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En estos últimos seis meses hemos vivido una constante campaña electoral, desde el 20D fallido hasta las nuevas elecciones del 26 de junio, en la que los auténticos y únicos protagonistas han sido los partidos políticos en liza, sus líderes y sus posiciones partidarias.
Se ha vivido una realidad paralela en la que los problemas de la gente se han ocultado para priorizar los problemas, intereses, estrategias de los agentes políticos que tenían en su mano gestionar la voluntad popular emitida a través de las urnas…
No voy a hablar del espectáculo que hemos vivido y del fracaso evidente que ha supuesto la necesidad de celebrar nuevas elecciones, sino de la frustración que hemos sentido muchos ciudadanos al comprobar que, seis meses después, la vida sigue igual.
Al día siguiente de las elecciones del 26 de junio, la realidad de los españoles volvió a las noticias, esa realidad existente que sorprendentemente desapareció del escenario público en los últimos meses. Nos ha avergonzado de nuevo constatar cómo denuncian las ONGS que cerca del 35% de los niños y niñas de nuestro país están en situación de riesgo de pobreza, que los salarios de los españoles han caído en un 25% en los últimos ocho años, que los recortes en sanidad han supuesto en los últimos años más de 9000 millones de euros o la indiferencia ante la situación de sufrimiento de los refugiados… Ha vuelto la realidad, esa realidad que no debería haber estado ausente en este periodo, máxime cuando en teoría se estaba discutiendo sobre el futuro de nuestro país y sus gentes.
Reconozco mi desolación y frustración ante los resultados electorales, pero también mi distancia ante unas fuerzas políticas que en los últimos meses han hecho de la política un espectáculo de no muy alta calidad. La frivolidad, la banalidad, la imagen… frente el sufrimiento de la gente.
Nunca he oído tanto en campaña electoral hablar de los intereses de la gente y nunca he sentido tan ajeno ese discurso. Ha faltado empatía, contenido, alternativa para los problemas cotidianos. Ha faltado, a mi juicio, mucha sinceridad y verdad.
No esperaba esos contenidos de las derechas porque sus políticas nos han llevado hasta aquí. No esperaba del PP otro discurso que no fuera el de todo va bien e irá mejor. Tampoco esperaba de Ciudadanos otro discurso diferente al de la regeneración democrática, en definitiva: hacer lo mismo pero con más ética. Pero, francamente, sí esperaba del PSOE -y especialmente de UNIDOS PODEMOS- otro discurso más cercano, más comprometido con los problemas de la gente, con su lenguaje, con su sufrimiento y con su angustia. También es cierto que lo primero que esperé de ellos es que las elecciones del 26 de junio no se celebraran porque se hubiera podido configurar un gobierno de izquierdas. Siempre entendí que si se producían unas segundas elecciones, serían una segunda oportunidad para el PP. Pero esas elecciones se produjeron y cada uno repartirá culpas como considere, yo no lo haré porque ya no me importa el responsable, me importa el resultado y creo que ni el PSOE ni PODEMOS podrán sentirse orgullosos de su gestión…
La gente estaba y está sufriendo en nuestro país y yo, como muchos, esperábamos que algo cambiara y había posibilidades para conseguirlo. Es evidente que no había margen numérico para hacer “la revolución“, pero sí lo había para frenar algunas agresiones, para evitar que continuara aumentando el deterioro de los servicios públicos y mejorar, aunque fuera un poquito, la vida de las clases populares de nuestro país.
Ese desencuentro convirtió la última campaña electoral en un paseo para el PP, un PP rodeado de corrupción y autor de los mayores recortes al bienestar de los ciudadanos, una campaña centrada en la confrontación entre PSOE y UNIDOS PODEMOS sobre los responsables de que continuara siendo Rajoy presidente. Y, sobre todo, en una pelea pueril por ver quién de los dos era el gallo del corral… Mientras tanto, la campaña del miedo, los mensajes incomprensibles sobre lo que es cada uno y la ausencia de la realidad de la gente.
Al final el resultado es el que es y la ausencia de autocrítica, la norma habitual: Los responsables de lo que ha pasado en cada organización política siempre están fuera, nunca hay errores propios y por lo tanto parece difícil que tengan capacidad para corregir lo que la gente ha castigado con su voto.
