencias de la asonada militar. Observando quiénes resultan beneficiados y perjudicados parece claro que el AKP va a impulsar una línea de control absoluto de las instituciones del estado y los seguidores de la cofradía de Gülen van a ver cómo se desmantelan sus estructuras y se detiene a sus seguidores.

El llamamiento a la movilización del AKP y el apoyo de las milicias del ultranacionalista MHP han logrado por el momento poner fin al cuartelazo. En las manifestaciones desarrolladas en días posteriores se ha podido ver una profusión de banderas turcas (algo habitual) así como de grupos islamistas y nacionalistas. Todo el arco parlamentario ha condenado el golpe pero solo el partido de los Lobos Grises (milicias ultra nacionalistas y anticomunistas acusadas de múltiples asesinatos en los años setenta y ochenta) se ha unido a la causa de Erdogan en una reedición de la anticomunista síntesis turco-islámica que tanto gustaba a los militares turcos en la época de la Guerra Fría para enfrentar el ascenso de la izquierda.

Erdogan como mutante

Como consecuencia del fracaso del golpe, los medios de comunicación se han hecho eco de numerosas declaraciones que llamaban a defender las instituciones y libertades democráticas y se felicitaban por el fracaso del levantamiento. Sin embargo, pocas horas después, cuando comenzaron a hacerse públicos los datos de detenciones así como las medidas adoptadas desde el gobierno, surgieron las primeras sospechas y recelos. El fracaso del golpe, en lugar de fortalecer las libertades democráticas, está sirviendo para que Erdogan limite, aún más, el débil marco de libertades existentes en Turquía. El triunfo del gobierno se está convirtiendo en un auto-golpe en la medida en que todas las decisiones se deslizan hacia el campo del despotismo. Con Erdogan la democracia estaría entrando en un proceso de mutación que puede suponer el final de las libertades democráticas que dice defender. A la luz de los hechos recientes confiar en la sinceridad de Erdogan para defender la democracia podría ser tan arriesgado como poner al zorro a cuidar el gallinero.

Conviene recordar aquí que Erdogan y su AKP surgieron, con el inicio del siglo, presentando como ejes de su política la renovación, el liberalismo y la democratización. Con estas ideas se pretendía dar seguridad a los militares de que el nuevo islamismo era compatible con el modelo de estado laico y las libertades democráticas. El hecho de que Erdogan impulsara su formación tras haber sido encarcelado, contribuyó a forjar la idea de que su propuesta era capaz de cerrar el enfrentamiento y la desconfianza con la que el ejército, guardián de las esencias laicas, veía a los grupos islamistas desde décadas atrás.

Sin embargo, aunque durante su primera legislatura se contuvo en su aspiración islamizadora, en la práctica los sectores laicos capitaneados por el oficialista CHP denunciaron la existencia de una agenda oculta para islamizar el país. Cuando han transcurrido más de diez años algunos datos pueden ilustrar cómo se ha desarrollado el proceso. En la actualidad existen en Turquía ochenta y cinco mil mezquitas de las cuales diez mil se han construido durante el mandato de Erdogan. Los funcionarios religiosos han pasado de setenta y cinco mil a ciento veinticinco mil en una década. Se ha procedido a limpiar el ejército de elementos laicos, se han impulsado leyes que afectan a las mujeres y sus derechos reproductivos, se aprobó la posibilidad de que las niñas puedan usar velo a partir de los diez años, ha resurgido la censura en medios como la televisión, cerca de mil quinientos centros escolares de la red pública se han convertido en escuelas religiosas (iman hatip) etc. Desde el estallido de las revueltas árabes Erdogan se presentó como el abanderado de los cambios desde una perspectiva islámica enfrentada a una solución democrática, ofreciendo el modelo turco como la vía para acercarse a occidente. Con el estallido de la revolución en Siria y su evolución hacia un conflicto civil generalizado, la vinculación a grupos islamistas radicales se ha profundizado. Convertir la caída de Basher el Assad en objetivo nacional ha significado vincularse a fuerzas oscuras como el autoproclamado Estado Islámico quien, finalmente, ha comenzado a actuar en el interior de Turquía, primero contra el movimiento kurdo durante las campañas electorales, buscando acabar con su apoyo a los combatientes kurdos de Kobane en Siria y, finalmente, con atentados en las grandes ciudades de Ankara y Estambul. Definitivamente Erdogan ha entrado en una fase de mutación que no se sabe todavía cómo acabará.

