Ya refresca el calor de la victoria. El hombre del plasma ha bajado a la tierra y anuncia su buena nueva a los gentiles: aquel Mariano Rajoy que usó y abusó de su mayoría absoluta para promulgar leyes absolutistas se pasea por los medios amigos como un alma en pena con tal de no convertirse de nuevo en un convidado de piedra en su sesión de investidura; si es que el rey le encarga de nuevo formar gobierno o no aprovecha la collada y se lo encarga a Barack Obama, ahora que el inquilino de la Casa Blanca se va a quedar en paro. Claro que La Moncloa resulta un chalet adosado al lado del 1600 de la avenida Pensilvania, en Washington D.C.
Mal debe andar la cosa para que la derecha de repente le tenga tanto aprecio al PSOE que la conferencia episcopal y el Ibex 35 deben estar encargado novenas para que Felipe González le enseñe el camino recto a Pedro Sánchez. Peor deben estar para que Carlos Floriano –cuyo bronceado añorábamos– vuelva a aparecer ahora en la comitiva presidencial cada vez que un bosque de micrófonos le fríen a canutazos. Aumenta la alarma cuando el presidente en funciones incluso parece haber comido lengua de gato y estar dispuesto a “hablar con todos, donde quieran, el día que quieran y a la hora que quieran”.
Así que le tomo la palabra. Yo quiero hablar con usted, de las tasas judiciales, por ejemplo, de la Ley Mordaza, de la amnistía fiscal. A la hora que quiera, Mariano, para pedirle una beca erasmus, o una para cursar estudios en centros privados de Madrid o simplemente una beca para que la Universidad no se convierta en un club de campo. El día que quiera, para que la religión al menos no puntúe en las notas como si fueran matemáticas.
Donde usted quiera, para pedirle, por ejemplo, que deje de meterle mano a la caja de las pensiones bajo cualquier pretexto. A usted, que le place tanto hablar de la herencia recibida de ZP no le agrada en absoluto que le recuerden que fue José María Aznar, el que se arrepintió pronto de designarle como sucesor en su libretita azul de ceses y nombramientos, quien creó el Fondo de Reserva de la Seguridad Social, que dejó ahorrados 19.000 millones de euros. Y menos le molará que le mencionen que su archivillano José Luis Rodríguez Zapatero no sacó nunca un euro de esa caja y dejó sus depósitos en máximos históricos con 67.000 millones de euros. Seguro que usted tiene una explicación razonable, señor Rajoy, que me puede dar una respuesta con la que tranquilizarme, que es porque ustedes son tan patrióticos que ya sólo invierten en deuda pública española y no en la extranjera, por ejemplo; o que sólo son infundios de los rojos eso de que a este paso se agotarán los ahorros el año que viene y difícilmente podré cobrar mi pensión dentro de diez años, cuando me toca el turno, aun a riesgo de que luego me la quiten por seguir cobrando por asistir a tertulias, escribir artículos o malvender libros.
A mi me gustaría que se cesara a sí mismo, aunque es bastante improbable que me haga caso. Así que, al menos, que destituya a Jorge Fernández Díaz, por lo que usted quiera: por los muertos de el Tarajal, por haberse cargado la sanidad catalana, por detener titiriteros, por recibir en su despacho a Rodrigo Rato cuando lo empuraron por fraude y por sacarle fraudes que no existen a la oposición. Seguro que llegamos a un acuerdo, presi. O le invisto o le embisto. Le prometo que lo mismo no hablamos de los casos de corrupción que afectan a su partido. Hablamos de los que les afectan a otros y así acabamos antes.
Si quiere, voy acompañado. Le presento a Luis, o a Laura, o a Benita, o a cualquiera de los 1.200 dependientes menos que en julio de 2012, cuando usted ya estaba gobernando y se quitó de encima muchos a los que el Gobierno anterior le había reconocido el derecho a ser asistidos: “La dependencia no es viable”, dijo usted, y amplió el plazo de seis meses a dos años para dar respuesta a los solicitantes. Pero si fue viable el rescate de la banca, no hubo dilación alguna para la trincalina de su partido, no quedaron desasistidos los negocietes de Gustavo de Aristegui y de Pedro Gómez de la Serna.