A mi juicio, lo que ha puesto de relieve el 26 de junio es que, ante la incapacidad de las fuerzas progresistas para asumir retos y responsabilidades, crece la derecha. Y que a los ciudadanos nos esperan previsiblemente 4 años muy duros con un presidente de Gobierno que continuará realizando una política asfixiante en lo económico y social y rodeado de corrupción, no solo económica, y con un proyecto que nos empobrece y limita nuestros derechos políticos y sociales.
La pregunta ahora es cuántos ciudadanos más se quedarán en el camino, cuántos niños más tendrán que garantizar su alimentación en los comedores escolares, cuánta educación, sanidad y derechos veremos reducidos. Y, sobre todo, la pregunta es qué vamos a hacer para evitarlo.
Yo creo en la política y en su capacidad de transformación. Creo que la política la hacemos cada día en muchos lugares y creo que los partidos políticos son un instrumento para expresar la voluntad de una sociedad organizada y movilizada que pelea por sus derechos y su futuro cada día. Esa política no se expresa con las viejas fórmulas del PSOE, para el que todo se ciñe al orgullo de partido y al proyecto común, pero que no puede abandonar la mochila de cómplice de parte de lo que ha pasado y está pasando hoy en nuestro país. Pero tampoco se expresa en un catálogo comercial o en los brindis de botellines de UNIDOS PODEMOS.
Hace falta, a mi juicio, seriedad de la propuesta y de la protesta. Hace falta articular sociedad civil, hace falta empoderar a la gente en la lucha por sus derechos y su futuro. Hace falta también huir de la banalidad, la frivolidad, la soberbia. Hay mucha izquierda alternativa política y social en nuestro país, organizada y desorganizada, antigua y nueva, con perfiles distintos que están obligados a transitar un camino común para construir con seriedad, con solvencia, con respeto, con humildad, una alternativa para este país.
Y en este camino, las fuerzas políticas de la izquierda deben asumir que la sociedad es diversa y plural y que su obligación es convertirse en instrumento eficaz para conseguir los objetivos comunes. Tienen que asumir que el centro de la acción política son las gentes y que ellos son meros instrumentos de cuya eficacia, sensatez y serenidad pueden depender en un sistema democrático los cambios necesarios.
Hay mimbres para hacerlo. Nunca en democracia el Parlamento español ha tenido más posibilidades para iniciar ese camino. A la izquierda del PSOE hay 71 diputados que no deberían frustrar las expectativas de tanta gente y que deberían intentar ser vehículo de expresión y cauce de la movilización de una sociedad que, sin duda, seguirá luchando por su futuro. Eso no se ha hecho en estos meses y es el momento de empezar a construirlo para conseguir que algo cambie en nuestro país, que la sonrisa sea el fruto del trabajo colectivo y las victorias y fracasos de la lucha. Para conseguir que la vida no siga igual.
Montserrat Muñoz de Diego nació en Cantalejo (Segovia) en 1962. Abogada de formación (Licenciada por la Universidad Autónoma de Madrid, especializada en derecho del trabajo), ejerció en despachos profesionales colectivos y en CCOO. En la actualidad trabaja como subinspectora de empleo y seguridad social.
Militante de Izquierda Unida desde su fundación, en 1995 fue elegida alcaldesa del municipio madrileño de San Fernando de Henares. En dos ocasiones más, por mayoría absoluta, la ciudadanía la volvió a elegir en las urnas. Con posterioridad, entre 2007 y 2008, llevó su voz como diputada al Congreso. Allí asumió, entre otras, las comisiones de Economía y Hacienda, Pacto de Toledo, Administraciones públicas e Igualdad. Hasta el pasado año fue miembro de la dirección federal de IU y responsable de la Secretaría Ejecutiva de Política Institucional.El compromiso con las mujeres, reducir las desigualdades e impulsar los derechos sociales han sido cuestiones prioritarias en sus facetas política y humana. En definitiva, apostar por las pequeñas revoluciones, que son las que van cambiando vidas.
En 2012, junto al diputado asturiano Gaspar Llamazares y otro grupo de gente, fundó Izquierda Abierta, un partido que nació de la lectura de los nuevos tiempos y maneras de hacer política que se imponían, un espacio abierto a todas las sensibilidades de izquierdas, plural, amable y con el principal objetivo de sumar a toda la izquierda alternativa de este país. Hoy es una de sus portavoces.
Fuente: Público.es
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