En el plano interior habría que reseñar que tras la primera mayoría absoluta de Erdogan, el presidente anunció en varias ocasiones su deseo de proceder a una reforma constitucional que permita convertir a Turquía en una república presidencialista que concentre amplios poderes en manos del ejecutivo. Este proyecto estaba incluido en las propuestas con las que el AKP se presentó a las elecciones del año 2014 en las que perdió la mayoría absoluta, un factor que impedía poner en práctica el modelo planteado. Sin embargo aquellos resultados electorales ofrecieron un Parlamento en los que no había posibilidad de formar gobierno, hecho que aprovechó el AKP de Erdogan para convocar nuevamente a las urnas al año siguiente, ocasión en la que pudo ver logrado su objetivo. En ambos casos las fuerzas de izquierda, turcas y kurdas, se presentaron bajo las siglas del DHP logrando un éxito histórico al alcanzar la posibilidad de obtener un grupo parlamentario propio.

Un riesgo importante de todo este proceso de islamización es la posibilidad de que se reactive el enfrentamiento entre alevis, de inspiración chiita que representan en torno al 20% de la población y la mayoría sunnita ortodoxa. Esta fractura sectaria estaba presente en los enfrentamientos en los años setenta y noventa. La islamización emprendida desde el gobierno, reforzada por la rigidez del autoproclamado Estado Islámico, se dirige hacia una sunnización del país lo que sin duda es un riesgo para la estabilidad interna. La población alevi, que comprende a turcos y kurdos, es importante en el este kurdo y está presente también en grandes barrios de las ciudades del oeste de Turquía. Tradicionalmente los alevis se identifican con el modelo laico como medio para evitar que la ortodoxia sunnita se imponga sobre sus costumbres y prácticas religiosas. En las zonas donde predominan los alevis las fuerzas laicas y corrientes de izquierda suelen tener una presencia mayor. Precisamente en los días del golpe, en algunos barrios de Estambul grupos radicales como el Halk Cephesi (Frente Popular) han impulsado la formación de milicias de autodefensa ante el temor de que la inestabilidad sea aprovechada por sectores yihadistas para provocar atentados.

Los datos de la represión

Cuando apenas ha pasado una semana desde el inicio del golpe los datos que comienzan a manejar los diferentes medios de comunicación y gobiernos occidentales dan miedo por la amplitud de la represión y la diversidad de sectores afectados: se han cerrado medios de comunicación cono Zaman, de inspiración islamista y amplia circulación por el país, así como la agencia de noticias Cihan. El número de militares detenidos asciende a 7 500 entre los que se encuentran 85 generales y almirantes; 2 750 jueces han sido también detenidos así como 8 000 policías a los que habría que añadir otro millar suspendido en sus funciones. En el sector de enseñanza se habla ya 21 000 enseñantes de la red privada, muy importante en el país, en manos de sectores religiosos, suspendidos a lo que habría que añadir más de 1 500 decanos y catedráticos de universidad y otros 20 000 funcionarios religiosos y de enseñanza. Los estudiantes presentes en el extranjero han sido comninados a retornar al país. De seguir con este ritmo los próximos días las cárceles turcas volverían a llenarse de presos políticos como ocurrió tras los golpes de 1971 y 1980 siendo este último el que dejó un mayor número de personas detenidas, torturadas y sometidas a duros procesos judiciales de los que salieron con graves condenas y sentencias de muerte.