Mientras Bárcenas seguía garabateando sus notas, usted escribía uno de los episodios más obscenos de la historia de este país, cuando endureció el nuevo baremo por el que 83.000 grandes dependientes, lo más graves, dejaron de serlo porque usted modificó el grado de discapacidad necesario para recibir determinadas ayudas. Por no hablar de los que no pueden recibir ninguna. O les llega tarde. O no se facilita dinero suficiente a las comunidades autónomas para que afronten este servicio. Lo mismo acudo a nuestro encuentro con Ginesa, la hija de Paco García, que nunca llegó a recibir los 400 euros mensuales que le correspondían desde finales de 2011 cuando le reconocieron una dependencia de Grado 3, Nivel 1, por su par de cánceres que se lo llevaron a la tumba, por la diabetes, los problemas de tensión o los ataques de fiebre. Dos mil millones menos para dependencia, los mismos que tendremos que pagar si el expediente europeo se convierte en sanción, por un quítame allá las rebajas fiscales.
O me paso a verle con Sonia, que le llegó tarde y a cachos la ayuda, por lo que tuvo a veces que buscar comida por los contenedores, ya que llevaba cinco años en paro y sólo podía sostenerse con la pensión no contributiva de su madre, que padecía esquizofrenia paranoide o con la de su hermano, víctima de trastornos de conducta.
¿Qué conducta es la suya, la que le exige la abstención a los socialistas para que usted pueda gobernar, cuando fue incapaz lógicamente de hacer lo mismo cuando Susana Díaz tuvo que pedirle esa gracia a Ciudadanos? Su conducta, ¿no es más bien la que pide que rueden cabezas ante errores y delitos ajenos y siempre esgrime la presunción de inocencia cuando todo queda en casa? No se inquiete, que las urnas blanquean su hoja de servicios aunque los tribunales se empeñen en ensuciarla. Con un par de casos más de choriceo, lo mismo habría alcanzado de nuevo la mayoría absoluta.
Aunque no medie palabra conmigo por más que le amenace con declarar unilateralmente mi independencia y me exilie a las Maldivas para crear el gobierno provisional de un chiringuito, ¿querrá hablar con los catalanes antes de que monten el Catalanexit por su cuenta? ¿Con los vascos, los gallegos, los murcianos o los canarios?
Yo quiero hablar con usted de qué nuevas reformas prometió por carta a Bruselas, mientras decía lo contrario a sus electores. Hablar de los papeles de Panamá y de su pérdida de papeles. De los Cíes y de las chabolas que han reaparecido sobre los suburbios de la postmodernidad. De los transgéneros que declararon su orgullo por las calles de Barcelona, de los bisexuales que lo hicieron en Madrid, de los homosexuales que se besan en las fotos que cuelgan de las calles de Sevilla ante el escándalo de los representantes de su partido. Hablar sobre los presos, hacinados en presidios obsoletos cuando aún quedan cárceles nuevas por abrir, de los que están entre rejas por delitos sindicales, por problemas de salud mental sin un manicomio barato que proteja a sus familiares, de los reclusos que padecen el aislamiento del régimen FIES o las torturas que nos reprochan los tribunales internacionales.
Seguro que no le hará falta mi respaldo. Pero tendrá que sudar la camiseta para conseguir el de Ciudadanos. O el de cualquier otro partido al que le convendría acudir con el sombrero de la humildad en la mano y no con el gesto altivo de quien no estuvo nunca acostumbrado a pedir favores. Pero quisiera hablar de algo distinto. De que quizá, más temprano que tarde, alguien sea capaz de gobernar con ternura o de creer que la utopía es una idea mucho más respetable que el miedo. Me gustaría invitarle a escuchar las tormentas que contradicen a su primo y confirman que el clima está cambiando. O a oír el sonido de los bares en esos días en que no hay cámaras de televisión por delante ni chirimías de campaña: qué dice la gente cuando no hay urnas ni encuestas a primera vista.
Tengo para mí que a pesar de que se trabuca demasiado en público, su sentido del humor le salvará de creer que sus votantes gozan del don del entusiasmo. Se agarraron a usted como un clavo ardiendo, frente a las hordas rojas, Venezuela, ya sabe, los espejismos del desierto que levantaron sus carísimos asesores como una línea Maginot contra los radicales. Pregunte a sus votantes qué opinan de cómo vamos a reducir el gasto en 8.000 millones de euros en los dos años próximos. Qué dicen de que nuestra deuda pública alcance ya al 100 por cien del PIB. Lo más probable es que no se hayan fijado demasiado en esos datos, que hayan preferido pensar en el microempleo más que en las macroestafas. Pero me gustaría hablarle. De un tiempo y de un país, en que hablar no era la excepción sino la costumbre. Cuando la gente se entendía haciéndolo. Cuando guardar silencio, como usted, era sencillamente desentenderse.
Juan José Téllez
uente: Público.es
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