La comunidad internacional desorientada

En medio de todos estos hechos la comunidad internacional apenas está levantando la voz para pedir explicaciones o solicitar el respeto a las libertades y los Derechos Humanos. A unas primeras declaraciones de condena al golpe han seguido tímidas muestras de preocupación por la dirección que está tomando el país. Sin embargo, desde los medios oficiales europeos, gobiernos occidentales y el norteamericano existe la convicción de que Turquía es una pieza clave para intentar contener la guerra en Siria, el flujo de refugiados hacia Europa así como en la lucha contra el autoproclamado Estado Islámico. Si antes se venía aplicando una política oídos sordos consistente en no darse por enterados de algunas actuaciones políticas de Turquía (flujo de refugiados y respeto a derechos individuales, connivencia con el autoproclamado Estado Islámico, etc.) ahora la diplomacia occidental debe hacer frente a una situación inesperada. Turquía, el aliado preferencial, miembro de la OTAN, modelo laico y demás, se está convirtiendo en una dictadura gracias al gobernante que se transformó en un despótico tirano. Occidente necesita a Erdogan y éste utiliza esta necesidad para imponer sus propios objetivos sabiendo que será muy complicado romper los múltiples lazos que unen a Turquía con Europa.

De momento de la reunión del Consejo de Seguridad Nacional han salido temas que incomodan a cualquier demócrata, como son la declaración del estado de emergencia en todo el país durante tres meses, la posible reintroducción de la pena de muerte y la amenaza lanzada por Erdogan de derogar la vigencia de la Convención Europea de los Derechos del Hombre. Conviene recordar la existencia de trágicos antecedentes como la condena a la horca del exPresidente Adnam Menderes en 1961 y la vigencia del estado de excepción (OHAL) en las provincias kurdas del sureste durante varios lustros, hecho que facilitó la aplicación de una política de tierra quemada causante de treinta mil muertes.

El movimiento kurdo ante el golpe

El HDP, partido prokurdo presente en el parlamento, condenó el intento el golpe sin paliativos. Sin embargo, las fuerzas kurdas tienen que hacer frente a una situación diferente a la que existe en el conjunto de Turquía por lo que su análisis es distinto en algunos aspectos.

Habría que señalar que, en las zonas kurdas, la guerra entre militantes del PKK y tropas gubernamentales es una realidad presente en todos los rincones. Numerosos combates se suceden en las zonas montañosas causando bajas por ambas partes. La ruptura de la tregua por parte del gobierno ha sido calificada como el adiós a la última posibilidad de resolver el conflicto por medio de métodos pacíficos. Desde entonces los combates se han extendido a varias ciudades que han proclamado su autonomía siendo sometidas a duros asedios y la implantación de un estado de excepción que ha causado cientos de muertes. Como consecuencia de todo ello se está procediendo a la disolución de ayuntamientos democráticos, detenciones generalizadas de cargos electos al tiempo que el parlamento ha dado luz verde a un proyecto de ley para levantar la inmunidad de los parlamentarios del HDP e iniciar el proceso de ilegalización.

Con estos datos parece normal que la primera reacción expresada por el KCK (Consejo de Comunidades del Kurdistán), organización paraguas que agrupa a todos los grupos situados en la órbita del PKK, sea una descalificación total de Erdogan señalando que un individuo capaz de aplicar una política de guerra como la que está impulsando en Kurdistán no puede ser considerado como un demócrata. Para el CKC el golpe de Erdogan se puso en marcha a partir de la repetición de las elecciones del año 2015 coincidiendo con el reinicio de la guerra y la represión generalizada sobre la población civil en las zonas kurdas. Alerta de la gravedad de la situación y denuncia la aprobación de una ley que blindará a los militares turcos ya que se garantiza que no se les podrá juzgar por sus actuaciones ocurridas para combatir a las guerrillas del PKK.

Considera el CKC que el golpe es un fiel reflejo de la falta de democracia en Turquía donde un poder despótico debe ser desplazado por otro semejante. Solamente la alternativa patrocinada por el movimiento kurdo puede impulsar un proceso de democratización real a la vez que proceder a una solución pacífica del conflicto kurdo.

Fuente: Viento Sur

* Tino Brugos es miembro del Consejo de Redacción de VIENTO SUR

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